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Domingo de Ramos (Catedral-Málaga)

Entrada de Jesús en Jerusalén.
Publicado: 24/03/2024: 8019

Homilía de Mons. Jesús Catalá en la celebración del Domingo de Ramos 2024 en la Catedral de Málaga

DOMINGO DE RAMOS

(Catedral-Málaga, 24 marzo 2024)

Lecturas: Is 50, 4-7; Sal 21, 8-9.17-24; Flp 2, 6-11; Mc 14, 1 – 15, 47.

Acompañar a Jesús a Jerusalén

1.- Iniciamos la “Semana Santa” con el Domingo de Ramos, como gran pórtico de los últimos acontecimientos y de la culminación de la vida terrena del Señor. 

Jesús sube a Jerusalén para cumplir las Escrituras y ofrecer su vida en la cruz, que será su trono desde donde reinará por toda la eternidad, otorgando a la humanidad el don de la salvación. 

Al Maestro le sigue una «gran muchedumbre» (cf. Mc 10, 46), cautivada por su enseñanza, sus palabras y, sobre todo, por sus obras. En la procesión del Domingo de Ramos nos unimos a la muchedumbre de discípulos que, con alegría festiva, acompañan al Señor en su entrada en Jerusalén. 

“Como ellos, alabamos al Señor alzando la voz por todos los prodigios que hemos visto. Sí, también nosotros hemos visto y seguimos viendo los prodigios de Cristo” (Benedicto XVI, Homilía en el Domingo de Ramos. Vaticano, 1.04.2007). 

2.- Nuestro Maestro escucha a su Padre para descubrir cada día su voluntad (cf. Is 50, 4). Y, una vez escuchada la palabra de salvación, es capaz de pronunciar una palabra de aliento, como dice el profeta Isaías: «Mi Señor me ha dado una lengua de iniciado, para saber decir al abatido una palabra de aliento» (Is 50, 4). 

Nosotros, queridos hermanos, queremos seguir a Jesucristo. Sus discípulos debemos también abrir el oído para acoger la Palabra divina, que nos ilumina y nos transforma.

El Siervo de Yahveh, fortalecido por la fuerza de Dios, es capaz de afrontar los insultos y el maltrato de sus perseguidores, como decía el profeta: «Ofrecí la espalda a los que me apaleaban, las mejillas a los que mesaban mi barba; no escondí el rostro ante ultrajes y salivazos» (Is 50, 6).

Con el Maestro seremos capaces de afrontar los duros trabajos del Evangelio, las incomprensiones y persecuciones por la fe, como dice el Siervo de Yahveh: «El Señor Dios me ayuda, por eso no sentía los ultrajes» (Is 50, 7).

3.- Jesús hace su entrada en Jerusalén de manera pacífica, humilde y sin violencia. San Juan dice a la ciudad de Jerusalén: «No temas, hija de Sión; he aquí que viene tu Rey, sentado sobre un pollino de asna» (Jn 12, 15). 

Este gesto revela el verdadero mesianismo; Jesús viene en son de paz, corrigiendo las falsas esperanzas mesiánicas y las falsas expectativas de un Mesías guerrero y prepotente. Él es el Mesías humilde y pacífico.

Es necesario vencer todas las tentaciones de creer que la liberación y la felicidad del hombre se consiguen con la violencia; y en nuestra sociedad hay demasiada violencia. Hemos de aprender este Maestro, manso y humilde de corazón (cf. Mt 11, 28). Jesús es, ciertamente, el verdadero Mesías, que entra en su ciudad manso y humilde. 

Jesús se acerca, además, de manera libre al lugar de su entrega: «He aquí que vengo para hacer tu voluntad» (Hb 10, 9). Nadie le quita la vida, sino que la entrega libre y voluntariamente (cf. Jn 10, 18). 

Jesús, el testigo fiel, realiza su camino hasta el final. Su última acción salvadora debe realizarse en Jerusalén, porque es el centro de la salvación, hacia el que convergen todos los pueblos y desde donde la luz de Dios se proyecta a toda la humanidad. Éste es el sentido teológico de Jerusalén como centro salvífico. Jesús que morir y resucitar en Jerusalén.

4.- Es necesario llegar hasta el Calvario, lugar privilegiado de la revelación del amor infinito de Dios, que es el único que libera profunda y realmente. 

Mirando al Maestro se comprende que hay que asumir el compromiso del amor; porque el Amor de Dios se ha manifestado definitivamente en Jesús. Como dice el apóstol Pablo: «Ni altura, ni profundidad, ni ninguna otra criatura podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor» (Rm 8, 39).

Este amor comprometió la vida de Jesús y debe comprometer todas las dimensiones de nuestra vida. Este amor ilumina y transforma la existencia humana en todas sus manifestaciones. Jesús había proclamado esta bienaventuranza, que sólo entienden y pueden vivir sus verdaderos discípulos: «Bienaventurados los mansos, porque ellos heredarán la tierra (…).  Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios» (Mt 5, 4.9). ¡Ojalá a todos los cristianos se nos pueda llamar bienaventurados, porque trabajamos por la paz!

5.- Jesús nos invita a dejar nuestra voluntad para cumplir la voluntad del Padre, como hizo él. Nuestra vida queda de ese modo centrada en el Señor, sin otros puntos de referencia, como pueden ser la profesión, la voluntad personal, los planes de futuro, la carrera, los negocios, el trabajo.

Él pide que nos abandonemos plenamente a la voluntad de Dios, para que se convierta en la razón de su vida. La renuncia que esto implica lo conocemos ya de la vida de Jesús, quien renunció a su propia voluntad, para hacer la de su Padre.  

Subir a Jerusalén con Jesús exige entregarnos libremente a Él por la verdad y por el amor; Él nos precede y nos muestra el camino (cf. Benedicto XVI, Homilía en el Domingo de Ramos. Vaticano, 1.04.2007).

Queridos hermanos, hemos escuchado y meditado la Pasión y Muerte de Nuestro Señor Jesucristo, según el evangelista Marcos (cf. 14, 1 – 15, 47). El ejemplo de Jesús, que acepta subir a Jerusalén nos ayude a seguir sus pasos y aceptar la voluntad de Dios en nuestra vida. 

Pedimos a la Virgen Santísima que nos cuide y nos acompañe en el en el seguimiento de su Hijo Jesús. Amén.

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