NoticiaEntrevistas Rafael Guerrero: «Hay hambre de Dios, pero a veces somos malos testigos» Rafael Guerrero, misionero seglar malagueño, y su esposa, Alida Sáez, junto a sus tres hijos Publicado: 23/10/2017: 23850 El domingo 22 de octubre se celebró el Domund, la Jornada Mundial de la Misiones. Una ocasión privilegiada para mirar con cariño a los cerca de 13.000 misioneros españoles que se encuentran en territorios de misión. De ellos, unos 100 son malagueños. También es un día para aportar nuestro grano de arena y hacer posibles más de 4.000 proyectos misioneros en todo el mundo, 658 sostenidos por España. El año pasado, la Diócesis de Málaga aportó a las Obras Misionales Pontificias (OMP), con motivo del Domund, 424.329,81 euros. Rafael Guerrero llegó a Venezuela en 1993, junto a otros dos matrimonios. Era un joven de 23 años, recién licenciado en Matemáticas y miembro del Movimiento de Acción Cristiana (MAC). El pasado mes de julio, después de 24 años en la misión, ha regresado a Málaga, junto a su esposa, Alida Saez, con la que se casó en 2002, y sus tres hijos Josué, Cristina y José Manuel. Nos cuenta su experiencia. ¿Cuál ha sido su misión en Venezuela? Allá he trabajado en los barrios populares, desde el carisma de nuestro movimiento de trabajo con niños y jóvenes. He trabajado con los pueblos indígenas, con los hombres privados de libertad, en el centro penitenciario, con los proyectos de las religiosas de la zona y con la asociación Fe y Alegría, presente en 22 países de todo el mundo. Se trata de una institución que trabaja la educación y la promoción social, sobre todo de las personas excluidas y necesitadas. Desde que llegué, me ha gustado mucho el trabajo al que me he dedicado: la educación de niños y jóvenes, los barrios populares, la promoción social y pastoral. Es más, como hay mucha falta de sacerdotes, he hecho de todo, menos consagrar y presidir en la Eucaristía. ¿En qué zona ha desarrollado su misión? ¿Ha conocido a los misioneros de la Diócesis de Málaga en Caicara del Orinoco? Sí, cómo no. Nosotros estábamos en Ciudad Bolívar, que está a 400 km de Caicara del Orinoco, donde se encuentra la misión diocesana, pero allí las distancias no son como aquí. Allí se anda muchísimo. Llegamos a ser un grupo muy numeroso de misioneros del MAC, que servimos en Ciudad Bolívar, Caicara del Orinoco, en Guaratabo, en zonas rurales, zonas indígenas... En el asentamiento indígena en el que he estado desde casi el principio, ahora hay un sacerdote recién ordenado. Siempre hemos tenido mucho contacto con los sacerdotes misioneros de Málaga, en realidad, Manolo Lozano fue realmente quien nos acompañó al ir la primera vez. Con Juan de Dios también he tenido ocasión de colaborar en múltiples tareas. Ha estado la mitad de su vida en Venezuela, ¿cómo ha sido el regreso? El regreso ha sido una decisión familiar. La situación en Venezuela estaba muy tensa, ya no se podía salir a la calle por la inseguridad. A mí me ha costado mucho trabajo tomar la decisión. Mi esposa y yo estábamos muy contentos con nuestros trabajos allí, pero el dinero ya no alcanzaba ni para la alimentación. Mi esposa era profesora en educación inicial y yo, coordinador de educación en el instituto radiofónico Fe y Alegría, en educación de adultos. Una vez cayó enfermo uno de nuestros hijos y tuve que recorrer todo Ciudad Bolívar para encontrar un antiobiótico. La vida ya se reducía a guardar cola para llevar a casa lo imprescindible. Tuvimos que tomar una decisión familiar y decidimos dar el salto y regresar a España, con mucha pena, pero la situación ecónomica y política del país nos ha hecho tomar esa decisión. Para que nos hagamos una idea, ¿cuánto es el sueldo allí y qué se puede hacer con él? El sueldo aumenta allí muchísimo, casi un 50%, pero la devaluación sube aún más: un 90 o un 100% y, al final, lo que tienes es menos poder adquisitivo. La economía se mira bajo el concepto del dólar paralelo. El sueldo pueden ser unos 250.000 bolívares, lo que se traduce a unos 30 ó 40 euros al mes, y las cosas están realmente caras. Por ejemplo, un pollo puede valer 40.000 bolívares, la quinta parte del sueldo de un mes. La gente sufre mucho a causa de la economía y la falta de medicamentos, pero la solidaridad es inagotable, Venezuela es un pueblo generoso, aunque ya les sea duro hasta ofrecer un simple café a las visitas. ¿Os habéis sentido perseguidos? Realmente no. Hemos vivido siempre en el mismo barrio, con buenos y sencillos vecinos y una comunidad de fe con la que hemos compartido más de 20 años. También he tenido la suerte de trabajar en el penal de Vista Hermosa, que es otro mundo, y conocer la dura realidad carcelaria de Venezuela. En un lugar donde caben 350 internos, hay viviendo más de 2.000. El hacinamiento es enorme. Además, es el lugar donde he visto más armas en mi vida. Mi labor con ellos era educativa, daba clases de matemáticas, lengua, comunicación y valores a grupos de internos y conocía la realidad de cada uno. Para ellos era “Faly” y me veían como a uno más, sabían que nuestra casa era una casa de puertas abiertas y que éramos uno más del barrio. ¿Cómo es la fe de este pueblo? Yo creo que la gente tiene hambre de Dios, pero a veces se encuentran con malos testigos que lo proclamen. Allí hay que empezar muchas veces por lo básico, por la promoción social. A un niño con hambre y con una situación familiar desestructurada es muy difícil hablarle de Dios sin empezar por lo social. Los pueblos indígenas en los que trabajábamos eran muy religiosos, querían vivir una fe en comunidad. Tienen mucha hambre de Dios y cuando tú le ofreces algo, responden, acude muchísima gente a todo lo que organizas. Cuando les hablas de los valores del Evangelio y les muestras cariño, apuestan por ello. Y si además ven que lo vives en tu familia y tienes una comunidad que lo respalda, te conviertes en una persona que convence. He visto una fe grande en gente muy sencilla y muy humilde. El lema del DOMUND es “Sé valiente, la misión te espera”, ¿qué significa para usted? Misionero es uno aquí y allí y donde quiera que esté. La misión se te presenta en el día a día. Allí ve uno tantas necesidades primarias, tanto por hacer… y hace falta gente generosa que de verdad abra los ojos y vea que, desde sus dones y talentos, puede dar algo y ofrecerse para intentar construir ese mundo mejor que el Señor nos pide. La persona feliz es la que ama y se siente amada. Si queremos ser verdaderamente felices, tenemos que amar y eso significa entregarse y también recibir ese amor de parte de la gente. Hay mucho que hacer, ser valiente, mirar no solo las dificultades, sino hacer lo que se pueda desde las propias circunstancias, pues ser generoso revierte mucho bueno en ti. Enviados por una comunidad, ¿qué importancia tiene la comunidad para ustedes? Para nosotros es muy importante estar dentro de una comunidad que te anima a trabajar. El mismo Jesús trabajó en comunidad. Desde la comunidad, las cosas saben más a Evangelio. Allá vivíamos en una comunidad de fe, que también se encontró con sus dificultades, pero que siguió adelante. Una comunidad de jóvenes con la que comenzamos a trabajar en el 93 y ya son familias. ¡Qué bueno que sigamos siendo amigos, compartiendo fe y vida! Vivir la fe es toda una aventura. Cada etapa de mi vida ha sido bastante plena. Viví aquí y me formé en un movimiento con un gran valor de la comunidad. Recibimos la llamada y allá que nos fuimos unos cuantos. Esa etapa allí ha sido importante, hemos superado verdaderas crisis, saber salir de ese desierto gracias a la oración es muy importante. La gente necesita escuchar el mensaje de esperanza del Evangelio. Y también es importante enamorarte de lo que estás haciendo, cuando uno está enamorado de lo que hace, vive muy feliz. Ahora comenzamos otra etapa, mi misión está aquí, con mi familia y con mis padres, que se me van haciendo mayores.