DiócesisHomilías Santa María de la Victoria, Patrona de la Diócesis (Catedral-Málaga) Publicado: 08/09/2013: 5143 Homilía pronunciada por el Obispo de Málaga, D. Jesús Catalá, en la fiesta de Santa María de la Victoria, Patrona de la Diócesis (Catedral-Málaga) celebrada el 8 de septiembre de 2013. SANTA MARÍA DE LA VICTORIA, PATRONA DE LA DIÓCESIS DE MÁLAGA (Catedral-Málaga, 8 septiembre 2013) Lecturas: Sb9,13-18; Sal 89; Flm 9-10.12-17; Lc 1,26-38. (Domingo Ordinario XXIII-C) La Virgen María se fió de Dios 1. Queridos hermanos en el episcopado, D.Fernando y D.Antonio, Cabildo Catedral y demás sacerdotes concelebrantes y ministros del altar; excelentísimas autoridades civiles, académicas y militares; Hermano mayor y miembros de la junta y de la Hermandad de Santa María de la Victoria. Quiero agradecer al Rvdo. Manuel Ángel Santiago, párroco de NªSª del Rosario en Fuengirola, su explicación doctrinal y teológica en esta Novena a la Virgen, que ha predicado; sobre todo la manifestación de su gran devoción a Santa María de la Victoria. Como él mismo ha dicho, aunque nacido en “El Perchel” (Málaga), vivió en su familia y en su ambiente, desde su tierna infancia, la devoción a la Virgen, que siempre le ha acompañado. Antes de comenzar la Eucaristía he recibido una llamada del Sr, Alcalde de Málaga, quien, como saben, se encuentra en Buenos Aires representando la delegación española para la candidatura de los Juegos Olímpicos. Ha tenido el detalle de desearnos una feliz fiesta; él participa siempre en esta celebración, pero hoy no ha podido estar. 2. Queridos fieles y devotos todos, en el pasaje bíblico de la Visitación Isabel respondía al saludo de María con estas palabras: «¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas, que le fueron dichas de parte del Señor!»(Lc 1,45). María ha creído en la palabra, que le llegaba de parte del Señor, sobre su propio destino; ella se fió plenamente del Señor y por eso se convierte en modelo y figura de la fe de los discípulos de Jesús. María no solo es presentada en los Evangelios como la que cree y la que se fía de Dios. También otros personajes bíblicos y el mismo José, el esposo de la Virgen, aparece como aquel, que cree en la palabra que se le dice de parte de Dios, superando la duda y afrontando su destino, pero confiado en el designio de Dios; así lo dice el Evangelio: «Despertado José del sueño, hizo como el ángel del Señor le había mandado»(Mt 1,24). María, pues, no es solo modelo de fe por haber creído; además, y sobre todo, lo es por haber creído en las condiciones en que sólo a ella la ha colocado Dios en la historia de la salvación; es decir, ella es la predestinada, por designio divino, a ser la Madre del Hijo eterno de Dios. La figura de María es valorada por ser la Madre del Redentor, tal como la Iglesia la declararía en el Concilio de Éfeso, en el año 431. 3. La fe de María es obra de la gracia de Dios, que ella hace suya, confiando plenamente en la palabra, que le fue dicha de parte de Dios. Con esta actitud puso en juego su libertad y su misma vida. María, al fiarse de Dios, se pone en sus manos, acepta la palabra divina y hace depender su futuro personal de la voluntad divina. Con esta actitud afronta el juicio de los hombres sobre su vida, presentándose ante José, con quien estaba desposada, con el misterio de su embarazo virginal (cf. Mt 1,18-20). No tuvo miedo de afrontar la realidad, fiándose plenamente del Señor. El ejemplo de María para cada uno de nosotros es magistral. Nos cuesta ponernos en manos de Dios; nos cuesta fiarnos de él; nos cuesta aceptar la voluntad divina, de tal manera que, cuando no coincide con la nuestra, a veces hasta nos enfadamos con Dios y protestamos. Se diría, más bien, que queremos dominar la voluntad de Dios a nuestro capricho. 4. No le resultó fácil a la Virgen aceptar las consecuencias de fiarse de Dios. Desde el inicio tuvo que aceptar y meditar lo que no entendía, como dice el evangelista Lucas: «María, por su parte, guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón»(Lc 2,19). ¡Cuántas veces no entendemos los designios de Dios en nuestra vida, ni en la de nuestros familiares, amigos o cercanos! María nos enseña a aceptar la realidad, a meditarla y a sintonizar nuestro corazón con el amor de Dios. Desde el primer momento ella pudo experimentar la angustia del futuro, que hería su corazón de Madre, unida al destino de su Hijo. Tuvo que escuchar las palabras de Simeón, que decía: «Éste está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y como signo de contradicción -¡y a ti misma una espada te atravesará el alma!»(Lc 2,35). Eso lo oye a los pocos días de nacer su Hijo, cuando había volcado, como toda madre, todas sus esperanzas en el nuevo retoño de sus entrañas. Toda su vida estuvo unida a la de su Hijo, con las zozobras, las angustias y preocupaciones, propias del ejercicio de su maternidad. Para una madre, desde que engendra a su hijo hasta que o muere ella o se le va el hijo, no acaba nunca su preocupación por ese hijo; ¡bien lo sabéis! Los padres estáis unidos de por vida a vuestros hijos. María lo estuvo y, además, con un afecto entrañable. Al final de la vida terrena de su Hijo lo contemplará tratado como un malhechor, a pesar de ser el varón perfecto y la plenitud de la vida humana y el ser más perfecto de la humanidad. María lo verá colgado de una cruz, acompañada solamente de unas piadosas mujeres y de la presencia del fiel discípulo amado Juan (cf. Jn 19,25-27). La fe de María estuvo siempre sostenida por la gracia divina, como debe estar también la fe de todos los creyentes. Su fe le fue reputada como justicia, como le fue reputada a Abrahán (cf. Rm 4,3). 5. El libro de la Sabiduría, que hemos proclamado, se pregunta por el hombre que pueda ser capaz de conocer el designio de Dios(cf. Sb 9,13), reconociendo que los pensamientos de los mortales son frágiles e inseguros sus razonamientos(cf. Sb 9,14). En María tenemos un modelo de conocimiento especial de los designios de Dios, que vislumbra por fe y que acepta por amor. Para conocer los designios de Dios es necesario recibir el don del Espíritu. El libro de la Sabiduría se pregunta: «¿Quién conocerá tus designios, si tú no le das sabiduría y le envías tu santo espíritu desde lo alto?» (Sb 9,17). Los designios divinos son conocidos y aceptados por fe. Existe una plena sintonía entre la Virgen María y el Espíritu Santo. A la pregunta de María, el ángel le responde: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios» (Lc 1, 35). La historia de salvación se realiza sinérgicamente cuando Dios y el hombre interactúan conjuntamente, como sucede con María y el Espíritu Santo. Pero los humanos pretendemos muchas veces llevar adelante nuestra historia y nuestros planes de vida, prescindiendo de Dios; por eso no salen bien los planes y no obtenemos los resultados pretendidos. Si queremos hacer historia de salvación en nuestras vidas, hemos de hacerlo con el Señor; contando con su voluntad y aceptándola; fiándonos de él. Pedimos a la Virgen, Santa María de la Victoria, que nos ayude a descubrir con sabiduría los planes de Dios en nuestra vida y a saber acogerlos con prontitud y confianza. Cuando rezamos el Padrenuestro no debemos tener miedo de que el Señor haga su voluntad en nosotros; lo que él decida será, con mucho, lo mejor para nuestra vida, aunque inicialmente no lo veamos así. 6. En la carta de Pablo a su amigo Filemón, proclamada en esta celebración y tomada del Domingo del tiempo ordinario (XXIII-C), le pide que trate al esclavo Onésimo como a un hermano (cf. Flm 16); más aún, que lo reciba como acogería al mismo Pablo (cf. Flm 17), que se encuentra «prisionero por Cristo Jesús» (Flm 9). Y ¿qué tiene que ver este pasaje con la fiesta de Virgen de la Victoria? Tiene mucho que ver, porque la fe en Dios debe tocar todas las dimensiones del creyente. La luz de la fe va transformando la vida del cristiano; fiarse de Dios, como María, implica permitir que él actúe en lo más íntimo de nuestro ser y en todas las facetas de nuestra vida. La Virgen permitió que el Espíritu Santo divinizara todo su ser y transformara su corazón, haciéndolo capaz de acoger a todo ser humano. El Espíritu la hizo Madre del Redentor y, en consecuencia, madre de todos los hombres. Ella se ocupa con maternal solicitud de todos sus hijos. A los pecadores nos anima a pedir perdón y a volver a la casa paterna, como hizo el llamado “hijo pródigo” (cf. Lc 15,18-19); a los esclavos, como Onésimo, nos trata con afecto, invitándonos a vivir en libertad, saliendo de la cárcel de nuestros vicios; a los alejados nos llama, para que volvamos a disfrutar de la compañía del Padre bueno; a los orgullosos nos anima a aceptar, con humildad, la verdad de nuestra vida, sin sentirse superiores a los demás. Y a todos la Virgen nos anima a acoger al más necesitado. 7. El amor a Dios nos convierte en apasionados de la humanidad y nos impulsa a compartir con todos los hombres sus penas y alegrías, sus fracasos y éxitos, sus dudas y certezas. Todo gesto de amor genuino, aún el más pequeño e insignificante, contiene en sí un destello del misterio infinito del amor de Dios. Hemos de contemplar el amor infinito de Dios, alegrarnos con su presencia y tener plena confianza en Él, para poder amar como Él ama, saliendo de nosotros al encuentro de los preferidos de Dios; buscando a quienes Él busca y saliendo al encuentro gozoso con los más necesitados. Le pedimos a la Virgen de la Victoria que nos enseñe a mirar con atención a todos los hermanos, a hacernos cercanos a ellos, a compartir sus inquietudes y proyectos, a sanar sus heridas y a compartir la responsabilidad por el bien común. 8. Celebrar la fiesta de nuestra Patrona es una alegría que el Señor nos concede cada año. Contemplemos a María, la fiel creyente, que se fió de Dios y puso toda su vida en las manos bondadosas del Padre. ¡Ojalá nos fiemos, como ella, y sepamos descansar, como niños, en el regazo divino paterno! Pedimos a la Virgen de la Victoria que interceda por nuestras familias, para que sean hogares donde se viva el amor. Le pedimos que interceda maternalmente, para que el Señor nos dé un corazón generoso y solidario; para que sepamos construir una sociedad más justa, donde reine la paz, tan deseada y necesitada y se reconozca la dignidad de todas las personas; para que trabajemos todos por levantar y hacer crecer la sociedad. ¡Que Santa María de la Victoria interceda por todos nosotros, para que sepamos vivir en la escucha de la Palabra de Dios y demos testimonio coherente de la fe recibida, del inmenso amor que Dios nos tiene, y de la esperanza cristiana! Amén. Autor: diocesismalaga.es Más artículos de: Homilías 50 aniversario de la Asociación Misioneros de la Esperanza-MIES (Parroquia de Santa María de la Amargura-Málaga)Jornada Mundial de la Juventud (Catedral-Málaga) Compartir artículo Twitter Facebook Whatsapp Enviar Imprimir