Día séptimo: «La Virgen por los caminos del amor»

Publicado: 06/09/2013: 1977

En el día séptimo de la novena el predicador de la misma, el sacerdote Manuel Ángel Santiago ha manifestado que «contemplado a María, radiante de amor, hemos de aprender, también nosotros, a amar con corazón puro y grande. Es la gran tarea, que Dios pone en nuestras manos, construir el reino inundando el mundo del amor.»

“LA VIRGEN POR LOS CAMINOS DEL AMOR”

 Jud 13, 14. 17-20; Sal 26, 1. 3-5; Lc 11, 27-28

               "Llevas en tu nombre, Virgen de la Caridad, la memoria de Dios que es amor; el recuerdo del mandamiento nuevo de Jesús: “Amaos unos a otros”, la evocación del Espíritu Santo: amor derramado en nuestros corazones, fuego de caridad enviado en Pentecostés sobre la Iglesia. Don de la plena libertad de los hijos de Dios”.         

               Queridos hermanos: Las palabras que he utilizado hoy para saludar a la Virgen de la Victoria, son las mismas con las que se dirigía el Papa Juan Pablo II en 1998 al pueblo de Dios, al Coronar Canónicamente la bendita imagen de la  Virgen de la Caridad del Cobre en Santiago de Cuba.  También os invito a vosotros, a hacer vuestros esos sentimientos expresados por el Papa, pues realmente María es la mujer del amor hermoso, llena de vida de Dios, Así lo manifiesta y celebra la liturgia recogiendo la expresión “Madre del amor hermoso” que aparece en el libro del Eclesiástico 24,24: “yo soy la madre del amor hermoso, del conocimiento y de la esperanza santa”. Sí, María es el corazón que irradia al mundo el amor de Dios, el fuego siempre encendido de la caridad, fuente de belleza por el resplandor de la santidad y de la verdad de Dios e imagen de bondad y ternura.

            La Santísima Virgen es llamada “hermosa” por tres razones: porque, por el hecho  de ser “llena de Gracia” (Lc 1,28) y “adornada con los dones del Espíritu Santo” (Co 3), Ella es compendio de virtudes; porque amó a Dios, al Hijo hermoso y a todos los hombres con amor virginal. “Queriendo crear una imagen de belleza absoluta...Dios ha hecho a María, verdaderamente, toda hermosa. Ha reunido en Ella las bellezas particulares distribuidas en las demás criaturas y la ha constituido como ornamento común de todos los seres visibles e invisibles” (Gregorio Palamas. S. XIV).

            María es  bella porque refleja limpiamente toda la belleza de Dios, es cristalina fuente. Todo el amor misericordioso de Dios, que se concentra en Jesucristo, envuelve e impregna a su bendita Madre. Así, María, está hecha de amor e irradia caridad, es trasparencia e icono del amor divino. El Corazón Inmaculado de María es el que mejor nos hace descubrir como es el corazón maternal de Dios.

            Contemplado a María, radiante de amor, hemos de aprender, también nosotros, a amar con corazón puro y grande. Nuestro mundo actual, herido en lo más profundo y donde el hombre se ve sometido y humillado en su dignidad, tratado como una cosa, un objeto, es necesario testigos vivos del amor de Dios, pues el amor tiene la fuerza liberadora y transformadora para construir una civilización de la vida, frente a la cultura de la muerte. Es la gran tarea, que Dios pone en nuestras manos, construir el reino inundando el mundo del amor.

            En este “Año de la fe” y como en todos estos días he hecho referencia, el Papa Francisco en la Lumen Fifei, subraya la unión que existe entre fe y amor al decir: “Con el corazón se cree » (Rm 10,10). En la Biblia el corazón es el centro del hombre, donde se entrelazan todas sus dimensiones: el cuerpo y el espíritu, la interioridad de la persona y su apertura al mundo y a los otros, el entendimiento, la voluntad, la afectividad. Pues bien, si el corazón es capaz de mantener unidas estas dimensiones es porque en él es donde nos abrimos a la verdad y al amor, y dejamos que nos toquen y nos transformen en lo más hondo. La fe transforma toda la persona, precisamente porque la fe se abre al amor. Esta interacción de la fe con el amor nos permite comprender el tipo de conocimiento propio de la fe, su fuerza de convicción, su capacidad de iluminar nuestros pasos. La fe conoce por estar vinculada al amor, en cuanto el mismo amor trae una luz. La comprensión de la fe es la que nace cuando recibimos el gran amor de Dios que nos transforma interiormente y nos da ojos nuevos para ver la realidad” (LF 26).

            “Si el amor necesita la verdad, también la verdad tiene necesidad del amor. Amor y verdad no se pueden separar. Sin amor, la verdad se vuelve fría, impersonal, opresiva para la vida concreta de la persona. La verdad que buscamos, la que da sentido a nuestros pasos, nos ilumina cuando el amor nos toca. Quien ama comprende que el amor es experiencia de verdad, que él mismo abre nuestros ojos para ver toda la realidad de modo nuevo, en unión con la persona amada”… “Sólo en cuanto está fundado en la verdad, el amor puede perdurar en el tiempo, superar la fugacidad del instante y permanecer firme para dar consistencia a un camino en común. Si el amor no tiene que ver con la verdad, está sujeto al vaivén de los sentimientos y no supera la prueba del tiempo. El amor verdadero, en cambio, unifica todos los elementos de la persona y se convierte en una luz nueva hacia una vida grande y plena” (LF 27).

            “El conocimiento de la fe, por nacer del amor de Dios que establece la alianza, ilumina un camino en la historia” (LF 28)María, en la visitación a su prima Isabel, resplandece como la mujer del amor, del servicio desinteresado y de la esperanza. Benedicto XVI nos dirá, con relación a esto: “Cuando, llena de santa alegría, fuiste aprisa por los montes de Judea para visitar a tu parienta Isabel, te convertiste en la imagen de la futura Iglesia que, en su seno, lleva la esperanza del mundo por los montes de la historia” (SS 50).

            Sigue siendo de viva actualidad la afirmación de Pablo VI: “El hombre contemporáneo cree más a los testigos que a los maestros; cree más en la experiencia que en la doctrina, en la vida y en los hechos  que en las teorías. El testimonio de vida cristiana es la primera e insustituible forma de misión” (RM 42). Mirad como se aman, mirad como aman, mirad como transforman el mundo desde el amor. Evangelizar es anunciar que Dios es amor redentor, con palabras y sobre todo con la vida.

            Pero para  comunicar y ser testigos hemos de dejarnos transformar por el amor de Dios, como se dejó modelar María por las manos amorosas del Padre, porque realmente, Deus caritas est, Amar a Dios y amar al prójimo son inseparables, son un único mandamiento. Pero ambas viven del amor que viene de Dios, que nos ha amado primero. Como bien indica Benedicto XVI: “no se trata ya de un mandamiento externo que nos impone lo imposible, sino de una experiencia de amor nacida desde dentro, un amor que por su propia naturaleza ha de ser ulteriormente comunicada o otros. El amor crece a través del amor. El amor es “divino”, porque proviene de Dios y a Dios nos une.” (DC 18). Tanto amor, sólo con amor se paga.

            El amor es el fruto maduro de la fe y la esperanza. La fe nos hace tomar conciencia del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, que suscita, a su vez, el amor. El amor es una luz, en el fondo la única, que ilumina constantemente a un mundo oscuro y nos da la fuerza para vivir y actuar.María es luz de Caridad que empuja la vida de los cristianos a vivir en la plenitud del amor y a consagrar toda nuestra existencia al amor con mayúsculas.

            Todos hemos visto cómo, en las Jornadas Mundiales de la Juventud, esta ultima en Brasil, los jóvenes manifestaban la alegría de la fe, el compromiso de vivir una fe cada vez más sólida y generosa, más llena de caridad. Los jóvenes aspiran a una vida grande. El encuentro con Cristo, el dejarse aferrar y guiar por su amor, amplía el horizonte de la existencia, le da una esperanza sólida que no defrauda. La fe no es un refugio para gente pusilánime, sino que ensancha la vida, ensancha el corazón, ensancha él horizonte. Hace descubrir una gran llamada, la vocación al amor, y asegura que este amor es digno de fe, que vale la pena ponerse en sus manos, porque está fundado en la fidelidad de Dios, más fuerte que todas nuestras debilidades (Cf LF 53).

            Qué bien han entendido los santos la dinámica del amor. Santa Teresa del Niño Jesús desea ser sacerdote, misionera, doctora, mártir. Quisiera ser flagelada, crucificada o morir desollada como San Bartolomé. Pero comprendió, como dice San Pablo  que uno se podría dejar quemar vivo, pero si no se tiene amor, nada se es. Por ello dirá, Santa Teresita: “comprendí que el amor encerraba en si todas las vocaciones, que el amor lo era todo, que el amor abarca todos los tiempos y lugares…en una palabra que el amor es eterno…”. Y por ello gritaba jubilosa “En el corazón de la Iglesia, mi Madre, yo seré el Amor…Así lo seré todo….” (Historia de un alma).

            Que bien entendió la caridad Francisco de Asís, el pobre entre los pobres, renunciando a todo para ser hermano de todos o San Vicente de Paúl, ardiente en la caridad, o más cerca de nosotros, Teresa de Calcuta, curando las llagas y consolando a los más desheredados de la tierra. Es posible vivir en el amor, nos debe urgir la caridad de Cristo, pues como bien dice el Concilio Vaticano II: “Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y  de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón” (GS 1). “La fe nos enseña que cada hombre es una bendición para mí, que la luz del rostro de Dios me ilumina a través del rostro del hermano” (LF 54).

            No olvidemos hoy al contemplar a la Virgen en este “Año de la fe”, que el amor ha de ser concreto y real y se destina a la construcción del bien común, así lo recuerda la Lumen Fidei, del Papa Francisco: “la luz de la fe se pone al servicio concreto de la justicia, del derecho y de la paz. La fe nace del encuentro con el amor originario de Dios, en el que se manifiesta el sentido y la bondad de nuestra vida, que es iluminada en la medida en que entra en el dinamismo desplegado por este amor, en cuanto que se hace camino y ejercicio hacia la plenitud del amor… Sí, la fe es un bien para todos, es un bien común; su luz no luce sólo dentro de la Iglesia ni sirve únicamente para construir una ciudad eterna en el más allá; nos ayuda a edificar nuestras sociedades, para que avancen hacia el futuro con esperanza… Las manos de la fe se alzan al cielo, pero a la vez edifican, en la caridad, una ciudad construida sobre relaciones, que tienen como fundamento el amor de Dios” (LF 51)

            La caridad es el alma de la Iglesia y sin la caridad no somos nada. Nuestra vida estaría baldía y muerta. El anuncio del Evangelio sería pura ideología si no viene sellado por el amor. “Ves la Trinidad, si ves el Amor”, escribió San Agustín.

            El Espíritu Santo que se nos ha dado y que inundó a la Santísima Virgen María es esa potencia interior que armoniza el corazón humano con el corazón de Cristo y nos mueve a amar a los hermanos como Él nos ha amado, hasta entregar su vida por todos. (Jn 13,1). El Espíritu es el fuego eterno del amor en el corazón de hombre y de la Iglesia. Maria fue la mujer dichosa como hemos proclamado en el evangelio de hoy, porque escucho la palabra de Dios y la cumplió en su vida haciendo de ella un horno encendido de caridad (Lc 11, 27-28).

            Pidamos, hoy, a la Virgen que nos ayude a tener siempre un corazón ardiente en Caridad y así, construyamos el reino de Dios, reino de gracia, de vida, de amor, de libertad, de justicia, de paz…

            María, mujer de corazón, queremos ser como Tú, buenos y disponibles. Tenemos necesidad de ti. Santa Madre de la Caridad, Santa María de la Victoria enséñanos a amar a Cristo, tu Hijo, para que también nosotros podamos llegar a ser capaces de un verdadero amor y ser fuentes de agua viva. Haz que seamos instrumentos del amor, allá donde estemos. Que toda nuestra tarea sea un vivir para Dios e irradiar y contagiar ese amor, pues somos conscientes que sólo el amor redime al hombre. Amén.

 

 

 

 

 

 

 

 

Autor: diocesismalaga.es

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