Un deseo grande nos acompaña a todos mientras vivimos: ser felices. Según las etapas de la vida, lo expresamos de formas diversas, sin embargo, todos y siempre deseamos lo mismo: la felicidad, ¿verdad que sí? Pero con frecuencia la felicidad está un poco escondida, y hemos de ahondar sabiamente para encontrarla. Para que vivamos bien este deseo común, tres parábolas nos ofrece Jesús según el evangelio de hoy.

Culminamos así la lectura del “discurso en parábolas” del evangelista Mateo en su capítulo 13. Son siete parábolas: se abría el capítulo hace dos domingos con la del sembrador; continuaba luego con las de la cizaña, el grano de mostaza y la levadura; y tenemos hoy las del tesoro escondido, el comerciante en perlas finas y la red que recoge toda clase de peces.

Las dos primeras parábolas nos enseñan algo muy importante: por el Reino de los Cielos hemos de dejar todo lo que tengamos. Y lo hacemos con enorme alegría, porque el Reino de los Cielos vale más que todo.

Y esa red que recoge toda clase de peces, nos indica que, a todos, por un camino u otro, nos llegarán el tesoro escondido o la perla preciosa, nos llegará la llamada de Dios. Ante ese tesoro o esa perla, ante esa llamada, tenemos una gran responsabilidad: ¡ojalá estemos donde Dios nos quiere, en el cesto que hay bondad!