Para nosotros, los voluntarios de Pastoral Penitenciaria, es una verdad que nos representa e identifica. Por dos motivos: vemos cotidianamente entrar en prisión a hombres a quienes la vida no se lo ha puesto fácil, o que han terciado los caminos de la libertad. Hombres y mujeres heridos, a punto de romperse, a los que sólo les queda el remoto y escondido anhelo de vivir con dignidad. Reclusos, delincuentes para la sociedad, pero para nosotros, sólo hermanos a tomar de la mano para ayudarles a resucitar. Porque nosotros no perdemos nunca la fe en el hombre. Y segunda razón: por olvidado o enterrado que pueda estar, el verdadero ser del hombre siempre permanece intacto en su interior. Dios mismo está aguardando con toda su fuerza y gracia en el corazón de cada ser humano. Basta agarrarse a él, para ponerse en pie. Porque Dios nunca pierde la fe en el hombre. Lo sabemos bien, Dios tiene predilección por el pobre y nos lo demuestra abrazando al que sufre, buscando al perdido, liberando de sus cadenas al cautivo.