NoticiaMisiones Experiencia misionera inolvidable en Perú, a 4.000 m. de altura Publicado: 20/09/2015: 10938 Doce jóvenes vivieron el pasado verano una experiencia misionera inolvidable en Perú, de la mano de las Hermanas Nazarenas. En la siguiente crónica cuentan algunas de sus muchas vivencias. «Hemos tenido la suerte de hacer realidad un grupo misionero que ha trabajado en Perú en pos del conocimiento de la Palabra de Dios, en favor del enriquecimiento de la sociedad a través de los valores humanos» En noviembre del año pasado, un grupo de jóvenes decidimos emprender un camino a lo profundo. Nueve meses después, doce de ellos hemos tenido la suerte de hacer realidad un grupo misionero que ha trabajado en Perú en pos del conocimiento de la Palabra de Dios, en favor del enriquecimiento de la sociedad a través de los valores humanos. En la retaguardia han estado Belén, Cristina y Marta, que por inoportunos motivos no pudieron cumplir su deseo de viajar. Sí lo hicimos los siguientes: Eduardo, sacerdote de la Diócesis de Madrid; las hermanas María Antonia y María Helena; y los jóvenes José María, Tere, Antonio, Isabel, María y Jacobo, quien firma estas líneas. En suma, una comunidad, un verdadero equipo unido donde siempre ha reinado un ambiente alegre y de compromiso. ¿Nuestra labor? Llevar el Evangelio "donde falte la Esperanza, simplemente por no saber de Ti", como dice la canción. Para ello hemos conocido la realidad de los lugares donde hemos desarrollado la misión, los poblados de Shicuy y San José de Quero, fundamentalmente, aunque también Bellavista, Ranra, Chaquicocha... y las capitales Lima y Huancayo, visitando casas particulares, llevando la catequesis a los colegios, compartiendo en centros de acogida...; jugando con niños, acompañando a adultos...; celebrando misa donde se nos ha pedido hacerlo; exponiendo, ¡cómo no!, al Santísimo en Adoración eucarística; etc. En definitiva, acudiendo donde se nos ha requerido, haciendo cuanto ha estado en nuestra mano. En las mañanas, la prioridad era acercarse a los niños, a los que hemos tratado en todos los cursos escolares, esto es: desde los tres años hasta los diecisiete. Nos decía una profesora de un centro que son niños oprimidos, consecuencia de las dificultades que ha vivido tiempo atrás el país. ¡Pero eran alegres, daba gusto estar con ellos, hablar de la confianza, del respeto, de Dios y de nuestras familias! Ya de tarde, los volvíamos a convocar, y entre canto, juego y baile, acabaron dominando el Padre Nuestro y el Ave María, rezábamos al Ángel de la Guarda y acabábamos en misa todos juntos, contentos por lo realizado, y repitiendo día tras día. Lástima que sólo haya sacerdote para ellos una vez al año. También los adultos querían de nosotros, y para ellos había reuniones, también catequesis y, cómo no, la Eucaristía, en la que nos acompañaban. Lo que aquí contamos es una rápida panorámica de lo vivido durante el mes de agosto en plenos Andes, a casi cuatro mil metros de altura, donde las estrellas están a un salto y las nubes te rodean, donde las temperaturas bajan de cero en la noche y el Sol quema de día, donde nos han acogido corazones abiertos, entregados, para que llenemos el nuestro con sus nombres, donde se han unido familias nazarenas, donde Dios ha querido que fuésemos y donde volveremos cuando Él quiera, porque no hay nada que llene más que dar la vida por los demás, nada más hermoso que desprenderse de lo tangible y descubrir la esencia. Jacobo Herrera Sal de tu tierra