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José M. Llamas, sacerdote estudiante en Roma: «Somos cristianos malagueños, y eso se tiene que notar»

José M., José E., Emilio y José Manuel Llamas
Publicado: 26/06/2014: 18241

«Todos somos muy ignorantes. Lo que pasa es que ignoramos cosas distintas».

Lo dijo una vez alguien que no debe ser, desde luego, considerado un don nadie de la vida, y al que no se puede acusar de esconderse detrás de tal expresión para excusar su falta de horizontes: un tal Albert Einstein. Lo primero que saco en claro tras estos dos años en Roma es que, cuanto más estudio, más ignorante me veo. Esto no es bueno ni malo: simplemente, signo de realismo. Y repetir esas dos pequeñas grandes frases de vez en cuando me invita a evitar olvidar quién soy.

«¡Ozú, me he perdido!» «Tranquilo, todos los caminos llevan a Roma». «Precisamente. Adivina de dónde vengo». Cuando uno es consciente de ser peregrino en el mundo, no hay nada mejor que sentirse un minúsculo ser humano en mitad de la humanidad. Doy gracias a Dios por los compañeros de clase de Corea del Sur, Vietnam, Brasil, Burundi, Rumanía, Croacia, Siberia, Colombia... Me hacen sentir la Iglesia, y sentir en y con la Iglesia. Si a esto le añadimos la renuncia de Benedicto XVI, la elección de Francisco, y el horizonte que entre los dos están abriendo, sólo queda exclamar: ¡qué suerte he tenido!

«Dame, Señor, sentido del humor». Cada mañana Santo Tomás Moro me saluda con este lema. Da igual dónde estemos, da igual que tengas la vista de un lince, el olfato de un lobo o el oído de un murciélago. Si no te funciona este sentido, el del humor, acabarás convirtiéndote en un perfecto “pesimista quejoso y desencantado con cara de vinagre”. Y, claro, nadie puede anunciar la Buena Noticia con tal facha. Sí: es verdad que ser de Málaga, malaguita y malaguista ayuda a ver las cosas con una sonrisa, y a poner un punto de sano cachondeo a cualquier problema. No olvidemos nunca que somos cristianos malagueños, y que eso, lo queramos o no, se tiene que notar, para bien, estemos donde estemos.

«Estáis en vuestra casa, más que yo en la mía». El obispo Bienvenue Myriel recibió así a Jean Valjean, aquel desarrapado miserable, y le cambió la vida. Yo creí que debía acoger de la misma forma al que llegaba a mi puerta. Y resulta que el que siempre está llamando es el Señor, como esta noche me recuerda Gregorio de Nisa. Ojalá le abra, porque, con Él, todo es siempre nuevo. Con mayúsculas.

José M. Llamas

Sacerdote diocesano

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