NoticiaColaboración La sonrisa del amor Publicado: 07/10/2019: 4238 Rafael Pérez Pallarés aborda el momento del cambio de destino de sacerdotes, que conlleva despedidas y bienvenidas de los párrocos en muchas comunidades. Septiembre y octubre son meses ajetreados en algunas parroquias de la diócesis de Málaga. Durante estas últimas semanas en determinadas comunidades parroquiales hay cambio de párroco, algo que no es baladí porque afecta directamente al tipo de presencia religiosa cristiana católica en nuestros pueblos y ciudades. Las despedidas y bienvenidas se están sucediendo tanto en Málaga capital como Melilla y en algunos pueblos. Esto es algo que cada año ocurre, por tanto, pasa por ser algo normal. Ahora bien, el hecho de que sea común, no resta un ápice de importancia tanto para la vida de la comunidad parroquial como para el sacerdote o parroquia en general. La tarea sacerdotal, por más que algunos se empeñen en empañar o despreciar, no solo es necesaria sino valorada por millares de personas; una tarea que tiene sus particularidades máxime teniendo en cuenta que cada sacerdote tiene su particular manera de ser y actuar. En este sentido, y aunque de todo hay en la viña del Señor, podemos afirmar sin temor a equivocarnos que en Málaga, en términos generales, a los curas se les quiere; se les quiere porque se valora la tarea que realizan en los pueblos y barrios, porque se aplaude su atención personal, porque se les reconoce su liderazgo espiritual y social. De todas formas, es bueno recordar que un sacerdote es eso, un sacerdote; un mediador entre Dios y el ser humano; con sus virtudes y defectos pero que dista de ser un psicólogo, un asistente social, un coach... A veces hay quien confunde el tiro y recurre al cura para que le solucione la vida olvidando que hay profesionales especializados; como comprenderá el lector, para el sacerdote es inviable e imposible saber de todo; de hecho, hay que advertir sobre quien se cree que sabe de todo y puede orientar sobre todo. El cura de lo que debe saber es de Dios, debe tener experiencia de Dios y cuando esto se da, la gente lo detecta, sabe dónde hay un buen cura. Precisamente esto es lo que en este tiempo estamos viviendo en algunas parroquias: cómo la gente valora la salida de sus párrocos. De hecho, en muchas despedidas se evidencia que las lágrimas son la última sonrisa del amor y se entrelazan lágrima y abrazo, gratitud y oración por quien deja o llega a una comunidad. Algo que además expresa que nadie es imprescindible, solo Dios.