NoticiaCine El cuarteto Publicado: 01/02/2013: 1912 • Reflexión sobre la vejez Encontrarse en la última etapa de la vida y no preguntarse por lo realizado y la urdimbre de amores y afectos que han ocupado nuestro corazón, es como amputar la memoria y, en consecuencia, desmembrarnos de nosotros mismos en una especie de autolobotomía. Esto lo vemos en «En el cuarteto», un film que nos regala una excelente interpretación. En plena campiña inglesa, una residencia de importantes músicos jubilados está a punto de cerrar por falta de dinero. Entre otros, viven en esta mansión antiguas glorias operísticas. Todos ellos deciden embarcarse en una actuación para recaudar fondos y conseguir que continúe siendo su hogar en el postrer trayecto de sus vidas (esta trama la hemos visto ya en anteriores cintas: Sister act, Música del corazón, El concierto…). Saben que tienen que apostar fuerte para conseguir superar la difícil situación, por lo que comenzarán a ensayar diversas actuaciones, entre ellas, el plato fuerte: un aria de “Rigoletto” para celebrar el centenario de Verdi. Para interpretarla, se reúnen Reginald Paget (Tom Courtenay), Wilf Bond (Billy Connolly) y Cissy Robson (Pauline Collins), quienes cantaron esta pieza en varias actuaciones conjuntas cuando estaban en activo. Pero faltaba Jean Horton (Maggie Smith) para completar el cuarteto de pasados tiempos gloriosos. Un buen día aparece ésta en la residencia, quien ha decidido pasar allí el ocaso de su vida y reencontrarse con su antiguo amor, Reginald, con el que había estado casado brevemente. Jean mendigará el perdón de Reginal para cicatrizar antiguos errores. Aquí se aprecia ya un factor de extrañeza importante en el guión de Ronald Harwood, quien adapta al cine su propia novela. Y no es tanto por esta necesidad de perdón con la que Jean ha buscado a su antiguo amante, sino porque es el único argumento expuesto, de entre todos los viejos egregios que habitan el lugar, que intenta hacer un balance de la vida que llega a su final. En el resto de ancianos, construidos por la pluma de Harwood, están censuradas todas las referencias que destapen los malestares o alegrías vividas y qué queda de todo ello en la autoconciencia; en suma, el sentido del vivir propio, no el general y abstracto. Sólo Cissy (Pauline Collins), tras un desmayo, reconoce en Reginald y Will a su única familia, ya que no tiene ningún lazo de sangre, lo que daría pie a entrar a fondo en el deseo de significado, pero guionista y director no van más allá. Este hueco del corazón es de mucho más calibre que el habitual respeto británico por la privacidad de los sentimientos con que nos dispensan habitualmente en sus películas. Por el contrario, aparte de los achaques propios de la edad, que en ningún caso llegan al drama de una enfermedad terminal, los ancianos ensalzan con cantos el divertirse, como principal objetivo. Esta postura vital choca frontalmente con la decrepitud provocada por el paso del tiempo y las consecuentes dependencias causadas por la vejez. Se nos muestran algunas de índole físico, pero no las emocionales, lo que da al filme de Hoffman un tono de comedia que tiene como mayor exponente las picardías de Will, dispuesto siempre a hacer requiebros procaces a cuanta mujer se encuentra en el pequeño mundo de la residencia. Al final todo se queda en un forzado y artificial final feliz, muy al uso de lo políticamente correcto. Tampoco rompe este repeluzno británico por la intimidad, el bisoño en la dirección Dustin Hoffman, quien firma un acendrado filme, en el que la banda sonora de Dario Marianelli (Orgullo y prejuicio, V de Vendetta) es una de las bazas principales. Para el resto, se bastan y sobran el plantel de actores para agrandar su talento y el de la lista cuajada de actores británicos, que han aportado tantas glorias al cine y al teatro (El cuarteto tiene mucho también del arte escénico que ha encumbrado mundialmente la dramaturgia de las Isla). Así, brillan a gran escala desde Andrew Sachs (La venganza de la pantera rosa y series TV), Billy Connolly (El último samurai, The man who sued God, entre otras), Tom Courtenay (Doctor Zhivago, La noche de los generales y más de veinte títulos en su haber), hasta la más conocida en nuestro país como es Maggie Smith, con sus tres globos de Oro en su carrera (la profesora Minerva McGonagall en la serie Harry Potter, Gosford Park, Hook, Sister Act, Una habitación con vistas, por citar algunas), sin olvidar a ese secundario de lujo como es Michael Gambon, cuyo Otelo, en 1965, desgrana hasta nuestros días una lista copiosa de títulos. Disfrutarán de sus actuaciones, de la música y de los momentos divertidos de El cuarteto, con las que experimentarán emociones, que no observarán con su hondura necesaria en este primer largometraje de Dustin Hoffman. Autor: Enrique Chuvieco