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Diario de una adicta (XIII). Una obsesión

Publicado: 01/06/2016: 3030

Durante el tiempo de ingreso hospitalario, mis padres se portaron estupendamente, pero no era lo mismo.

Mi sufrimiento emocional era muy intenso y desde luego hubiera soportado mejor los calambres, sudores y dolores musculares de la abstinencia antes que esa experiencia de desamparo por parte de la persona que yo amaba, y encima disculpándolo ante mis padres para evitar más problemas.
En esos días, la idea del suicidio era más que una intención; todo lo veía negro, me percibía engañada, olvidada y despreciada, sin ver futuro y con el pasado oscurecido por las sombras del presente: mi visión interior no descubría nada donde agarrarme. Fue la primera vez en mi vida que este pensamiento habitaba en mí, y con una fuerza obsesiva.

Desde este panorama desolador, de muerte psíquica, quitarme la vida se presentó como un recurso positivo para poner fin a ese dolor profundo y hondo que alimentaba mi desesperación. Aceptar mi aniquilación como solución a mi situación fue un proceso argumentado y sin apasionamiento, con la tranquilidad que ofrece un camino que consideraba fácil y que además no encontraba alternativas. Sólo me quedaba encontrar la oportunidad y no fallar en el intento, pues pensar que pudiera sobrevivir y estar otra vez en el hospital era una opción que ni siquiera podía imaginar.

Mi trabajo mental, casi en exclusividad, se encontraba  dirigido en encontrar la manera más segura, menos dolorosa y eficaz de quitarme de en medio. Fue mi entretenimiento y el objetivo de mis reflexiones, y un secreto muy íntimo que, en absoluto, deseaba compartir con nadie. Mis padres, los únicos que tenía a mi lado, no podían sospechar estas intenciones. Disimular con ellos fue un ejercicio de cinismo que apuntalaba mi decisión.

José Rosado Ruiz

Médico acreditado en adicciones

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