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Misa en sufragio de la Sra. Trinidad Samos, fundadora del Movimiento San Juan de Ávila (Parroquia San Pablo-Málaga)

Publicado: 11/01/2014: 9613

MISA EN SUFRAGIO DE LA SRA. TRINIDAD SAMOS GÓMEZ,

FUNDADORA DEL MOVIMIENTO SAN JUAN DE ÁVILA
(Parroquia de San Pablo-Málaga, 11 enero 2014)

Lecturas: Is 42,1-4.6-7; Sal 28; Hch 10,34-38; Mt 3,13-17.
(Bautismo del Señor)

1. Estimados sacerdotes, queridos fieles, de modo especial quienes pertenecéis al Movimiento Familiar San Juan de Ávila y habéis venido a pedir al Señor por nuestra hermana Trini. La liturgia de la Iglesia conmemora hoy el Bautismo de Jesús en el río Jordán. Este momento de la vida de Jesús marca el paso de una larga etapa de silencio y de vida familiar al inicio de su actividad mesiánica. En el Jordán Dios-Padre revela que Jesús de Nazaret, el Hijo de María, que nació en Belén y fue adorado por los Magos de Oriente, es el Hijo primogénito de Dios.

Jesús fue investido en el Jordán como Mesías ante el pueblo. La investidura estaba prefigurada en la vocación profética del «siervo de Yahvé», como lo profetizó Isaías y hemos escuchado en la primera lectura: «Mirad a mi Siervo, a quien sostengo; mi elegido, en quien me complazco. He puesto mi espíritu sobre él, manifestará la justicia a las naciones» (Is 42,1). Así lo predicaría san Pedro, después de la resurrección del Señor, en casa del centurión Cornelio: «Me refiero a Jesús de Nazaret –decía–, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo» (Hch 10,38). Allí se produjo la primera conversión de gentiles al evangelio como fruto de la exposición kerigmática que les proclamó.

En el bautismo de Jesús se manifiesta su divinidad: «Apenas se bautizó Jesús, salió del agua; se abrieron los cielos y vio que el Espíritu de Dios bajaba como una paloma y se posaba sobre él» (Mt 3,16). Estos son signos elocuentes de la presencia y de la actuación de Dios. La voz desde los cielos proclama la divinidad y la filiación de Jesús: «Este es mi Hijo amado, en quien me complazco» (Mt 3,17).

2. El bautismo de Jesús en el río Jordán produce un gran milagro: el agua se convierte desde entonces en signo de salvación y de redención. Los primeros cristianos se preguntaban por qué recibió Jesús en el Jordán un bautismo de “penitencia y conversión”, tal como predicaba Juan el Bautista (cf. Mt 3,2).
Jesús no necesitaba el Bautismo de Juan, porque era el Hijo de Dios y no tenía pecado alguno. Por eso el mismo Juan se extraña de que le pida el bautismo: «Soy yo el que necesito que tú me bautices, ¿y tú acudes a mí?» (Mt 3,14).  Como dice la antífona del Magnificat de esta fiesta litúrgica: “El Salvador vino a ser bautizado para renovar al hombre envejecido; quiso restaurar por el agua nuestra humana naturaleza corrompida y nos vistió con su incorruptibilidad”. Este es el maravilloso intercambio, que nos salva y nos transforma. El hombre, dañado por el pecado y revestido de corruptibilidad, puede acceder a la inmortalidad gracias al bautismo de Jesús. Los cristianos profesamos que, después de la muerte, los bautizados pasan de la corruptibilidad y de la muerte a la gloria de la inmortalidad. Eso es lo que pedimos a Dios por nuestra hermana Trini.

3. Jesucristo, Hijo de Dios y heredero por naturaleza, es cabeza de la Iglesia y otorga a sus miembros el don de la adopción filial. Él es hijo engendrado; nosotros somos hijos adoptivos. Cuando el hombre participa de la gracia bautismal, se le concede la identidad de hijo adoptivo y amado de Dios.
El sacramento del bautismo no es un rito mágico, sino el encuentro personal del hombre con Dios. Al ser bautizado y profesar la fe en el misterio de Dios y en su revelación histórica en Jesucristo, el hombre puede alcanzar la vida eterna. El bautismo implica profesar la pertenencia y la filiación divinas; realizar un encuentro con Jesucristo y aceptarlo como Mesías y Salvador; acoger el amor de Dios, manifestado en Jesús de Nazaret; sentirse amado por Dios; vivir la alegría de ser hijo adoptivo de Dios. Los bautizados recibimos así la herencia de Jesús.

4. Estamos celebrando esta Eucaristía con un doble motivo: como acción de gracias a Dios por el regalo que ha supuesto nuestra Hermana Trinidad Samos; y también en sufragio por su alma, para que el Señor la acoja en su seno. La conocéis bien; mucho mejor que un servidor. Nació en Almáchar en 1923 en el seno de una familia sencilla cristiana. A los 20 años se casó con Pedro Doblas de la Rubia. No tuvieron hijos biológicos, pero el Señor les concedió muchos hijos espirituales, hoy presentes en esta celebración, a los que dedicaron su tiempo, su cuidado, su cariño, su oración, y un profundo celo apostólico. Trini colaboraba en su parroquia de Santo Domingo de Guzmán, sobre todo a través de Caritas.  Su encuentro con el Padre Soto marcó su vida; le había calado hondo su enfoque de la llamada a la santidad de todo fiel bautizado: “Bautizado, luego santo y apóstol”. Esta máxima penetró en el espíritu de Trini; y hoy, precisamente, nos convoca el Señor para rememorar esa vida entregada desde su compromiso bautismal.

Ella vivió este lema espiritual con gran entusiasmo y profundidad. Tenía un gran amor a la Iglesia; cuidaba a los sacerdotes y a la familia. El P. Soto la invitó a trabajar en la evangelización en el campo de la familia. En la vida del cristiano no podían faltar la meditación de la Palabra de Dios y la oración personal, la celebración de los Sacramentos, el acompañamiento espiritual; y también era importante la vida de comunidad.

Ella hizo que echaran raíces en el Movimiento las palabras del P. Soto: “En la familia cristiana se encuentra uno con el Señor, y con el hermano. En la familia se aprende a amar, perdonar, servir, consolar, ser consolado, compartir, se recibe, se da”. Hemos dicho antes que Jesús inicia su vida apostólica después de una larga etapa de vida familiar, de vida de silencio y oración. ¡Ojalá en nuestras familias exista el marco adecuado para que sus miembros vivan el espíritu de “hijos de Dios”!

5. El bautismo de Cristo nos recuerda que él se revistió de la naturaleza humana y a nosotros nos revistió de su naturaleza divina. La Iglesia nos invita hoy a gozar de la belleza de este hermoso intercambio: hemos sido transfigurados en Cristo; hemos obtenido el traje de la gloria eterna. Él se revistió de nuestra naturaleza humana y nos ha revestido de su divinidad. Hemos recibido la luz de la inmortalidad; hemos conseguido el perdón de los pecados y podemos atravesar la frontera de la muerte con serenidad.

En los últimos días de su vida, en que Trini estuvo hospitalizada, tuve la ocasión providencial de llamarla y poder hablar con ella; se lo comenté a algunos sacerdotes, entre ellos a D. Alfonso Crespo, aquí presente. Me habían comunicado que estaba muy grave y a punto de morir. Cuando hablé con ella me contestó como si no estuviera enferma; con una serenidad en sus palabras y con una confianza de estar en manos de Dios, que no traslucía su posible dolor, su enfermedad o su cercanía a la muerte. Se sentía hija de Dios, estaba en sus manos y no le faltaba nada; le era suficiente el amor del Padre. ¡Ojalá el Señor nos conceda a nosotros vivir así los últimos momentos de nuestra vida!

Dios configura nuestra humanidad con su divinidad. Con ello el hombre cambia su perspectiva, para ver las cosas desde Dios. Desde esa perspectiva el amor está por encima de todo; el perdón supera la venganza; lo pequeño resulta grande; lo humilde, enaltecido; lo último pasa a ser lo primero; la actitud de pobreza ante Dios es bendición; la obediencia no es esclavitud, sino signo de libertad; la circuncisión del corazón es plenitud de amor. ¡Qué transformación, si vivimos con profundidad nuestro bautismo!

6. Trini vivió con alegría la fidelidad a la vocación bautismal, que nos exige ser santos y apóstoles; fidelidad a una vida interior, fruto del encuentro con Jesucristo, mediante los sacramentos, sobre todo la Eucaristía y la Penitencia; fidelidad a la meditación asidua de la Palabra de Dios, sobre todo de los Evangelios; y al trato filial con Dios en la oración.

¡Cuántas categorías humanas y valores quedarían trastocados desde la visión de Dios! Si los cristianos viviésemos la vocación bautismal desde esa perspectiva, transformaríamos completamente el mundo y la sociedad. Los valores que aprecia el mundo no se parecen muchas veces a lo que Dios quiere.
La Iglesia nos invita hoy a renovar nuestro bautismo. Hagamos profesión más solemne de nuestra fe, por la que se nos ha concedido la filiación divina. Somos linaje de Dios-Padre y hermanos en Jesucristo, su Hijo.

7. Nuestra hermana Trini conoció, a través del P. Soto, la espiritualidad de San Juan de Ávila y la promovió entre los jóvenes: “No sé como os va de oración, y no querría que os fuese mal; porque si en ella aflojáis, sentirá vuestra alma un hambre que tanto os enflaquezca, que os veréis caída en lo que antes muy ligeramente vencíais. Toda vuestra fuerza está en Dios”.
Pedro y Trini, matrimonio cristiano, enseñaron la devoción a San Juan de Ávila fomentando peregrinaciones a Montilla, profundizaron en la doctrina del hoy Doctor de la Iglesia Universal y fomentaron la lectura de sus escritos. Nos animamos mutuamente a seguir conociendo y profundizando en la doctrina de este gran santo.

A los casados los alentaba siempre a la fidelidad a la vocación matrimonial, fundada en el bautismo. Ella transmitió siempre un profundo amor a la Iglesia, manifestada en la fidelidad y el amor al Papa, al Magisterio de la Iglesia y a los sacerdotes, orando por ellos. Os invito, como se nos decía en la monición inicial, a no perder esta espiritualidad.
El estilo de Jesús, el Hijo de Dios, es sencillo, humilde y respetuoso, como dice Isaías: «No gritará, no clamará, no voceará por las calles» (Is 42,2). Más bien habla al corazón de quienes le quieren escuchar en el silencio. El Verbo de Dios penetra en el alma, como una espada tajante; pero no hiere, sino que sana el corazón enfermo.
¡Qué maravilloso ejemplo de amor, delicadeza, misericordia y ternura! ¡Cuánto debemos aprender los cristianos de nuestro divino Maestro!
Nuestra hermana Trini también vivió esta delicadeza de trato afable, sencillo y humilde.

8. Ella nos ha transmitido un amor entrañable a la Santísima Virgen, sobre todo bajo la advocación de la Virgen de Fátima, y a San Juan de Ávila y su doctrina, que todos debemos conocer y seguir. Pedro y Trini contagiaron al Movimiento de un espíritu mariano extraordinario; no lo perdáis. Recordaba las palabras de san Juan de Ávila: “En vuestras manos Señora, ponemos nuestras heridas para que las curéis, pues sois enfermera del hospital de la misericordia de Dios, donde los llagados se curan” (Sermón 60).

Pidamos a la Virgen María, la Madre de Jesús, que nos ayude a revivir el bautismo y a ser fieles a nuestro compromiso bautismal.

Amén.

Autor: diocesismalaga.es

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