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Bautismo del Señor (Catedral-Málaga)

Fiesta del Bautismo del Señor en la Catedral de Málaga // M. ZAMORA
Publicado: 12/01/2020: 6986

Homilía pronunciada por el Obispo de Málaga, D. Jesús Catalá, en la Solemnidad del Bautismo del Señor, en la Catedral de Málaga, el 12 de enero de 2020.

BAUTISMO DEL SEÑOR

(Catedral-Málaga, 12 enero 2020)

Lecturas: Is 42, 1-4.6-7; Sal 28, 2-4.9-10; Hch 10, 34-38; Mt 3, 13-17.

El Bautismo, fuente de Luz

1.- Con la fiesta del Bautismo de Jesús se clausura el ciclo litúrgico de la Navidad. A partir del tiempo ordinario, la liturgia nos ofrece la contemplación de los misterios de la vida pública de Jesus. Después entraremos en la Cuaresma, como tiempo intenso de penitencia, para preparar la gran fiesta de la Pascua.

Es bueno recordar que nuestra vida cristiana y nuestra inserción en la vida de Jesucristo empieza con nuestro bautismo. En él el cristiano es sumergido en la sepultura y en la resurrección de Cristo. Esta celebración bautismal mira, pues, hacia la Pascua; el bautismo es una manera de celebrar el misterio pascual del Señor.

El bautismo es el fundamento de la llamada a la santidad; es el inicio del proceso de santificación y divinización. Dios nos adopta como hijos y nos invita a darle culto y adorarlo «en espíritu y verdad» (cf. Jn 4,23).

Éste el primer peldaño del proceso de iniciación cristiana, que debe crecer con el don del Espíritu, que se recibe en el sacramento de la confirmación, y se alimenta en la mesa eucarística del Señor.

Queridos padres, padrinos y familiares, corresponde a vosotros educar a vuestros hijos en la fe, que hoy les regala la Iglesia, y acompañarles en la maduración de la misma. ¡Ayudadles a crecer en la fe, en la esperanza cristiana y en el amor! Hoy asumís un compromiso importante, igual que el día que engendrasteis a vuestro hijo; porque no se puede generar a un hijo y abandonarlo. No se puede pedir a Dios que haga hijo adoptivo suyo a un hijo vuestro y después no educarlo en la fe.

2.- Durante su vida pública Cristo se manifestó como luz: «Soy luz del mundo» (Jn 9,5; cf. Jn 8,12). El Bautismo del Señor es uno de los misterios de luz, como nos enseñó el papa san Juan Pablo II a rezarlo en el Rosario (cf. Rosarium Virginis Mariae, 21).

Misterio de luz es ante todo el Bautismo de Cristo en el Jordán, donde al salir del agua «se abrieron los cielos y vio que el Espíritu de Dios bajaba como una paloma y se posaba sobre él» (Mt 3,16). Jesús recibe el Bautismo de agua y de Espíritu; y ese mismo Bautismo nos lo entrega a nosotros. La luz bautismal está simbolizada en el cirio pascual, del cual encenderéis la vela, que representa la llama de la fe, del amor y de la esperanza que el Señor pone en nuestros corazones.

Con esa luz del Jordán podemos ver que Jesús no necesitaba del bautismo, ya que es Dios, y como hombre no tenía pecado. Nosotros, en cambio, necesitamos realmente de la purificación, la iluminación, la regeneración y la justificación del bautismo. Necesitamos ser lavados lo antes posible.

Algunos se preguntan de qué pecado puede ser lavado un niño, que aún no tiene conciencia ni uso de razón. El pecado, llamado “original”, ha corrompido la naturaleza humana. Al igual que heredamos de los padres la tendencia a sufrir ciertas enfermedades, inscritas en nuestro código genético, también está inscrito en nuestro código espiritual el daño del pecado original de nuestros primeros padres; y esa es la razón por la que bautizamos a los niños. Hay más razones teológicas como la filiación divina, la inserción como miembros de la Iglesia, la gracia santificante.

Jesús en el Bautismo del Jordán asume “la realidad de nuestra carne para manifestársenos” (Oración colecta). La asume en aparente condición pecadora, como siervo, poseído totalmente por el Espíritu, en condición humilde y paciente. Su misión es promover el derecho y la justicia, siendo luz y liberando de las esclavitudes a los hombres (cf. Is 42,1-7).

3.- En el Bautismo de Jesús se escucha una voz del cielo: «Este es mi Hijo amado, en quien me complazco» (Mt 3,17). En nuestro bautismo se nos regala la filiación divina. Los antiguos llamaban “madre” a la pila bautismal, pues da a luz a hijos para la eternidad. En el bautismo se nos siembra en el corazón una semilla de inmortalidad.

Con la luz del Jordán la Iglesia, como buena madre, pide a Dios que adopte a estos niños como hijos suyos y los convierta en herederos de su Reino celestial. ¡Dejemos que estos niños sean envueltos por la luz bautismal! ¡Que sean iluminados y puedan salir de las tinieblas del pecado, de las tinieblas de la esclavitud, para vivir la libertad de los hijos de Dios!

Jesús quiso hacer coincidir el inicio de su ministerio público con su Bautismo, para hacer el bien, curar a los oprimidos por el diablo (cf. Hch 10,38), abrir los ojos a los ciegos, liberar a los cautivos e implantar la justicia (cf. Is 42,7).

En el bautismo se nos encomienda la misión de ser luz en nuestra sociedad; porque en ella hay mucha gente que vaga errando sin rumbo y sin sentido; ha perdido la brújula principal de su vida y se entretiene con cosas que no le proporcionan la felicidad que busca. El Señor nos encomienda en nuestro bautismo una misión: ser luz del mundo; una luz que abre los ojos a los ciegos, que libera de las cadenas a los cautivos, que ilumina a los que viven en tinieblas. ¡Ayudad a vuestros hijos a ser luz!

4.- En la solemnidad del Bautismo del Señor la Iglesia nos invita a todos los bautizados a renovar los compromisos de nuestro bautismo.

Los padres y padrinos os comprometéis a educar en la fe a vuestros hijos bautizados; a enseñarles el amor de Dios; a ser ejemplo de vida cristiana para ellos; a rezar con ellos; a iniciarles en el camino del seguimiento de Cristo, cumpliendo los mandamientos de la Ley de Dios.

Queridos padres, padrinos y familiares, os animo a realizar un gesto de amor filial a la Madre, a la Virgen; os invito a que acudáis al Santuario de Santa María de la Victoria, Patrona de nuestra Diócesis, para presentar a la Virgen a vuestros hijos, ponerlos bajo su manto protector y enseñarles la devoción mariana. Es un hermoso gesto. Al final de la Misa haremos un gesto de ofrecimiento de vuestros hijos ante la imagen de la Virgen María, que se encuentra en el baldaquino del presbiterio.

Pedimos a la Santísima Virgen María que proteja con su maternal intercesión a estos niños en la nueva vida de gracia, que ahora inician. Y le pedimos también por todos nosotros, para que nos ayude a ser fieles al compromiso bautismal y dar testimonio de la Luz de Cristo. Amén.

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