Suele explicarse a los niños que Jesús hablaba en parábolas porque así era más fácil entenderlo. Siento disentir de esa opinión, como muestra sin duda este evangelio: o si no, ¿por qué tiene el Señor que explicar la parábola palabra por palabra?

La enseñanza de Jesús se comprende más fácilmente cuando se tiene una relación profunda con el Maestro; y se vuelve enigmática para provocar el deseo de entenderla. Quien no se abre a ese deseo… puede ser comparado con la tierra que ni siquiera acogió la Semilla. Pero tú y yo, que somos buenos discípulos de Jesús, hemos de analizar nuestra conexión con el Sembrador, y él mismo nos regala diversas categorías para el examen.

Atención, hay que darse cuenta de que la prueba no radica en la cantidad del fruto que se da, sino en el darlo o no. Se trata, en el fondo, de acoger la Palabra y su explicación por parte de Jesús, que hoy resuena en la enseñanza de la Iglesia (de toda la Iglesia), y de colaborar, en la medida de nuestras posibilidades, a que la Semilla fructifique en el mundo: ciento, sesenta o treinta.

Ahora que tenemos aún fresca la experiencia del confinamiento, comprenderemos mejor la de la simiente: dejar que Dios haga su trabajo en nosotros, como cuando no podíamos salir a “salvar el mundo”, para colaborar de una manera diferente en esa salvación, que es toda de Dios y a la que nos llama a ayudarle con lo poco que somos.