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Sergio Barciela: «Ni avalancha ni efecto llamada. Los migrantes son nuestros hermanos»

Sergio Barciela, Área de Migraciones de Cáritas Española
Publicado: 06/11/2018: 27226

Sergio Barciela (Vigo, 1974) es miembro del Área de Migraciones de Cáritas Española y visita Málaga esta semana para participar en la reunión de trabajo “Frontera Sur”, que reúne el 6 de noviembre en Casa Diocesana Málaga a las organizaciones que componen la red eclesial “Migrantes con derechos”

«Debemos escandalizarnos y consternarnos ante el grado de sufrimiento de estas personas que, en un intento de huir de los conflictos, la violencia y la pobreza extrema, se enfrentan a la hostilidad, las vallas, la violencia e incluso a la muerte»

¿Qué objetivo tienen estos encuentros?
El encuentro tiene un objetivo central fortalecer los lazos y las acciones entre las comunidades eclesiales en la Frontera Sur. Para ello, buscamos por un lado mejorar el conocimiento de lo que ocurre con la movilidad humana forzada en Frontera Sur; pero también animar posibilidades de trabajo conjunto en la defensa de los derechos de las personas migrantes y refugiadas. En este sentido, es un espacio rico que nos permite compartir líneas de trabajo, consolidar la coordinación interinstitucional, y finalmente, definir retos en la acción común.  

Muchos de los últimos inmigrantes que han llegado a nuestro país en los últimos meses han sido devueltos a las pocas horas a Marruecos, en base a un acuerdo existente. ¿Qué retos plantea esta actuación a los derechos humanos?
En primer lugar, es necesario indicar que no han llegado únicamente personas migrantes sino también personas refugiadas, y que la ausencia de canales legales seguros tiene como consecuencia directa estos saltos. Segundo, la expulsión de estas personas, utilizando para ello un acuerdo que España y Marruecos firmaron en 1992, está produciendo en la práctica situaciones de vulneración de derechos humanos.
En este sentido, la red Migrantes Con Derechos ha denunciado en las dos ocasiones que se han producido estas expulsiones, que la celeridad con la que se brindó la asistencia letrada, unido a las deficiencias en la interpretación y traducción de las demandas de las personas, ha sido en su perjuicio.
Así, las personas migrantes y refugiadas no tenían claridad del proceso al que se enfrentaban. Creemos que muchas de estas personas no lograron pedir asilo porque la comunicación no fue la adecuada. Y esto es una situación muy grave. De otra forma, no se puede entender cómo personas originarias de Malí –muchas de las expulsadas lo fueron de esta nacionalidad- no pidieran la protección internacional cuando eran susceptibles de recibirla.
Creemos que como iglesia el mayor reto que tenemos es superar la “cultura de la indiferencia”. Pero no sólo la indiferencia de nuestros gobiernos, sino también la de la ciudadanía. La iglesia tiene que continuar denunciando con rotundidad, que no quiere ni puede acostumbrarse a estos hechos. Pero mientras la ciudadanía, y especialmente los cristianos y cristianas, no reivindiquemos un trato más justo y humano hacía estas personas nuestros gobiernos no se van a inquietar. Personalmente, creo que en las fronteras se vulneran derechos porque electoralmente sale gratis, o incluso genera rédito y se obtienen mayores votos.

Avalancha, efecto llamada... son términos que escuchamos continuamente asociados a la llegada de migrantes irregulares. ¿Responden a la realidad?
Para nada estamos viviendo una avalancha, ni se ha producido ningún efecto llamada. Cuando utilizamos esas expresiones invisibilizamos la realidad. Ha habido un incremento en el número de llegadas, sí, pero decir que es una avalancha, es una exageración. Actualmente, a pesar del aumento en las llegadas vía terrestre y marítima estamos muy lejos de las cifras del 2007, cuando fueron las llegadas a Canarias y Tenerife, y mucho más lejos de las llegadas que tenían otros países hace unos años, en la mal llamada crisis de los refugiados, como Grecia o Italia.
En el caso español las llegadas de personas vía terrestre (Ceuta/ Melilla) o marítima (cayucos a las costas) representan  una expresión mínima, diría que insignificante en términos cuantitativos respecto el total de llegadas por otros medios al país. Así, el 95 % de los inmigrantes que han llegado a nuestro país lo han hecho vía área, por Barajas, o terrestre por los Pirineos. No saltando la valla o en cayuco. Es cierto, que estas últimas dos formas de entrar son las más sangrantes por las circunstancias personales y de vulneración de derechos que llevan aparejadas, pero unido al foco mediático bajo el que están, nos hacen pensar que todos llegan por estas dos vías, y no es cierto. 
Es falso que haya un efecto llamada. Lo que existe es un cierre de puertas en otros pasos de inmigrantes, por ejemplo, vía Turquía o Libia. De esta forma, como las personas continúan necesitando huir de los conflictos y situaciones que sufren en África y Oriente Próximo, pues la ruta ahora con más posibilidades de éxito son las del Mediterráneo y África occidental.
Considero que estos mensajes desvían la atención de lo que en realidad son las causas que producen la movilidad humana forzada de estas personas, y además, reducen de una forma simplista la explicación de por qué millones de personas se ven forzadas a dejar sus países. Son mensajes perfectos para culpar a las víctimas de su situación.

Las fronteras son lugares de sufrimiento, separación, incluso de muerte... ¿qué espiritualidad tiene cabida ahí?
Nosotros como iglesia creemos que la muerte no tiene la última palabra. Vemos en la cruz un signo de vida. De la misma forma, contemplamos al dolor y a la muerte de nuestros hermanos y hermanas en las fronteras como un signo de conversión en nosotros. Nuestra espiritualidad tiene el mandato de contemplarnos como una única familia. Así, como creyentes, no podemos olvidar que son hermanos y hermanas nuestras las que llaman a nuestras puertas, pero también los que viven en nuestros barrios y ciudades. 

¿Qué papel debe seguir jugando la Iglesia en frontera?
La contemplación de la realidad hiriente de la cruz en nuestra frontera Sur tiene que seguir moviéndonos al “escándalo”, a la “denuncia”, y la “acogida”. La iglesia tiene que continuar sintiendo dolor, tristeza, y rechazo por lo que está sucediendo. Debemos escandalizarnos y consternarnos ante el grado de sufrimiento de estas personas que, en un intento de huir de los conflictos, la violencia y la pobreza extrema, se enfrentan a la hostilidad, las vallas, la violencia e incluso a la muerte. Es necesario alzar la voz y decir que se está criminalizando la solidaridad, que se están traspasando líneas rojas de la dignidad humana en aras de una presunta seguridad. Pero también debemos articular acciones y propuestas que permitan sinergias de incidencia  y un trabajo en red que brinde la acogida y hospitalidad necesaria a estas personas. Como iglesia nuestro mandato es claro, “fui forastero y me acogisteis…” (Mt, 25, 35).

¿Y las mafias?¿Cómo se combaten?
Las mafias se combaten con más vías legales y seguras, con leyes menos restrictivas, y con políticas de cooperación orientadas al desarrollo de los países de origen, y no al control de los flujos migratorios. Las mafias están felices de que nos empeñemos con tanto ahínco en este cierre de fronteras, con medidas legislativas y elementos externos (vallas y concertinas). Estamos dejando a las personas desesperadas por las situaciones que viven en sus países en las manos de las mafias. No hay nadie que intente venir, sin que se vea obligado a recurrir a los profesionales de lo clandestino dada la securitización de las fronteras y la ausencia de canales legales seguros para llegar. Debemos alzar la voz diciendo que estamos alimentando la cuenta de resultados de las mafias con estas acciones. 

¿Encontráis escucha en vuestras propuestas por parte de las administraciones?
Por desgracia muchísima menos de lo que nos gustaría. Como iglesia, igual que otras muchas entidades sociales, denunciando lo que está ocurriendo en frontera, y en ocasiones, lejos de mejorar, muchas situaciones son peores. Vemos con preocupación esta indiferencia hacia el dolor del otro y sus circunstancias. Nuestras democracias son más pequeñas y menos democráticas cuando no brindamos un trato justo y humano a estas personas. 

En el tiempo que viene trabajando la red de Migrantes con Derechos, ¿qué frutos han crecido?
Serían muchas las acciones y experiencias que debería resaltar. Llevamos más de 5 años con estos encuentros en Frontera. Y seguro se me quedarían algunas fuera. Pero si tuviera que decir cuál es el mayor activo de la red, sería el grado tan estrecho de interacción y trabajo conjunto que existe. Hemos llegado al convencimiento de que unidos somos mucho más, y que de esta forma lanzamos un mensaje a lo interno de nuestras comunidades y miembros más claro y coherente en la defensa de los derechos humanos de estas personas. En nuestro país la iglesia en su conjunto se mueve en un marco de principios y valores común. Un tesoro que debemos continuar salvaguardando.

Ana María Medina

Periodista de la diócesis de Málaga

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