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Ordenación de diáconos (Catedral-Málaga)

Publicado: 19/10/2013: 4342

ORDENACIÓN DE DIÁCONOS
(Catedral-Málaga, 19 octubre 2013

Lecturas: Rm 4, 13.16-18; Sal 104, 6-9.42-43; Lc 12, 8-12.

Ordenados para llevar a los hombres a la fe

1. En la carta a los Romanos, proclamada en esta liturgia, san Pablo nos recuerda la importancia de la fe, gracias a la cual recibió Abrahán la promesa: «En efecto, no por la ley sino por la justicia de la fe recibieron Abrahán y su descendencia la promesa de que iba a ser heredero del mundo» (Rm 4,13). Y esa promesa está asegurada también para nosotros, que somos descendencia de Abrahán por la fe: «La promesa está asegurada para toda la descendencia, no solamente para la que procede de la ley, sino también para la que procede de la fe de Abrahán, que es padre de todos nosotros» (Rm 4,16).

Como nos ha recordado recientemente el papa Francisco en su encíclica Lumen fidei: «Para Abrahán, la fe en Dios ilumina las raíces más profundas de su ser, le permite reconocer la fuente de bondad, que hay en el origen de todas las cosas, y confirmar que su vida no procede de la nada o la casualidad, sino de una llamada y un amor personal. El Dios misterioso, que lo ha llamado, no es un Dios extraño, sino aquel que es origen de todo y que todo lo sostiene» (n. 11). En la vida de Abrahán sucede algo desconcertante: Dios le dirige la Palabra y se le revela como un Dios que habla. La fe adquiere un carácter personal: «La fe es la respuesta a una Palabra, que interpela personalmente a un Tú, que nos llama por nuestro nombre» (Lumen fidei, 8).

2. La fe proporciona el acceso al conocimiento de Dios, puesto que él se ha revelado al hombre a través de la historia; y la plenitud de la revelación aconteció en Jesucristo, como enseña el concilio Vaticano II: «El misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado» (Gaudium et spes, 22). Cuando Dios se revela al hombre, éste debe prestarle la obediencia de la fe, por la que el hombre se confía libre y totalmente a Dios, prestando el homenaje del entendimiento y de la voluntad, y asistiendo voluntariamente a la revelación recibida. «Para profesar esta fe es necesaria la gracia de Dios, que proviene y ayuda, a los auxilios internos del Espíritu Santo, el cual mueve el corazón y lo convierte a Dios, abre los ojos de la mente y da a todos la suavidad en el aceptar y creer la verdad". Y para que la inteligencia de la revelación sea más profunda, el mismo Espíritu Santo perfecciona constantemente la fe por medio de sus dones» (Dei Verbum, 5).

San Juan de Ávila dice al respecto: Es fe que se transforma en vida y que guía a modo de estrella para buscar a «Dios abscondido» (Carta 43, OC IV, 222, 19). Por esto, «la fe ensancha el corazón a creer que aquello que nos parece tan sobre nuestro juicio, aquello tan sobre todo merecimiento y medida, aquello es Dios y proprio rastro y señal de Él» (Carta 133, OC IV, 474-475, 39ss).

3. El conocimiento de la fe está ligado a la alianza de un Dios fiel, que establece una relación de amor con el hombre y le dirige la Palabra. La fe, por tanto, está vinculada a la escucha. Abrahán no ve a Dios, pero oye su voz. Nosotros no vemos a Dios, pero podemos escuchar su palabra y leer la Palabra escrita. San Pablo recuerda que es necesario escuchar el mensaje para poder creer: «La fe viene de la predicación, y la predicación, por la Palabra de Cristo» (Rm 10, 13-17).

El conocimiento asociado a la palabra es siempre personal: reconoce la voz, la acoge en libertad y la sigue en obediencia. San Pablo habla de la «obediencia de la fe» (cf. Rm 1,5; 16,26) (cf. Lumen fidei, 29).

Por eso son necesarios los evangelizadores, los predicadores, los que anuncian la Buena Nueva: «¿Cómo invocarán a aquel en quien no han creído? ¿Cómo creerán en aquel a quien no han oído? ¿Cómo oirán sin que se les predique? Y ¿cómo predicarán si no son enviados?» (Rm 10, 14-15).

Queridos ordenandos, hoy sois enviados, en nombre del Señor, a predicar su Palabra, a anunciar al mundo la salvación en Jesucristo. Como dice el profeta Isaías: «¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae buena nueva, que anuncia salvación» (Is 52, 7). La ordenación diaconal os hace ministros de la Palabra de Dios. ¡Servidla con amor y pasión! ¡Sed hombres ligeros de equipaje, que no se detienen ante las seducciones del mundo! ¡Sed portadores de la alegría, la luz y la paz, que provienen de Dios!

4. San Pablo tenía la convicción de haber sido llamado para anunciar el Evangelio de Dios (cf. Rm 1, 1). Era consciente de haber recibido el don y la misión de «hacer que todos los gentiles respondan a la fe, para gloria de su nombre» (Rm 1, 1). Proponer y enseñar la fe cristiana es el mejor servicio que podemos hacer a nuestros contemporáneos. En este Año de la Fe, ya cercano a su fin, se nos invita a renovar, una vez más, nuestra adhesión al Señor. Queridos ordenandos, Francisco-José y Francisco, vais a recibir el orden del Diaconado en el Año de la Fe. Esto debe marcar positivamente vuestras vidas.

El papa emérito Benedicto XVI, en su carta Porta fidei, nos decía que la puerta de la fe introduce en la vida de comunión con Dios y permite la entrada en su Iglesia. Ese umbral se cruza cuando la Palabra de Dios se anuncia y el corazón humano se deja transformar por la gracia (cf. Porta fidei, 1). Vuestra misión, como Diáconos, es invitar a los hombres a atravesar esa puerta; prepararles y administrarles el bautismo; y acompañarles en el camino emprendido, que dura toda la vida.

5. La transmisión de la fe se realiza a través del testimonio de los creyentes; por esto hay que acudir a modelos de fe. La fe es don de Dios; pero el Señor se sirve de instrumentos y mediaciones: unos padres cristianos, un sacerdote, un catequista, un religioso, un maestro o profesor, un amigo. Debemos acudir a los testigos de la fe, que nos ayudan a conocerla y aceptarla. Por eso es tan importante el testimonio de los creyentes. Los cristianos, con su conducta y su palabra, pueden suscitar la fe en los no creyentes.  Los mártires y los santos son modelos de fe, que pueden ser propuestos como tales en la tarea de la nueva evangelización. El pasado domingo tuvimos la alegría de celebrar la Beatificación de 522 mártires de la fe, que dieron su vida por Cristo en la persecución religiosa, que tuvo lugar en España en la década de los años treinta del pasado siglo XX.

Hoy se nos pide que mantengamos una actitud “martirial”, es decir, “testimonial”. Ser cristiano en nuestro tiempo y en nuestra sociedad no resulta fácil. Los cristianos, por el simple hecho de creer en Dios e intentar cumplir sus mandamientos, somos criticados y rechazados por una sociedad, que vive a la medida de sus propios deseos, prescindiendo de las enseñanzas divinas. Ese es el campo donde tenéis que trabajar, queridos ordenandos. Pero en el Evangelio de hoy Jesús nos ha confirmado su apoyo: «Todo aquel que se declare por mí ante los hombres, también el Hijo del hombre se declarará por él ante los ángeles de Dios» (Lc 12, 8). Pero quien lo reniegue, también él lo renegará ante su Padre del cielo.

6. Nuestro modelo de fe es la Virgen María, la gran creyente, la bienaventurada por haber creído (cf. Lc 1, 45). Ella nos ayuda a crecer en la fe y a comunicarla a nuestro mundo, tan necesitado de Dios. María es veladamente proclamada por su mismo Hijo como la que escucha la Palabra de Dios y la cumple (cf. Lc 11, 28). El evangelista Lucas, excelente pintor de la Virgen, dice: «María, por su parte, guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón» (Lc 2, 19). Ella sabe escuchar, interiorizar, meditar, guardar en su corazón la Palabra.

Como Ella estamos llamados a acoger con sencillez y apertura de corazón la semilla de la Palabra, para que fructifique en nosotros, como en tierra buena, como dice la parábola del sembrador: «Son los que escuchan la palabra con un corazón noble y generoso, la guardan y dan fruto con perseverancia» (Lc 8, 15). ¡Tened un corazón noble y generoso! «En la plenitud de los tiempos, la Palabra de Dios fue dirigida a María, y ella la acogió con todo su ser, en su corazón, para que tomase carne en ella y naciese como luz para los hombres» (Lumen fidei, 58).

Pedimos a la Santísima Virgen María por los que vais a ser ordenados diáconos, para que os acompañe en este nuevo ministerio, que hoy se os confía. Y le pedimos que nos ayude a todos a vivir con alegría la fe, dando valiente testimonio del amor de Dios.

Amén.

Autor: diocesismalaga.es

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