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Miércoles de Ceniza (Catedral-Málaga)

Mons. Catalá impone la ceniza en la Catedral · Autor: S. FENOSA
Publicado: 06/03/2019: 1979

Homilía pronunciada por el Obispo de Málaga, Jesús Catalá, en la celebración del Miércoles de Ceniza en la Catedral de Málaga el 6 de marzo de 2019.

MIÉRCOLES DE CENIZA

(Catedral-Málaga, 6 marzo 2019)

 

Lecturas: Jl 2,12-18; Sal 50,3-6.12-14.17; 2 Co 5,20 − 6,2; Mt 6,1-6.16-18.

Cuaresma, camino de salvación

 

1.- La Cuaresma es un camino de salvación, que implica acoger la gracia bautismal y caminar hacia la meta de la santidad. Cada año la Iglesia nos propone este camino para que nos convirtamos y reorientemos nuestra vida hacia Dios. Se expresa en la conversión a Dios, señalada por el profeta Joel: «Convertíos a mí de todo corazón» (Jl 2, 12). Todo el ser debe ponerse en actitud de orientación hacia Dios, dejando las cosas que le apartan de Él.

En Dios encuentra el hombre su salvación, porque es un Dios misericordioso, que perdona todas las culpas: «Convertíos al Señor vuestro Dios, un Dios compasivo y misericordioso, lento a la cólera y rico en amor; que se arrepiente del castigo» (Jl 2, 13).

La cuaresma tiene como objetivo intensificar todo lo que en la vida exige superación, esfuerzo, reconstrucción, purificación, transformación. Imágenes de la cuaresma son el camino, la soledad, la prueba, la austeridad, el desprendimiento, la oración, el ayuno. Todo ello como respuesta a Dios, para facilitar el encuentro transformador, salvador y transfigurador con Él. No se trata de que el hombre obtenga la perfección mediante sus propias obras, sino que se deje transformar y salvar por el Señor de la vida.

Para ello la Iglesia nos propone recorrer durante la cuaresma el camino de la salvación y de la propia conversión: «Ahora es el tiempo favorable, ahora es el día de la salvación» (2 Co 6, 2).

Cristo nos interpela desde los acontecimientos, desde nuestra propia conciencia, desde la vida cotidiana, desde la Palabra de Dios, desde los hombres, nuestros hermanos, sobre todo los más necesitados. Esta interpelación la recibimos todos los días; pero, de modo especial la Iglesia nos invita a responder en estos días de cuaresma.

 

2.- El tiempo de cuaresma es tiempo de desierto y significa soledad, silencio, renuncia, muerte al pecado. Todo eso debe hacerse en el interior de la persona, sin buscar notoriedad o aprobación por parte de los demás.

Jesús nos ha dicho en el evangelio: «Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos; de lo contrario no tenéis recompensa de vuestro Padre celestial» (Mt 6,1).

Su consejo es que la limosna, la oración y el ayuno, que son tres acciones y expresiones cuaresmales, las hagamos con sinceridad, sin alardear ni querer ser vistos por la gente.

Hemos escuchado en el evangelio el consejo de Jesús: «Cuando hagas limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha; así tu limosna

quedará en secreto y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará» (Mt 6,3-4). Dar limosna significa renunciar a la acumulación de bienes y ayudar a los más necesitados. De este modo gozamos de la alegría del proyecto que Dios tiene para el hombre y para la creación.

Respecto a la oración Jesús pide que se haga en el interior del corazón: «Tú, en cambio, cuando ores, entra en tu cuarto, cierra la puerta y ora a tu Padre, que está en lo secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te lo recompensará» (Mt 6,6). Orar implica renunciar a la idolatría y a la autosuficiencia, aceptando que estamos necesitados del Señor y de su misericordia.

Y en cuanto al ayuno, no debe ser para figurar ante la gente, sino como expresión de penitencia y de compartir con los más necesitados: «Tú, en cambio, cuando ayunes, perfúmate la cabeza y lávate la cara, para que tu ayuno lo note, no los hombres, sino tu Padre, que está en lo escondido; y tu Padre, que ve en lo escondido, te recompensará» (Mt 6, 17-18). La Cuaresma nos exhorta a “ayunar” de muchas cosas, sobre todo de lo que nos aparta de Dios y de los hermanos: comentarios negativos, críticas, imágenes perniciosas, cosas que, gustándome, me pueden hacer daño.

La oración y la limosna nos sitúan ante Dios y ante el prójimo, realidades que permanecen por encima de la caducidad de los bienes materiales. Y el ayuno nos sitúa ante nosotros mismos, haciéndonos más libres y dueños de nuestra propia voluntad. Es una manera de expresar que es importante lo que permanece. El signo de las cenizas en nuestras cabezas expresa la renuncia a lo caduco y la reafirmación de lo esencial en nuestra vida. Rezar es hacer presente a quien es el centro de nuestra vida y permanece para siempre; hacer limosna es un acto de caridad, que perdurará en la eternidad; y el ayuno nos permite ser más libres y más dueños de nosotros mismos, porque nos atan muchas cadenas: caprichos, deseos, proyectos, ilusiones. La cuaresma nos invita a levantar la mirada hacia Dios y transcender las cosas materiales y caducas.

La liturgia nos anima a caminar hacia la Pascua, para celebrar el misterio pascual que nos salva. Cristo se ha ofrecido como víctima expiatoria por nuestros pecados y nos ha regalada la salvación: «Pues hemos sido salvados en esperanza» (Rm 8,24).

 

3.- El papa Francisco, en su Mensaje para esta Cuaresma, nos dice que el misterio de salvación, que ya opera en nosotros durante la vida terrena, es un proceso dinámico que incluye también a toda la creación. Ésta desea ardientemente que se manifiesten los hijos de Dios; que cuantos gozan de la gracia del misterio pascual de Cristo Jesús disfruten de sus frutos y alcancen su plenitud.

Si el hombre vive como hijo de Dios y como persona redimida; si se deja llevar por el Espíritu Santo (cf. Rm 8,14), y pone en práctica la ley de Dios, beneficia también a la creación, cooperando en su redención (cf. Papa Francisco, Mensaje para la Cuaresma de 2019, 1. Vaticano, 4.10.2018).

El pecado se manifiesta como avidez y afán por un bienestar desmedido, desinterés por el bien de los demás y lleva a la explotación de la creación, de las personas y del medio ambiente.

Toda la creación está llamada a salir «de la esclavitud de la corrupción para entrar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios» (Rm 8,21). La Cuaresma nos invita a entrar en el desierto, como hizo Jesús (cf. Mc 1,12-13), para convertirlo en jardín (cf. Is 51,3) de comunión con Dios y con los hermanos. ¡Transformemos el desierto de nuestra vida en un jardín precioso!

Hoy comienza un tiempo favorable para recibir el perdón de nuestros pecados y emprender el camino de una verdadera conversión a Dios. Como dice el papa Francisco: “Abandonemos el egoísmo, la mirada fija en nosotros mismos, y dirijámonos a la Pascua de Jesús; hagámonos prójimos de nuestros hermanos y hermanas que pasan dificultades, compartiendo con ellos nuestros bienes espirituales y materiales. Así, acogiendo en lo concreto de nuestra vida la victoria de Cristo sobre el pecado y la muerte, atraeremos su fuerza transformadora también sobre la creación” (Mensaje para la Cuaresma de 2019, 4).

Pedimos a la Santísima Virgen María que nos acompañe en este camino cuaresmal, que es camino de salvación. Amén.

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