¿En qué cabeza cabe destruir un avión con casi trescientos pasajeros? En una cabeza humana. ¿Qué corazón es tan duro como para ordenar el ataque contra una población?  El corazón humano.  Puestas así las cosas pareciera que el hombre es un lobo para el hombre aunque el ser humano también sea capaz de llevar a término empresas maravillosas.

¿Qué empuja a ir en una u otra dirección?  Múltiples intereses pueden dar respuesta y alentar la construcción o devastación. El poder, el prestigio, la economía o la religión pueden ser algunos de los factores que alimentan las luchas que salpican a la humanidad. El papa Francisco recuerda que «el mundo está lacerado por las guerras y la violencia o herido por un difuso individualismo que divide a los seres humanos y los enfrenta unos contra otros en pos del propio bienestar. En diversos países resurgen enfrentamientos y viejas divisiones que se creían en parte superadas». Y es cierto.  No porque lo diga el Papa sino porque es una dramática constatación.  Si no ¿a cuenta de qué palestinos e israelíes permanecen enfrentados? ¿A qué esperan para poner fin a las hostilidades? ¿A que Egipto, Estados Unidos, Qatar o Turquía impongan las condiciones de una tregua con la consiguiente inclinación de la balanza en una u otra dirección política y religiosa?  Si no ¿a cuenta de qué ucranianos y rusos se disputan un trozo de tierra? ¿A qué esperan? ¿A que siga regándose la tierra con la sangre de sus vecinos mientras en los despachos se busca cómo recobrar la hegemonía perdida?

Mientras seguimos viendo llorar a niños, llover cadáveres del cielo o saltar por los aires el futuro de cristianos, musulmanes o hebreos urge recuperar el espíritu fraternal.  Que vuelva a ser atractivo y resplandeciente el espíritu de hermanos.  La humanidad debe quedar custodiada y protegida por la seguridad de que en el ejercicio del amor la vida de los pueblos florece y que la violencia no se vence con la violencia, sino con la paz.