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Apertura del curso de los centros teológicos de la Diócesis (Seminario-Málaga)

Capilla del Seminario Diocesano de Málaga con la cruz de el Buen Pastor al fondo
Publicado: 23/09/2022: 4912

Homilía de D. Jesús Catalá en la Eucaristía celebrada en el Seminario de Málaga con motivo de la apertura del curso de los centros teológicos de la Diócesis

APERTURA DEL CURSO DE LOS CENTROS TEOLÓGICOS DE LA DIÓCESIS

(Seminario, 23 septiembre 2022)

Lecturas: Ecl 3, 1-11; Sal 143, 1-4; Lc 9, 18-22.

1.- Según el libro del Eclesiastés: «Todo tiene su momento, y cada cosa su tiempo bajo el cielo» (Ecl 3, 1). Y describe algunas acciones positivas, propias del ser humano: «Tiempo de nacer, tiempo de morir; tiempo de plantar, tiempo de arrancar» (Ecl 3, 2).

Otras acciones son negativas: matar, destruir (cf. Ecl 3, 3), llorar, hacer duelo (cf. Ecl 3, 4); estas son la otra cara de la medalla.

Podríamos hacernos la pregunta: ¿Qué son las que más promovemos? Algunas acciones no dependen tanto de nosotros, porque nos vienen producidas por acontecimientos; pero otras acciones están en nuestras manos y las promovemos nosotros: criticar a otros, destruir lo que otros han construido. Se matar de muchas maneras, porque en cierto sentido se mata al otro quitándole la fama y haciendo comentarios negativos. El papa Francisco insiste mucho en que no se debe criticar negativamente a los demás.

Podemos transformar las cosas negativas en positivas; y convertir los tiempos negativos, transformándolos a mejor. Debemos ampliar nuestras acciones positivas, para que el reino de Dios se haga presente.

2.- Al iniciar el Curso académico en los Centros Teológicos de nuestra Diócesis, debemos preguntarnos: ¿Cuál es la tarea fundamental y principal de los alumnos?

La tarea principal del alumno es estudiar, profundizar en la fe, adentrarnos en el misterio de Dios, gozar de la sabiduría; es decir, apreciar el sabor, saborear la divinidad. Como decía Tomás de Aquino, que estudiando se reza y rezando se estudia.

Entre los alumnos se encuentran aprendices de pastores, cuya tarea es formarse, aprender de otros pastores (profesores, párrocos), y preparar su corazón como pastores del Señor.

3.- El Salmo nos ofrece la oración a Dios como fuerza y fundamento de nuestra vida: «Bendito el Señor, mi Roca, que adiestra mis manos para el combate, mis dedos para la pelea» (Sal 143, 1).

El Espíritu nos fortalece para la misión encomendada. Celebramos la Misa votiva del Espíritu Santo con las lecturas propias del tiempo ordinario (Semana XV). Hemos de dejar que el Espíritu nos fortalezca con sus dones. Es él quien nos hace abrir los ojos para penetrar en el misterio de Dios.

En la historia de la salvación hay dos protagonistas, aunque muy diferentes entre sí y con diversa misión: por una parte, está Dios, que es el protagonista principal y quien toma la iniciativa; por otra parte, esté el hombre, que acepta el don divino y colabora corresponsablemente.

4.- María Magdalena, cuando se le aparece Jesús resucitado, ve al hortelano (verbo griego “orao”), sin descubrir que era el mismo Jesús. El Señor le permitió    que ella lo reconociera como su Maestro. Ella solo veía al hortelano; pero el Señor le permite que lo reconozca y lo vea.

Eso sucede también en las apariciones a los discípulos, quienes no ven a Cristo resucitado; pero el Señor les permite que le reconozcan. También a nosotros nos permite que penetremos en su misterio. No se trata de un esfuerzo racional de nuestra inteligencia, sino un acto del corazón, de fe, de afecto, que implica a toda la persona. El Espíritu nos permite penetrar en el misterio de Dios.

5.- A Dios lo reconocemos como bienhechor, alcázar, baluarte, escudo y refugio (cf. Sal 143, 2). Y, a pesar de la pequeñez del ser humano, Dios cuida de nosotros: «Señor, ¿qué es el hombre para que te fijes en él? ¿Qué los hijos de Adán para que pienses en ellos?» (Sal 143, 3).

Dios, siendo eterno, ama al hombre que es limitado y temporal: «El hombre es igual que un soplo; sus días, una sombra que pasa» (Sal 143, 4). A la criatura temporal, Dios le permite participar en lo eterno. Dios nos permite participar de su vida divina.

Damos gracias a Dios que nos cuida y nos ofrece la posibilidad de compartir su vida divina. Y el estudio de la teología es un regalo más en la penetración y en el conocimiento del misterio.

6.- En una Visita pastoral reciente a una parroquia, hablaba de que el Verbo eterno se hizo carne y entró en la historia del hombre; por eso podemos conocerlo. Jesús es el rostro de Dios, que podemos ver y oír. Y los momentos del tiempo, los podemos convertir en momentos de eternidad.

La celebración del misterio pascual, que la hacemos en el tiempo, es un momento de eternidad. El Señor nos permite participar del misterio pascual; y toda la teología pretende conocer mejor el misterio de Dios.

7.- En el evangelio de hoy Jesús pregunta a sus discípulos: «¿Quién dice la gente que soy yo?» (Lc 9, 18). Ellos le contestaron que unos dicen que es Juan el Bautista; otros, que Elías, otros que ha resucitado uno de los antiguos profetas (cf. Lc 9, 19).

Pero a Jesús no le interesa lo que diga la gente; más bien quiere conocer lo que piensan sus discípulos: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?». Él quiere saber lo que piensan sus “amigos” (cf. Jn 15, 14).

Queridos alumnos, la respuesta de no debería ser la misma antes de estudiar teología que después.

Pedro respondió: «El Mesías de Dios» (Lc 9, 20), haciendo una confesión de fe en la divinidad de Jesús.

El estudio de la teología debe ayudarnos a hacer una verdadera profesión de fe en la divinidad de Jesús, quien no es solo un personaje histórico, sino el Verbo de Dios encarnado.

A los alumnos y profesores de los centros teológicos el Señor nos pide también una confesión personal de fe en su divinidad. No se puede hacer teología sin fe y sin amor a Dios; porque no es el estudio de una simple materia académica.

8.- Jesús dio testimonio del Padre con el ofrecimiento de su vida en la cruz, tal como él mismo predijo: «El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar al tercer día» (Lc 9, 22).

La Iglesia existe para evangelizar. El Concilio Vaticano II nos recuerda que el fin propio de la actividad misionera es la evangelización y la implantación de la Iglesia (cf. Ad gentes, 6).

Estamos llamados a ser testigos del Señor resucitado, como María Magdalena que fue a anunciar a los discípulos la resurrección de Jesús. En la última reforma del Misal se ha titulado la fiesta de María Magdalena como la “Apóstol de los apóstoles”. (Para que luego digan que la Iglesia trata mal a la mujer). Jesús le dice a la Magdalena que diga a sus hermanos que vayan a Galilea (cf. Jn 20, 16-17).

9.- El hombre es la única criatura en la tierra a la que Dios ha amado por sí misma (cf. Gaudium et spes, 24c). Y la razón más alta de la dignidad humana consiste en la vocación del hombre a la unión con Dios (cf. Ibid., 19). El Señor nos envía a anunciar la Buena nueva de la salvación; de haber sido redimidos, de la presencia de la eternidad en el tiempo.

El Espíritu Santo ofrece a todos los hombres la posibilidad de que, de un modo conocido sólo por Dios, se asocien al este misterio divino (cf. Ibid., 22e). Nosotros podemos colaborar para que esto se haga realidad con nuestra profesión de fe, con nuestro testimonio y con el anuncio de esta Buena nueva.

Os animo, en este inicio de curso, a profundizar en este misterio de amor, a vivirlo, a experimentarlo y anunciarlo a los demás.

Pedimos luz al Espíritu Santo para conocer mejor la vida divina, a través del estudio, de la oración y de la contemplación, para realizar bien nuestra misión evangelizadora.

Y también pedimos la intercesión de la Santísima Virgen, Nuestra Señora de la Victoria, que nos ayude en esta hermosa tarea y nos acompañe a lo largo del presente curso académico que hoy iniciamos. Amén.

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