NoticiaFamilia El amor, todo lo soporta Publicado: 07/03/2023: 12736 Testimonio En el segundo aniversario de la propuesta del Año Familia Amoris Laetitia, por el papa Francisco (19 de marzo de 2021), la Delegación de Pastoral Familiar propone este testimonio para profundizar en la exhortación apostólica. «El sacrificio que hacemos con o por el otro es un bien para los dos que nos ayuda a crecer juntos» “Significa que sobrelleva con espíritu positivo todas las contrariedades. Es mantenerse firme en medio de un ambiente hostil. No consiste sólo en tolerar algunas cosas molestas, sino en algo más amplio: una resistencia dinámica y constante, capaz de superar cualquier desafío. Es amor a pesar de todo, aun cuando todo el contexto invite a otra cosa. En la vida familiar hace falta cultivar esa fuerza del amor, que permite luchar contra el mal que la amenaza. El amor no se deja dominar por el rencor, el desprecio hacia las personas, el deseo de lastimar o de cobrarse algo. A veces me admira, por ejemplo, la actitud de personas que han debido separarse de su cónyuge para protegerse de la violencia física y, sin embargo, por la caridad conyugal que sabe ir más allá de los sentimientos, han sido capaces de procurar su bien” (AL 118-119). Para nosotros, Cati y Manolo, la vida del matrimonio es una aventura fascinante, un proyecto exigente, un viaje que durará toda la vida hacia una meta que es alcanzar la santidad juntos, la vida plena y eterna, y en el que el pedir perdón, perdonar y volver a empezar son actitudes imprescindibles. Llevamos 35 años de casados y tenemos tres hijos. De novios teníamos claro que el matrimonio era la vocación a la que Dios nos llamaba, queríamos casarnos jóvenes, estar mucho tiempo juntos, tener hijos, educarlos y ayudarlos a crecer, poner a Dios y nuestra familia por encima de todo lo demás. El trabajo que tenía de novios me obligaba a viajar mucho por toda Andalucía y vernos poco, le pedí a Dios que si era su voluntad que me diera un trabajo para atender nuestra futura familia, y milagrosamente cayó en mis manos un periódico con la convocatoria de unas oposiciones a las que me presenté y me dieron plaza donde queríamos vivir, con horario de mañana. Con un sueldo menor pero con tiempo para poder hacer vida familiar. Cati por su parte dejó la carrera de farmacia para casarnos. Ya casados volvimos a renunciar a varios ofrecimientos de puestos de trabajo en Madrid con un sueldo superior pero que me obligaría a dedicar menos tiempo a la familia siendo aún pequeños nuestros hijos. En todo este tiempo las dificultades y los obstáculos no nos han faltado. A las diferencias psicológicas entre hombre y mujer, la distinta educación familiar y las diferentes experiencias vividas en la infancia y juventud por cada uno, hay que unir las relaciones con la familia de origen, sintiéndonos a veces responsables de la solución de sus problemas poniendo en segundo lugar nuestra familia, la situación económica que a veces provoca dificultades, las enfermedades de los hijos como la quemadura de los dedos de una mano del pequeño. Concretamente la falta de paciencia, de comunicación entre ambos por no estar abiertos al diálogo, o interrumpir y no escuchar bien al otro hasta el final, ha sido también muchas veces una gran dificultad. Lo cierto es que nosotros somos muy diferentes en la forma de ver muchas cosas, en la forma de reaccionar, de afrontar los problemas, en ciertos gustos, y esto nos ha llevado a soportarnos mutuamente en muchas situaciones. Por ejemplo, cuando cogíamos el coche era un momento difícil, la forma de conducir de ambos es muy distinta y esto era motivo de mucha tensión, la distinta destreza, la velocidad, el sitio donde aparcar,… eran puntos conflictivos, que superamos aceptando la forma de ser del otro y rezando juntos. También de recién casados a mí me gustaba mucho la verdura y a Cati no, a pesar de ello todas las noches preparaba distintas verduras que cenábamos los dos, hoy en día le gustan todas las verduras. A pesar de las dificultades y diferencias hemos vivido felices, conscientes de que mi marido/mi mujer es un regalo de Dios, es la persona que Dios ha puesto en mi camino para sacrificarnos juntos. La fe nos fortalece para soportar cualquier tipo de dificultad con la certeza de que amando a Dios todo lo que nos suceda contribuye al bien. El sacrificio que hacemos con o por el otro es un bien para los dos que nos ayuda a crecer juntos. En la diferencia hemos encontrado la complementariedad y descubierto que es mejor lo menos perfecto en unidad que lo más perfecto en desunidad. En la confianza en Dios está la fortaleza de nuestra unidad. Pertenecer a una comunidad que comparte nuestros mismos valores nos ha ayudado mucho a lo largo de nuestra vida para afrontar las dificultades. Hoy estamos muy orgullosos de nuestros hijos los tres han tienen una gran fe en Dios, son muy buenas personas y muy valorados en sus trabajos. Podemos decir que cada día seguimos dejándonos sorprender por el otro, creciendo en diálogo, amor y confianza mutua. Estamos abiertos a lo que el Espíritu Santo quiera de nosotros, con la certeza de que hacer la voluntad de Dios en cada momento es nuestro camino. «Esta es la paradoja del amor entre el hombre y la mujer: dos infinitos se encuentran con dos límites; dos infinitamente necesitados de ser amados se encuentran con dos frágiles y limitadas capacidades de amar. Y sólo en el horizonte de un amor más grande no se devoran en la pretensión, ni se resignan, sino que caminan juntos hacia una plenitud de la cual el otro es signo» (R. M. Rilke).