En este domingo el Evangelio de Mateo nos presenta una parábola, creo que con dos enseñanzas principales para nuestra vida: Dios que nos llama y la recompensa por el trabajo en la viña.

La primera enseñanza es descubrir a un Dios que no se cansa de llamarnos, hasta en cinco ocasiones sale a buscar trabajadores. Y lo hace porque hay mucha necesidad en la viña (mundo actual). Aquí no vale decir no tengo tiempo, no soy capaz, porque somos llamados a ir en medio de la viña, a podar los odios, rencores, miedos y desesperanzas y a sembrar el amor de Dios. A sembrar la misericordia, la esperanza, la alegría; a sembrar la Buena Noticia, que hoy más que nunca estamos necesitados de escuchar y de alimentar nuestra vida en ella. Esto solo se realizará si nos abrimos a la invitación que Dios nos hace para ir a su viña, y no ponemos excusas (no sé, no tengo tiempo, estoy ya cansado, etc.).

Aceptemos la invitación del Señor con ilusión y descubriremos la mejor recompensa de trabajar en su viña, que no es otra que poder terminar la jornada y decir: “Siervo pobre soy, he sembrado lo que Dios me ha pedido en cada palabra, en cada gesto, en cada mirada”. Esa paz, esa alegría de haber hecho de nuestra viña un lugar de Dios para los demás es el mejor salario que podemos recibir. Entonces no surgirán las comparaciones sobre si uno ha hecho más que otro, o si uno está más atento mientras otro está más despistado.

Familia, acojamos la llamada de Dios y, como Iglesia ilusionada, trabajemos juntos en esta viña que nos ha tocado sembrando la Buena Noticia.