NoticiaEntrevistas Jóvenes preparadas para vivir la misión en Colombia Ana María Rando, Cristina Jiménez y Alicia García Publicado: 05/12/2024: 132 Misiones Un grupo de jóvenes de la diócesis está viviendo un proceso de formación y preparación propuesto por la Delegación de Misiones para poder participar en una experiencia misionera en Cartagena de Indias (Colombia) el próximo verano. Ana María Rando, Cristina Jiménez y Alicia García son tres de estas jóvenes y aquí nos cuentan cómo se plantearon embarcarse en esta experiencia. El Misionero de la Consolata Danilo Cantillo, delegado de Misiones, es natural de Colombia, destino al que irán los jóvenes que se preparan en la experiencia misionera. Fue trasladado a España con la misión de promover la evangelización, especialmente entre los jóvenes. Con una visión clara y un enfoque muy cercano, Danilo está convencido de que «la misión no sólo se trata de predicar, sino de vivir el cristianismo como un estilo de vida, de estar presente en todos los aspectos del día a día, y, sobre todo, de ayudar a los jóvenes a abrir los ojos a otras realidades del mundo». Para Danilo, «la evangelización no es una imposición, ni se trata de recitar versículos o predicar en las esquinas». Él vive el cristianismo como una manera natural de estar en el mundo: «No tienes que inventar nada, porque es tu forma de vivirlo. No se trata de coger una Biblia y ponerte en la esquina y proclamar, sino de vivirlo tú», afirma. A pesar de los estereotipos que rodean a la juventud actual, Danilo no cree que los jóvenes estén alejados de Dios. De hecho, se siente profundamente motivado a acompañarlos en su camino de fe: «Yo no comparto la idea de que los jóvenes están alejados de Dios. De hecho, cuando te pones en contacto con la población juvenil, te das cuenta de que Dios está más presente que nunca», asegura. La misión de Danilo se basa en acercar a los jóvenes a una experiencia vivencial de la fe, sin imponerles nada, pero mostrándoles con su ejemplo el impacto de vivir el cristianismo de forma auténtica. «Los jóvenes son muy diversos y te enseñan que la vida no es estática», comenta Danilo. «A veces parece que se ha puesto a Dios de un lado, pero en realidad está en todo. La gente está acostumbrada a ver que Dios sólo se muestra en las cosas buenas, pero está presente en absolutamente todo», explica. El próximo paso en la misión de Danilo será acompañar a este grupo de jóvenes a Colombia en una experiencia transformadora. Para él, este viaje es «una oportunidad única para que los jóvenes abran los ojos a una realidad diferente, para que vean el mundo de una manera más profunda y empática. Mi finalidad es que, al llevarlos a Colombia, abran los ojos a otra realidad, a que vean otro mundo, pues quiero transformar su forma de pensar, sentir, actuar y vivir», explica. La misión, según Danilo, va más allá de la simple observación. Se trata de «una inmersión en un contexto diferente, de una vivencia que permite a los jóvenes comprender las realidades de otras personas en su entorno natural. Estamos en un mundo muy globalizado, y aquí en Málaga y en España hay mucha gente de diversos lugares, pero no es lo mismo ver a la gente sacada de su contexto que verlos inmersos en el contexto al que pertenecen«, añade. La experiencia busca fomentar la empatía, de modo que los jóvenes puedan aprender a ver y comprender otras realidades desde una perspectiva más profunda. Danilo está convencido de que esta misión no sólo cambiará la perspectiva de los jóvenes sobre el mundo, sino también sobre sí mismos: «Lo que quiero y lo que estoy buscando es que los jóvenes puedan abrirse a otros mundos y generar un cambio real desde su experiencia y sus estudios profesionales», afirma. Según él, la verdadera misión no sólo implica ayudar a los demás, sino también transformarse a uno mismo a través del servicio y la comprensión de otras realidades. Con un enfoque cercano y un deseo de promover una fe viva y transformadora, Danilo Cantillo continúa su trabajo como misionero, convencido de que cada joven tiene un papel crucial en la misión, y que la verdadera evangelización comienza con el ejemplo y la apertura a los demás. Ana María Rando Ana Rando es una joven malagueña, maestra y miembro activo de la asociación católica juvenil Juventudes Marianas Vicencianas (JMV), que emprenderá este viaje misionero a Colombia en agosto de 2025. Aunque nunca ha participado en una misión internacional, Ana ha estado siempre muy involucrada en acciones de servicio dentro de su comunidad, como comedores sociales, lo que la ha acercado a la realidad de las personas más vulnerables. Este próximo viaje, que durará un mes, «promete ser una vivencia mucho más profunda y transformadora, no sólo para ella, sino para aquellos con los que compartirá su fe y dedicación». Ana cuenta cómo la idea de participar en una misión internacional se fue gestando poco a poco hasta que se materializó gracias a la intervención de su acompañante en la asociación: «La inquietud misionera llevaba rumiando en mí algún tiempo y ella me impulsó a informarme sobre este proyecto impulsado por la Diócesis», explica. Para ella, esta misión tiene un propósito claro: «Mi principal misión es dar lo mejor de mí durante ese mes, y también quiero descubrir más allá de lo que sé sobre mi fe, encontrar a Cristo en las personas que sufren, como Él hizo». Además, puntualiza la necesidad de salir de su zona de confort, ya que «vivimos en una constante comodidad y facilidad porque lo tenemos todo a mano». Para ella, salir a descubrir diferentes realidades fuera de la suya, es una manera de enriquecerse como persona y en su proceso de fe. Para Ana, la fe ha sido una fuerza transformadora en su vida: «Vivo en la fe de un Dios amor, un Dios que me acompaña y que me hace ser más libre. Gracias a Él, sé que no soy yo ni son mis planes los que importan, sino lo que Él tiene para mí», asegura con firmeza. Para ella, la fe es algo mucho más profundo que una simple creencia; es la luz que la guía en su día a día, y rompe con la figura del “Dios castigador”. «Es esa fe la que me alimenta y me hace ser más yo. Estoy segura de que, si no fuera por la fe, no sería quién soy hoy en día», comenta Ana, refiriéndose tanto a su relación con los demás como a su relación consigo misma. Para ella, la fe es ese "farolillo" que la ilumina, algo que no provoca que las cosas sucedan a su manera, pero que siempre la acompaña en su caminar, ayudándola a comprender todo lo que sucede en su vida. «Cuando las cosas se tuercen, cuando la vida no te lo pone fácil, ahí es cuando siento que El Señor está más cerca de mí», comparte con una seguridad serena. Ana también recalca la importancia de vivir la fe con valentía y libertad, realizando este tipo de experiencias. «Considero que hoy día creer no está de moda entre los más jóvenes», afirma. Ella misma atravesó una etapa de dudas e inseguridad sobre su camino espiritual: «Llegué a tener mi etapa de no estar segura de lo que creía, o incluso de esconderlo», recuerda. No obstante, Ana ha aprendido que la fe no se debe vivir en solitario, sino en comunidad. Es por ello por lo que recomienda a los jóvenes unirse a grupos o parroquias que acompañen a vivir la fe desde la libertad, el apoyo y el amor, además de participar en las iniciativas y actividades que éstas ofrecen, como es el caso de este proyecto misionero a Colombia: «que le den la oportunidad, que se dejen sorprender, que se quiten los estereotipos, las ideas previas», puntualiza. En su opinión, muchas veces los jóvenes tienen ideas preconcebidas sobre la fe que les impiden vivirla con plenitud. «Si lo vives todo desde los ojos de Dios, la vida adquiere un significado mucho más profundo», asegura. Ana anima a los jóvenes a abrirse a la posibilidad de vivir la fe de una forma genuina, sin prejuicios ni miedos. «No se vive igual la fe cuando la vives en comunidad, con otros que te acompañan. Es más fácil cuando sabes que no estás solo en tu camino», concluye. El viaje de Ana a Colombia es sólo el inicio de un camino de crecimiento personal y espiritual. A través de su misión, no sólo buscará ayudar a los demás, sino también descubrir más de sí misma y profundizar en su relación con Cristo. Este viaje, que no sólo marcará su vida, sino que también transformará su visión del mundo y de la fe, es una oportunidad de servicio y aprendizaje, pero también una ocasión para crecer como persona y como creyente. A medida que se acerca agosto de 2025, Ana se prepara para vivir esta experiencia con el corazón abierto y una fe firme, convencida de que cada paso que dé la llevará más cerca del propósito que Dios tiene para ella. Cristina Jiménez Cristina es miembro de la parroquia de la Amargura y también se ha unido a este grupo misionero. Esta joven de 29 años, malagueña y trabajadora en una residencia de ancianos, siempre ha sentido una profunda inquietud por salir de su tierra y conocer a los hermanos más lejanos. Ve en esta misión la oportunidad de dar un paso decisivo hacia un propósito que ha ido buscando a lo largo de su vida. Cristina tiene claro que lo más valioso que puede ofrecer es su disposición, su alegría y su deseo de acompañar a los demás: «Para mí, este proyecto es de gran responsabilidad. La verdad es que no me siento una persona que tenga mucho que aportar. De hecho, creo que a lo mejor me van a aportar más ellos a mí», reflexiona con humildad. A pesar de ello, está decidida a entregar lo mejor de sí misma y vivir la misión con mente y corazón abiertos. En su testimonio, Cristina destaca el deseo de despejarse de las "cosas materiales" y experimentar un encuentro con Dios en la pobreza, lejos de la comodidad de su entorno. La joven sabe que esta experiencia será un choque cultural y una lección de vida que le permitirá ver cómo se viven los valores cristianos en una realidad muy diferente a la suya. «Voy abierta a todo. Espero poder adaptarme, entender su cultura, relacionarme con las personas mayores, los niños... quiero ver cómo trabajan allí, que entiendo que será muy diferente», dice con entusiasmo. Cristina no sabe exactamente lo que le deparará la misión, pero está segura de que será una oportunidad única para aprender y conocer más profundamente a las personas a las que servirá. «Trabajo en una residencia de ancianos y para mí es una forma de encontrarme con Dios cara a cara», afirma, y es que, para Cristina, su trabajo es una verdadera misión, un espacio donde puede poner en práctica los valores cristianos. «Lo que intento transmitir a mis compañeras es que siempre podemos hacer y aportar más de lo que pensamos», explica. A pesar de las dificultades que a veces se presentan al hablar de la fe en una sociedad que parece estar alejándose de la religión, Cristina se siente completamente libre a la hora de transmitir su fe, pues «en mi entorno, el cristianismo siempre ha sido practicado y respetado, aunque siempre haya personas que no lo entiendan. Yo he tenido esa facilidad porque mi ambiente siempre me ha invitado a sentirme parte de esto», expresa. También nos transmite su idea de que «estamos más valorados de lo que pensamos y creo que a la gente le gustaría tener fe», reflexiona Cristina. Según la joven, es necesario que todos tomemos responsabilidad para que más personas se sientan parte activa de la Iglesia. «Quizás ahí debamos tomar responsabilidad y encargarnos de que todos nos sintamos parte de ella», subraya con convicción. Cristina guarda un recuerdo muy especial de una experiencia previa que la marcó profundamente, en un Campo de Trabajo Lázaro al que le tocó ir a la residencia Buen Samaritano: «Me enviaron allí, y al contrario de lo que podría haber imaginado, considero que fue un lugar de riqueza en alegría, amor y cariño», comenta con emoción. Esa experiencia fue la primera que realmente le caló y le convenció de que debía salir de su entorno y conocer a las personas necesitadas de otras realidades. «Ahí aprendí muchísimo y fue la primera experiencia que me hizo darme cuenta de lo importante que es ir más allá de lo conocido y descubrir a los demás», recuerda Cristina. Esta vivencia, cargada de aprendizaje y amor, consolidó en ella el deseo de viajar y servir en otras partes del mundo. Para Cristina, todo lo que hace en su vida, incluido este viaje misionero, tiene un único motor: «el deseo de conocer mejor a Jesús y vivir según sus enseñanzas. Si tú te enamoras de Cristo y lo conoces, quieres hacer lo mismo que Él hizo y acercarte a las personas a las que Él se acercó», asegura. Para ella, «conocer la historia de Jesús y los valores que tiene te ayudan a reflejarlos en ti», consciente de que la misión no sólo es una oportunidad para ayudar a otros, sino también para crecer espiritualmente, acercándose cada vez más a Cristo y sus enseñanzas. El viaje de Cristina a Colombia representa un paso crucial en su vida, tanto en su crecimiento personal como en su fe. Enfrentándose a una nueva cultura, dispuesta a vivir la pobreza como una oportunidad para acercarse más a Dios, Cristina se prepara para un mes de aprendizaje, servicio y transformación. Para ella, la misión no es sólo un servicio hacia los demás, sino un viaje de descubrimiento y de encuentro profundo con Cristo, una oportunidad para dar y recibir amor, alegría y esperanza. Y, sobre todo, un recordatorio de que, en un mundo necesitado de fe y valores, cada pequeño gesto puede ser un reflejo del amor de Dios. Alicia García Alicia, joven del grupo de jóvenes de la parroquia de los Dolores, en el Puerto de la Torre, se prepara para su primera experiencia misionera. Esta misión representa para ella la realización de un deseo que guarda desde pequeña: vivir una experiencia que la acerque más a los demás. Criada en una familia que siempre estuvo involucrada en su parroquia, Alicia ha vivido desde pequeña en un entorno de fe activa en los grupos de la parroquia, primero como miembro de grupos infantiles y juveniles, y ahora como catequista. A lo largo de su vida, ha ido forjando su camino en la fe y el servicio. Desde que tenía 13 ó 14 años, Alicia siempre ha sentido una fuerte llamada al servicio y la misión, aunque no fue hasta ahora cuando ha encontrado el momento adecuado para llevarlo a cabo. Después de haber crecido en un ambiente familiar y parroquial, rodeada de una comunidad que ha sido fundamental en su vida, Alicia se siente ahora preparada para dar este paso. Una de las motivaciones principales de Alicia para embarcarse en esta misión es su pasión por los más pequeños, pues le gustaría poder trabajar con ellos, bien como profesora o en algún rol relacionado con la enseñanza, pues «no sólo me permitirá aportar lo que tengo, sino también recibir mucho de ellos, de su alegría y gratitud», comenta con ilusión. «Quiero llevarme el corazón lleno con esta experiencia, vivir y entender sus situaciones en Colombia, y sacar sonrisas con pequeños gestos», recalca con la esperanza de que su presencia sea un pequeño rayo de luz para aquellos que más lo necesiten. Aunque en su adolescencia pudo haber sentido cierta vergüenza al hablar abiertamente de su fe, Alicia reconoce que con el tiempo ha aprendido a ser fiel a sí misma y a no ocultar lo que cree: «Con el tiempo te das cuenta de que si algo te gusta no te tiene por qué avergonzar», reflexiona. Para Alicia, el hecho de haber estudiado en un colegio católico y estar rodeada de un grupo de amigos que también respetan y entienden su fe ha sido un factor que le ha permitido vivir su espiritualidad con más naturalidad. Alicia tiene un mensaje claro para los jóvenes que puedan sentirse inseguros o avergonzados por su fe. «Recomiendo a los jóvenes que no se avergüencen, porque creo que es el principal problema», afirma. Para ella, vivir la fe no debería ser motivo de vergüenza, sino algo que cada uno debe abrazar con confianza. También menciona su participación en el grupo MIES (Misioneros de la Esperanza), una fuente de apoyo y crecimiento para ella, ya que «pertenecemos a una familia en la que todos nos sentimos cerca de Dios de una forma u otra», explica. Para ella, la pertenencia a una comunidad de fe es clave, ya que proporciona un ambiente sano y positivo. «Si ves un ambiente sano, que te ayuda y que te desestresa, como es mi caso, puedes ver el impacto positivo que eso tiene en ti», asegura. Alicia encara su misión en Colombia con una actitud abierta y dispuesta a aprender tanto de la cultura como de las personas con las que se encontrará. Aunque tiene claro su amor por los niños y su deseo de enseñar, también está lista para vivir cualquier experiencia que la misión le depare. Para Alicia, esta primera misión es una oportunidad única para entregarse a los demás y, al mismo tiempo, enriquecerse con la experiencia de servir. A través del contacto directo con personas que viven realidades distintas a las suyas, espera fortalecer su fe y descubrir una dimensión más profunda de la misma. Para ella, la misión no solo es un acto de servicio, sino una experiencia que transformará su manera de vivir la espiritualidad y de entender su relación con Dios. Silvia Morales Albaladejo