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Dedicación del templo parroquial de San Isidro Labrador (Cártama Estación)

Publicado: 25/11/2012: 1201

Homilía pronunciada por el Obispo de Málaga, D. Jesús Catalá, en la Eucaristía celebrada con motivo de la dedicación del templo parroquial de San Isidro Labrador, en Cártama Estación el 25 de noviembre de 2012

DEDICACIÓN DEL NUEVO TEMPLO

DE LA PARROQUIA DE SAN ISIDRO LABRADOR

(Cártama-Estación, 25 noviembre 2012)

Lecturas: Neh 8, 2-6.8-10; Sal 92; Ap 1, 5-8; Jn 18, 33b-37.

(Domingo Ordinario XXXIV - B)

1.- Un saludo fraternal a D. Antonio, obispo emérito de esta Diócesis, al párroco y demás sacerdotes concelebrantes. A vosotros, queridos feligreses y otros fieles, bienvenidos a esta celebración. Sería bueno que todos los fieles pudieran asistir al menos una vez en la vida. La dedicación de un templo es una liturgia muy hermosa. Os invito a estar atentos para captar los signos que expresan el significado de la consagración de un lugar al Señor.

Según el libro de Nehemías, que hemos escuchado, después de reconstruir la ciudad de Jerusalén, las murallas y el templo, se congregó todo el pueblo y el sacerdote Esdras leyó el Libro de la Ley (cf. Neh 8, 2): «Esdras bendijo al Señor, el Dios grande, y todo el pueblo respondió con las manos levantadas: “Amén, amén”. Luego se inclinaron y adoraron al Señor, rostro en tierra» (Neh 8, 6).

Esta acción sucedió hace muchos años, en el antiguo pueblo de Israel. Hoy hemos escuchado la Palabra de Dios y hemos contestado con un “Amén”, dando gracias a Dios porque se ha proclamado su Palabra entre nosotros en este lugar sagrado.

                    El sacerdote Esdras explicó al pueblo el sentido, para que entendieran la lectura (cf. Ne 8, 8) y dijeron a toda la asamblea: «Este día está consagrado al Señor, vuestro Dios. No estéis tristes ni lloréis; y es que todo el pueblo lloraba al escuchar las palabras de la Ley» (Neh 8, 9).

                    Hoy, queridos fieles, queremos emular lo que hizo el resto del pueblo de Israel en Jerusalén: hacer fiesta por la construcción de este hermoso templo parroquial de San Isidro y Santa María de la Cabeza en Cártama-Estación.

                    Hoy es un día grande: «Este día está consagrado al Señor. ¡No os pongáis tristes; el gozo del Señor es vuestra fuerza!» (Neh 8, 10). Cada año, tal día como hoy, celebraréis con alegría el aniversario de la consagración de este templo; así nos lo pide la liturgia de la Iglesia. Cada 25 de noviembre esta comunidad celebrará la consagración de este templo.

Los que estuvisteis cuando pusimos la primera piedra “llovió a cántaros”. Os dije entonces que tampoco olvidaríais este hecho. Tampoco se debe olvidar, pues, este día de la consagración.

2.- Con la Solemnidad de Jesucristo Rey se concluye el Año litúrgico. La Iglesia adora a su Señor, porque Cristo es «El Alfa y la Omega, el que es, el que era y ha de venir, el Todopoderoso» (Ap 1, 8).

Cristo es el principio y el fin del universo. Jesús es el único Rey verdadero, principio, conductor. “El Señor es el fin de la historia humana, punto de convergencia hacia el cual tienden los deseos de la historia y de la civilización, centro de la humanidad, gozo del corazón humano y plenitud total de sus aspiraciones” (Gaudium et spes, 45). Con su venida al mundo ha cambiado radicalmente la historia del hombre. Él ha vencido la muerte y se ha convertido en Señor de los señores: «Jesucristo, el testigo fiel, el primogénito de entre los muertos, el príncipe de los reyes de la tierra» (Ap 1,5). La encarnación de Jesucristo, su muerte y resurrección marca un hito tan importante en la historia, que es irreversible y ha iniciado una etapa nueva en la humanidad; ha nacido un reino nuevo.

                    La visión del profeta Daniel se cumple en Jesús de Nazaret, muerto y resucitado: «He aquí que en las nubes del cielo venía como un Hijo de hombre» (Dan 7,13).

                    En este último domingo del año litúrgico rendimos homenaje a nuestro Rey: «A él se le dio imperio, honor y reino, y todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieron. Su imperio es un imperio eterno, que nunca pasará, y su reino no será destruido jamás» (Dan 7,14).

3.- Pero el reinado de Jesucristo no es de este mundo. Cuando Pilatos preguntó a Jesús si era rey de los judíos, Jesús le contestó: «Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mi guardia habría luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi reino no es de aquí» (Jn 18, 36).

La realeza de Jesús no le viene ni por sucesión dinástica, ni por elección popular; sino por su condición de Hijo de Dios, hecho hombre y salvador de la humanidad.

El reino de Dios crece de manera incesante, aunque imperceptible, en medio de grandes dificultades y persecuciones; pero no puede ser destruido por los poderes de este mundo, porque es un reino especial. Lo han intentado muchas veces, a lo largo de la historia, sin éxito. Solamente los humildes, los que trabajan por la paz, los sufridos, unidos a su Rey, pueden entrar en este reino y dar testimonio de él. El Señor nos invita a todos a formar parte de su reino y ser ciudadanos. Cristo es el Rey y en él está su reinado.

4.- Jesús se autodefine como rey; pero se trata de un reinado especial: ser testigo de la verdad: «Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad» (Jn 18, 37). Solamente los que son de la verdad escuchan su voz.

El vínculo entre realeza y verdad es la misma persona de Jesús, que es “la Verdad” y no una verdad cualquiera. Él es al mismo tiempo el Reino, la Verdad y la Vida. El nexo entre ambos se encuentra en el misterio pascual, como aparece en el Prefacio, que hoy rezaremos: “Para que ofreciéndose a sí mismo, como víctima perfecta y pacificadora en el altar de la cruz, consumara el misterio de la redención humana, y, sometiendo a su poder la creación entera, entregara a tu majestad infinita un reino eterno y universal”.

La revelación de la verdad de Dios es su Amor. Jesucristo ha expresado de forma plena la entrega en amor y la libertad; ésta es la verdad de Dios. Es la verdad a la que está llamada toda la humanidad.

Hoy consagramos este altar, donde se actualizará el misterio pascual de la entrega amorosa de Jesús hasta el extremo, como dice el evangelista Juan (cf. Jn 13,1). Hoy no está aún la imagen del Cristo en el presbiterio; pero podemos ver la confluencia de imágenes. Donde está ahora la cruz, habrá un Cristo de un gran autor contemporáneo. Cristo se ofrece al Padre en el sacrificio de la cruz por amor a los hombres: y ese mismo sacrificio se actualiza en el sacrificio incruento en el altar.

                    Participar en este altar, es decir, en la Eucaristía, exige la misma actitud de amor que la del Maestro, quien fue coronado de espinas, su trono fue la cruz, su gloria se manifestó en la cruz, se mostró como siervo, lavó los pies de los discípulos y nos enseñó la forma de ser los primeros, buscando siempre el último lugar. Él nos invita hoy a ofrecernos en el altar de cada día, para hacer la voluntad de Dios en nuestras vidas.

5.- Jesucristo nos ha asociado a su persona y nos ha hecho partícipes de su reino y de gloria: «Nos ha hecho reino y sacerdotes para Dios, su Padre» (Ap 1,6). Por eso el libro del Apocalipsis nos invita a darle alabanza y gloria: «A Él la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén» (Ap 1,6).

Cristo, el único «Rey de reyes y Señor de señores» (Ap 19,16) y el único sumo sacerdote, nos asocia a él para ser reyes, para luchar como reyes y extender su reinado -servicio de amor- por todo el mundo; para ofrecer a Dios Padre el culto de nuestra vida, oraciones y sufrimientos, como ofrenda bautismal sacerdotal. Jesucristo, testigo fiel y Príncipe de los reyes de la tierra, ha hecho de nosotros un reino de sacerdotes; a él la gloria y el poder por los siglos.

Es bueno cantar a quien es el Rey del universo, gozarse de su triunfo, alegrarse por pertenecer a su reino, afirmar su señorío con valentía. Hoy es día de homenaje, de alabanza, de adoración y de amor agradecido. La liturgia nos anima a identificarnos como miembros del Reino de Dios.

6.- El templo que hoy dedicamos a Dios es un signo visible de su reinado. Podemos fijarnos en la estructura del templo. Deseo felicitar al párroco, D. Gerardo, porque ha puesto mucho ilusión y creatividad en este templo, que tiene un gran significado teológico.

Enuncio algunos los elementos de los que está compuesto y hacer un recorrido arquitectónico:

- La linterna tiene forma octogonal. Antiguamente los baptisterios, que se encontraban fuera de los templos, solían tener forma octogonal; recuerdo los de Florencia y Pisa en Italia. Esta linterna tiene una ventana referencia a la Iglesia, como gran sacramento, que expresan los siete sacramentos. La octava ventana hace referencia al primero y al octavo día, es decir, el domingo.

- Luz del cielo, que penetra en este mundo, a través de la Iglesia. Los cristianos como luz del mundo y sal de la tierra; son necesarios en este mundo.

- Los Mandamientos: Palabras de vida, que Dios ha dado a los hombres, para que vivan felices y alcancen la vida eterna. Quien quiera ser hijo de Dios, debe vivir los mandamientos.

- Las Bienaventuranzas: Son las consignas de felicidad; es el plan del cristiano.

Todo esto resume la vida sacramental, la vida moral y las bienaventuranzas.

Aquí se proclama la Palabra, se anuncia la salvación y se nos convierte en testigos para proclamar el reino de Dios.

7.- Hay otros elementos, como las imágenes de ladrillo de San Isidro y Santa María de la Cabeza, que se encuentran en la fachada.

Completa toda la estructura el Presbiterio con el Cristo en la pared frontal; el altar en el centro del presbiterio; la pila bautismal y la presencia sacramental de Jesucristo en el Sagrario.

Queridos feligreses, disfrutad de esta maravilla de tempo, preñado de símbolos con su significado teológico y realizado con mucho amor.

Agradezco a todas las personas, que habéis participado en la construcción del templo. Ahora hay que seguir colaborando para ir pagándolo poco a poco. Esto os ha unido como miembros de la misma parroquia. El Señor os ha regalado la posibilidad de construir juntos un templo; y ahora el poder disfrutarlo.

 Pedimos a la Virgen Santísima que nos acompañe en nuestra vida de cristianos, como miembros y ciudadanos del reino de Cristo. ¡Que el Señor nos haga testigos de su reino en medio de la sociedad! Así sea.

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