NoticiaCoronavirus Ignacio de Loyola, en la espera, esperanza San Ignacio de Loyola Publicado: 17/03/2020: 20800 CRISIS CORONAVIRUS Artículo que escribió para DiócesisMálaga el sacerdote Manuel Cantero, S.I., ante la crisis del coronavirus. «Toda una historia que acaba en la más alta esperanza. Y de lo que fue su fracaso humano, salió el hombre gigante que dio tanta gloria a la Iglesia» El hombre se ha creído dios. El dominio de la ciencia, la tecnología, la robótica… le ha hecho pensar que tenía el mundo en sus manos. Ya no necesitaba de Dios. El hombre del siglo XXI se bastaba a sí mismo. Ha desoído los avisos parciales con que Dios le ha querido poner en razones. El hombre se ha crecido más y más. Económicamente ha copado la vida de las naciones y de los pueblos. Todo el mundo ha reivindicado más. Parecería que la hucha de la vida no tenía fondo y que todo consistía en sacar y en exigir. De pronto un diminuto virus ha tomado carta de universalidad y ha invadido el mundo con una fuerza irresistible, con una carga letal llamativa, y dejando al ser humano y a la misma ciencia médica en mantillas. Activa hasta la extenuación de sus sanitarios, y mostrando al mismo tiempo la ineficacia de las fuerzas humanas, que ven cómo se extiende sin que se sepa a ciencia cierta cómo poner límites a la epidemia. La economía, motor del mundo, se derrumba, el crudo se viene abajo, las autoridades económicas se sienten atadas de brazos, y las fortunas que se habían hecho en el juego de la Bolsa, se deshacen como la sal en el agua. Y como medio paliativo e intento de frenar el contagio, se declara el estado de alarma y quedamos confinados en nuestras casas por una temporada que no todas las psicologías están capacitadas a sobrellevar. Iñigo, de la noble casa de Loyola, era un soldado de vocación; un militar que andaba metido en dos campos triunfales: el de su amor por una dama principal, y el de la guerra contra los franceses para defender la ciudadela de Pamplona. En este punto, la razón disuadía de mantener la guerra por la diferencia notable de fuerzas de ambos contendientes. Todos disentían de entrar en batalla y es Ignacio el que se apresta a la batalla sin cejar en su intento de defender la ciudadela. Los franceses estudian el punto más flaco, en el que precisamente estaba Ignacio, y allí aplican su artillería. Una bombarda le destroza una pierna a íñigo, no tiene más remedio que retirarse a la casa solariega, en horas interminables de soledad y silencio y curas dolorosísimas de los médicos que hacen con él una verdadera carnicería. íñigo pide para matar las horas los libros de caballerías, pero en aquella casa, mucho más espiritual, no existen tales aventuras. Pero sí están las vidas de Cristo, de diversos santos, y aunque Ignacio no está en esa onda, acaba por meterse en ellas y cada vez más a fondo, no ya matando las horas sino embebiéndose en las gestas de aquellos protagonistas, y dándole a las largas horas de postración un contenido que le va llenando el alma, y le arrebata en sentimientos de emulación: Si Santo Domingo hizo esto, yo lo tengo que hacer; si San Francisco hizo esto, yo lo tengo que hacer. Y se fue enardeciendo con aquellos ejemplos de los santos y de la Vida de Cristo, y le dio a su vida un giro inesperado. El silencio y la espera no fueron para él un fracaso sino un germen de nueva vida. Su rumbo cambió por completo. Se despojó de sus vestidos de noble y se lanzó a peregrinar por el mundo, no a la aventura sino con una idea muy concreta de dedicarse a Jesucristo, al principio con un idealismo de irse a vivir la vida de Cristo en Tierra Santa, y luego, con las circunstancias mandando, buscando la interiorización de su espíritu. Así es como se recluye en la Cueva de Manresa para una experiencia espiritual muy profunda, y que fue escribiendo como recopilación de propias vivencias y que desembocó en el libro de los Ejercicios Espirituales, donde toda la orientación está volcada en la persona de Jesucristo. Imagina su vida como el seguimiento de su Señor, no queriendo hacerse sordo a su llamamiento sino diligente en su servicio: Eterno Señor de todas las cosas: yo hago mi oblación con vuestro favor y ayuda; que yo quiero y deseo y es mi determinación deliberada, seguiros e imitaros en pasar injurias y pobreza. Para desembocar en esa contemplación cumbre que él llama de “Dos banderas†y que es la lucha que se da en él mismo entre la acción de Dios y la de Lucifer. O dicho de otro modo: entre la búsqueda de la riqueza y los vanos honores que desembocan en la soberbia, o los valores del evangelio, que empiezan por la bienaventuranza de la pobreza y con ello el rechazo de la vanagloria y el desemboque en la humildad, para de ahí saltar a todo lo bueno. Lo que intentará ir alcanzando con las contemplaciones continuadas de los misterios de la vida de Jesús, su Pasión y Resurrección. Toda una historia que acaba en la más alta esperanza. Y de lo que fue su fracaso humano, salió el hombre gigante que dio tanta gloria a la Iglesia.