DiócesisHomilías Toma de posesión del nuevo párroco, Rvdo. D. Alfonso Crespo (Parroquia de San Pedro - Málaga) Publicado: 26/09/2010: 1658 TOMA DE POSESIÓN DEL RVDO. ALFONSO CRESPO COMO NUEVO PÁRROCO DE SAN PEDRO (Málaga, 26 septiembre 2010) Lecturas: Am 6, 1. 4-7; Sal 145; 1 Tm 6, 11-16; Lc 16, 19-31. 1. Estimados hermanos, hemos escuchado el texto del profeta Amós, que nos muestra la insensatez y la ceguera de quien disfruta de los bienes y embota su mente y su corazón con los placeres de la vida, sin tener en cuenta a los que pasan necesidad: «¡Ay de aquellos que se sienten seguros en Sión, y de los confiados en la montaña de Samaria!» (Am 6, 1). El contexto histórico se desarrolla hacia la segunda mitad del reinado de Jeroboám II (circa 784-744 a. de Cristo), en el Reino del Norte. Los éxitos de este rey, al restablecer las antiguas fronteras del reino davídico (cf. 2 Re 14, 25-27) alimentaban el optimismo y orgullo nacional. Israel alcanza una relativa prosperidad política y económica y puede vivir momentos de euforia y de prosperidad, gracias a la decadencia de las grandes potencias beligerantes de aquellos tiempos, Egipto y Asiria. Aprovechándose de la situación, las clases dirigentes de Samaría se entregan sin preocupaciones a comer y a beber: «Beben vino en anchas copas, con los mejores aceites se ungen, mas no se afligen por el desastre de José» (Am 6, 6). No tienen en cuenta al necesitado y al pobre. Algunos de sus habitantes se enriquecen a costa de otros y el lujo aparece por todas partes (cf. Am 6, 4). Se construyen casas de sillares, el mobiliario es de lujo, banquetean y se divierten sin preocupación alguna. Samaría está ciega por su bienestar, olvidándose de Dios y de los necesitados. ¿No os parece que un contexto histórico semejante existe en actualmente en nuestra sociedad, a pesar de la crisis económica mundial, que estamos padeciendo? El lujo, el bienestar, el placer, el hedonismo nos ciegan y nos hacen olvidar las necesidades de los más pobres y que todo nos viene de Dios. 2. Esta gente de corto alcance, que no ve más allá de su comodidad pasajera y cuya filosofía es la de un hedonismo materialista, no considera la miseria de los más pobres y ni siquiera se dan cuenta de la catástrofe que se avecina sobre ellos mismos. Su ociosidad y desenfreno socavan los cimientos de la sociedad y son una señal inequívoca de la decadencia moral. Éste es un retrato de nuestra sociedad. Se están socavando los cimientos de nuestra sociedad; desaparece el respeto a la vida humana y la decadencia moral nos lleva a un precipicio. Al final el profeta advierte que quienes así actúan se labran su propia perdición: «Vosotros que creéis alejar el día funesto, y hacéis que se acerque un estado de violencia» (Am 6, 3). Incluso se les anuncia el destierro: «Por eso, ahora van a ir al cautiverio a la cabeza de los cautivos y cesará la orgía de los sibaritas» (Am 6, 7). No se trata de ser profetas de catástrofes, sino de advertir a nuestros contemporáneos y tomar conciencia nosotros de que la vaciedad de este estilo de vida se aparta de Dios, rechazándolo, y no lleva sino a la perdición y a la vida sin sentido; porque es vivir “como si Dios no existiera”. 3. San Pablo, en su carta a Timoteo, le hace una recomendación en tono solemne: «Tú, en cambio, hombre de Dios, huye de estas cosas; corre al alcance de la justicia, de la piedad, de la fe, de la caridad, de la paciencia en el sufrimiento, de la dulzura» (1 Tm 6, 11). Distingue los aspectos del amor a Dios y al prójimo. En primer lugar, la caridad que recibe de Dios, la piedad religiosa, la fe, la justicia hacia Dios; respecto al prójimo hay que tener presente la caridad, la paciencia y la dulzura para los demás. Debemos dar al Señor lo que le corresponde. Lo dicho a Timoteo nos lo aconseja a cada uno de nosotros, apelando a nuestra condición de creyentes, de hombres de Dios. Hemos de ser “hombres de Dios”: «Combate el buen combate de la fe, conquista la vida eterna a la que has sido llamado y de la que hiciste aquella solemne profesión delante de muchos testigos» (1 Tm 6, 12). 4. Queridos hermanos, hemos hecho profesión de nuestra delante de testigos; hoy renovaremos esa misma fe en con la recitación del “Credo”. ¿Cómo damos vivimos nuestro testimonio como cristianos y hombres de Dios en el mundo? ¿Cómo transformamos la sociedad en la que vivimos, para que sea según Dios? ¿Cómo ponemos un poco de luz y una pizca de sal, para que la vida tenga un sabor a eternidad, a luz de Dios? Pablo nos ha emplazado y nos ha dicho: Cristiano, conquista la vida eterna; pon eternidad en tu vida; mira con mirada de eternidad y no con mirada de inmediatez y de ceguera. San Pablo nos anima a conservar el mandato: «Que conserves el mandato sin tacha ni culpa hasta la Manifestación de nuestro Señor Jesucristo» (1 Tm 6, 14). Se trata del mandato más importante: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente» (Mt 22, 37). Sólo Dios es absoluto y es el único Dios; lo demás tiene una importancia relativa. Ante las tentaciones del diablo, Jesús le contesta: «Apártate, Satanás, porque está escrito: Al Señor tu Dios adorarás, y sólo a él darás culto» (Mt 4, 10). Este mandato es incompatible con cualquier tipo de idolatría: poder, tener, placer; la idolatría está reñida con el amor a Dios, que Él se lo merece todo, porque es Padre y es quien nos da la vida. 5. El segundo mandamiento es semejante a éste: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Mt 22, 39). El mandamiento nuevo, que Jesús dejó a sus discípulos, es el amor mutuo, incompatible con todo acto egoísta. Exigencia evangélica, que no permite la desigualdad dramática e injusta y que denuncia la parábola propuesta por Jesús. Es fácil comprender la llamada, que nos hace hoy la Palabra de Dios, y que identificó a los primeros cristianos, cuando eran solidarios entre sí, especialmente con los que más necesidad tenían. En la parábola del pobre Lázaro y del rico “epulón” (cf. Lc 16, 19-20), Jesús nos enseña claramente qué debemos hacer. 6. El rico tiene al pobre a su lado, pero, como está ciego contemplándose a sí mismo y sus cosas, no ve al pobre. Cuando mueren ambos, la situación se invierte: el rico va al infierno y el pobre Lázaro va al seno de Abraham. Ahora el rico tiene muy lejos a aquel te tuvo tan cerca; entre ellos hay un abismo infranqueable. En vida era posible estar cerca y haber remediado la necesidad del pobre; ahora ya es tarde. Esperamos que, cuando lleguemos a la vida eterna, podamos decir: Vimos al pobre y lo socorrimos. El rico no se condena por el hecho de ser rico, puesto que la riqueza en sí no es mala; sino porque no teme a Dios, de quien prescinde y porque se niega a compartir lo suyo con el pobre, que muere de hambre ante su propia puerta. Solemos llamar a esta parábola la del “rico epulón”, porque el término “epulón” significa “el que banquetea”, el que se da la buena vida: «Había un hombre rico que vestía de púrpura y lino, y celebraba todos los días espléndidas fiestas» (Lc 16,19). El término “lázaro” en cambio, en su raíz hebrea, significa “el que se fía de Dios”. Tampoco el pobre se salva por el hecho de serlo, sino porque está abierto a Dios y espera de Él la salvación. Lázaro no es presentado en la parábola como el tipo del mendigo recompensado por ser mendigo, sino como hombre de Dios, hombre sufriente que confía en el Señor. La parábola no habla, pues, de compensación al pobre por haberlo sido, ni de castigo al rico por ser rico. 7. En nuestra sociedad hay “epulones” y “lázaros”; ambos podemos ser nosotros. El creyente no pretende ser “rico” ni “pobre”, sino que reza a Dios para vivir de manera sobria: «No me des riqueza ni pobreza, déjame gustar mi bocado de pan» (Prov 30,8). Es lo mismo que le pedimos en el “Padrenuestro”; es mejor tener lo suficiente para vivir, sin pretender acumular riquezas. El dinero puede enajenar al hombre y romper su relación con Dios. A veces nos podemos excusar en que no entendemos el mensaje de las Escrituras y que nos resulta complejo su sentido; desde ahí pretendemos justificarnos en nuestras actitudes egocéntricas y hasta egolátricas; pero es difícil evadir hoy la enseñanza del Maestro. 8. El dinero puede enajenar al hombre y romper la posibilidad de comunicación con Dios. Lázaro no es presentado en la parábola como tipo del mendigo recompensado, sino como hombre sufriente, que confía en el Señor. Nos encerramos muchas veces cada uno en nuestra vida y permanecemos ciegos e insensibles ante la frustración, la humillación, la crisis, la inseguridad y la desesperación de los demás. Sin embargo, cuando compartimos con los más necesitados, les devolvemos lo que les corresponde, como dice San Ambrosio: “No le das al pobre de lo tuyo, sino que le devuelves lo suyo, pues lo que es común y ha sido dado para el uso de todos, lo usurpas tú solo. La tierra es de todos, no sólo de los ricos”. La parábola no habla para nada de una compensación a Lázaro por haber sido antes pobre; ni de un castigo al rico por haberlo sido con anterioridad. Sencillamente hace una inversión que, por lo inesperada, tiene como función exclusiva el llamar la atención y dejar pensativo al oyente, hasta el punto de hacerle exclamar: ¡Cuidado con la riqueza! ¡Atención con el dinero! ¡Es un arma peligrosa! 9. Vamos a pedir al Señor que nos haga vivir al estilo de Lázaro; pero no por ser pobre, sino por confiar en Dios; por hacer que Dios sea el centro de nuestra vida; por adorar al Dios de los dioses y Señor de los señores; para que Él sea el único señor y dueño de nuestra vida; y que no pongamos en su lugar otras cosas: tentaciones, poderes, deseos, lujos, apetencias. El Señor nos pide que vayamos purificando nuestro corazón, para que llene de su presencia. En la parábola de hoy el rico le pide a Abraham que permita a Lázaro mojar la punta de la lengua con un poco de agua, porque se abrasa entre las llamas (cf. Lc 16, 23-25). Cuando Abraham le responde que eso es imposible, el rico pide a Abrahán el favor de enviar a Lázaro a sus hermanos, que todavía vivían en la tierra “banqueteando”, “siendo epulones”, en el convencimiento de que la presencia de un muerto les haría reflexionar. Abrahán no se lo concedió, alegando que es suficiente con prestar oídos a lo que dicen la Ley y los Profetas: «Díjole Abraham: "Tienen a Moisés y a los profetas; que les oigan» (Lc 16, 29). 10. Al inicio de la Eucaristía hemos realizado el gesto de la aspersión, recordando nuestro bautismo, en el que recibimos la adopción filial de Dios, que nos hace hijos suyos. Somos testigos, porque en el bautismo se nos regaló la fe, la esperanza y el amor cristiano. El Señor nos pide que seamos, de veras, hijos y testigos de su amor. ¿Cómo damos nosotros testimonio? Quien quiera convertirse no tiene excusa: hay profetas, maestros, testigos de Dios, que nos hablan con mucha claridad. Como le decía Abraham al rico: «Si no oyen a Moisés y a los profetas, tampoco se convencerán, aunque un muerto resucite» (Lc 16, 31). Muchos contemporáneos nuestros piden cosas extraordinarias para creer en Dios; casi piden milagros, para convencerse de que ser cristiano vale la pena; pero no consideran suficiente el testimonio de los cristianos. Pero no se pueden pedir cosas extraordinarias para convertirse. A nuestros paisanos podemos decirles que, si no les bastan los profetas de hoy y no es suficiente el testimonio de los cristianos, a pesar de nuestros pecados y defectos, no deben buscar cosas extraordinarias. Incluso los creyentes le pedimos a Dios cosas extraordinarias; pero basta la Palabra de Dios y el ejemplo de los cristianos. El bautismo nos da fuerza para ser buenos testigos. 11. Le pedimos al Señor que esta comunidad cristiana de San Pedro, en Málaga, sea una auténtica comunidad, que dé testimonio claro del amor de Dios. ¡Que viváis como verdaderos hijos de Dios y como hermanos! ¡Que los que os vean puedan decir: Mirad cómo se aman y cómo traslucen el amor de Dios! Damos gracias a Dios por la presencia de D. José Miranda, que ha sido párroco de San Pedro hasta hoy durante treinta años cumplidos, desde 1980. Largos años de servicio al Señor y a vosotros: predicando la Palabra, perdonando en nombre de Jesús, consagrando el cuerpo y la sangre del Señor y distribuyéndola a los fieles, dando buen testimonio de fe. Pedimos al Señor que le siga bendiciendo y ayudando en esta nueva etapa de su vida; y que le recompense el ser un “hombre de Dios”. A él nuestro más cariñoso agradecimiento. Y pedimos también a Dios por el nuevo párroco, D. Alfonso Crespo, quien lleva ya entre vosotros cinco años como colaborador de esta parroquia y es bien conocido de todos vosotros. Ahora él toma las riendas de esta comunidad, para regir la parroquia, que tiene una misión especial en Málaga por su ubicación y por la feligresía. Debéis ser un faro de luz en Málaga y un lugar de acogida de quienes se acercan a este lugar sagrado en busca de Dios. Quiero agradecer a D. Alfonso su generosidad en aceptar esta misión, que la Iglesia de Málaga le confía, esperando que ponga toda su ilusión y sus buenas dotes al servicio de esta comunidad de San Pedro. Nuestro agradecimiento va dirigido también al nuevo coadjutor D. Juan Ruiz y al Diácono permanente, D. Emilio Flores. Le pedimos a la Virgen que nos ayude a todos a responder con fidelidad y con alegría a la misión que se nos ha confiado. Pedimos también la intercesión de san Pedro, que es el titular de la parroquia. Pedro, a pesar de su pecado, supo llevar adelante la misión que Cristo le confió. Nadie puede enorgullecerse de no tener pecado. Pedro pecó y confesó después su amor a Jesucristo, dando testimonio con su sangre y con su vida. ¡Que la intercesión de san Pedro nos anime y nos ayude a ser fieles testigos de la fe en este momento tan complicado y en esta sociedad tan alejada de Dios. Amén. 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