DiócesisHomilías

Dedicación del templo de la Hermandad del Santísimo Cristo de la Vera Cruz y María Santísima de los Dolores (Campillos)

Publicado: 13/09/2012: 707

Homilía pronunciada por el Obispo de Málaga, D. Jesús Catalá, en la dedicación del templo de la Hermandad del Santísimo Cristo de la Vera Cruz y María Santísima de los Dolores, en Campillos, celebrada el 13 de septiembre de 2012.

DEDICACIÓN DEL TEMPLO DE LA HERMANDAD

DEL SANTÍSIMO CRISTO DE LA VERA CRUZ

Y MARÍA SANTÍSIMA DE LOS DOLORES

(Campillos, 13 septiembre 2012)

Lecturas: Gn 28, 11-18; Sal 138; 1 Co 10, 16-21; Lc 6, 27-38.

1.- Hemos escuchado en la primera lectura que Jacob, al disponerse a pasar la noche, se acostó y tuvo un sueño: «Soñó con una escalera, apoyada en tierra, y cuya cima tocaba los cielos, y he aquí que los ángeles de Dios subían y bajaban por ella» (Gn 28, 12).

Esta noche venimos a dedicar el altar de este templo de la Hermandad del Santísimo Cristo de la Vera Cruz. No vamos a dormirnos como Jacob, ni a tener un sueño; pero vamos a pensar que Dios quiere hacerse presente entre nosotros en este lugar. Desde aquí se elevará nuestra oración a Dios y aquí bajará Él con su presencia sacramental. No solo vendrán sus enviados, mensajeros o ángeles, sino que bajará Dios en persona; será una presencia real, aunque de manera sacramental, bajo las especies de pan y vino.

La Palabra de Dios bajará a nuestros corazones, para esponjarlos y revitalizarlos, como el agua de la lluvia empapa la tierra y la hace fecunda. En este curso pastoral hemos asumido como una de las prioridades: Potenciar el conocimiento de la Palabra de Dios y la lectura orante de la misma. Me consta, por información de D. José, quien ha sido vuestro párroco hasta ahora, que ya habéis hecho experiencia en años anteriores de “Lectio divina”.

La exhortación apostólica Vebum Domini invita reiteradamente a orar con el método de la Lectio Divina, porque “es verdaderamente capaz de abrir al fiel no solo el tesoro de la Palabra de Dios, sino también de crear el encuentro con Cristo, Palabra divina y viviente” (Benedicto XVI, Verbum Domini, 87).

                  Para facilitar la realización de este objetivo pastoral, nuestra Diócesis propone el uso de un material adecuado, que se os proporcionará.

2.- Se trata de escuchar y acoger la Palabra de Dios en toda su riqueza y amplitud. La Palabra es sobre todo el Logos mismo, el Verbo eterno, encarnado en Jesús de Nazaret, el Cristo, la "única Palabra que se expresa de diversos modos" (Benedicto XVI, Verbum Domini, 7). Con esta prioridad queremos reavivar “el encuentro personal y comunitario con Cristo, Verbo de la Vida, que se ha hecho visible; y a ser sus anunciadores para que el don de la vida divina, la comunión, se extienda cada vez más por todo el mundo” (Ibid., 2).

            Es nuestro deseo que la Palabra de Dios ocupe el corazón de la vida cristiana, tanto en la comunidad como en cada uno de sus miembros. Siguiendo la invitación de Benedicto XVI, queremos que Jesucristo, la Palabra de Dios encarnada, se abra camino en el corazón de los hombres y renueve la fe de la Iglesia.

Es necesario un acercamiento orante a la Sagrada Escritura. El lugar privilegiado para la lectura orante de la Sagrada Escritura es la liturgia, “especialmente la eucaristía, en la cual, celebrando el Cuerpo y la Sangre de Cristo en el sacramento, se actualiza en nosotros la Palabra misma” (Ibid., 86). Pero también es necesario potenciar la dimensión bíblica de toda acción pastoral, de manera que la Palabra de Dios vivifique y nutra toda esa acción; es decir, todo lo que hagamos como comunidad cristiana: la educación en la fe, las celebraciones litúrgicas, la predicación de la Palabra a los no-creyentes, las expresiones de piedad popular.

3.- Un templo es el lugar sagrado por excelencia, donde se celebra el sacrifico pascual de Jesucristo. Hemos dicho antes que el templo era el lugar de encuentro entre Dios y los hombres; de nuestro encuentro con el Cristo de la Vera Cruz.

            Hoy dedicamos este altar del templo de la Hermandad del Santísimo Cristo de la Vera Cruz y María Santísima de los Dolores. Tenéis como sagrado Titular, en primer lugar, a Jesucristo, quien, en el madero de la cruz, quiso entregar su vida por todos nosotros. Él es, al mismo tiempo, sacerdote, víctima y altar; su sacrificio lo ha realizado de una vez para siempre; y este sacrificio se prolonga y se actualiza en la eucaristía, memorial de su misterio pascual.

La eucaristía es la fuente y cima de toda evangelización. Los fieles, marcados por el bautismo y la confirmación, se injertan en el cuerpo de Cristo por la recepción de la eucaristía (cf. Presbyterorum ordinis, 5).

            Como dice el Concilio Vaticano II: “No se edifica ninguna comunidad cristiana si no tiene como raíz y quicio la celebración de la sagrada eucaristía (…). Esta celebración, para que sea sincera y cabal, debe conducir lo mismo a las obras de caridad y de mutua ayuda que a la acción misional y a las varias formas del testimonio cristiano” (Presbyterorum ordinis, 6).

            A través de la eucaristía, manantial de gracia, se obtiene la santificación de los hombres en Cristo y la glorificación de Dios, a la cual las demás obras de la Iglesia tienden como a su fin (cf. Sacrosanctum Concilium, 10). Este altar, que dedicaremos a continuación, se va a convertir en un manantial, que va a regar el pueblo de Campillos, como ya lo hace el altar de la parroquia.

            Os invito de corazón a que celebréis cada domingo la Pascua dominical, el “Día del Señor”. Como buenos cofrades, debéis reuniros para escuchar la Palabra de Dios y participar en la eucaristía, recordando la pasión, la resurrección y la gloria del Señor Jesús, del Cristo de la Vera Cruz, y dando gracias a Dios, que nos hace «renacer a la viva esperanza por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos» (1 Pe 1, 3). La santificación del domingo implica también vivirlo como día de alegría, de fiesta, de liberación del trabajo, de dedicación a la familia y de descanso (cf. Juan Pablo II, Dies Domini, 66). No dejéis de celebrar el domingo al estilo cristiano, a pesar de que la sociedad lo celebre de otros modos.

4.- Volviendo al sueño que tuvo Jacob, al despertar dijo: «El Señor está en este lugar (…) ¡Esto no es otra cosa sino la casa de Dios y la puerta del cielo!» (Gn 28, 16-17). También nosotros podemos decir hoy: Este lugar, que hoy consagramos, es la casa de Dios y la puerta del cielo. Queremos encontrarnos con Dios en este lugar santo; queremos alabarlo; queremos rezar al Señor. Aquí reposan las cenizas de vuestros seres queridos. Rogamos por ellos al Señor, para que los acoja en su reino de inmortalidad, de luz y de paz eterna.

            Vamos a ungir este altar, derramando aceite consagrado sobre él (cf. Gn 28, 18). También nosotros fuimos ungidos en nuestro bautismo y en el sacramento de la confirmación, recibiendo los dones del Espíritu Santo y convirtiéndonos en templos suyos.

¡Queridos hermanos, somos templos de Dios! El templo en que estamos es material, pero nosotros somos templos espirituales. El Espíritu habita en la Iglesia y en los corazones de los fieles como en un templo (cf. 1 Co, 3, 16; 6, 19), y en ellos ora y da testimonio de la adopción de hijos (cf. Gal 4, 6; Rm., 8, 15-16.26). Desde nuestro corazón debe elevarse la oración de alabanza, de acción de gracias y de súplica a Dios.

5.- Participar en el banquete eucarístico, celebrado en este altar, tiene sus exigencias. Como dice el refrán español, no se puede comulgar con ruedas de molino. El Señor nos pide, como hemos escuchado en la carta de san Pablo a los Corintios, que al participar de su Cuerpo y de su Sangre, vivamos la comunión con él, formando un solo cuerpo (cf. 1 Co 10, 16); y seamos fieles al único Señor de nuestras vidas, sin adorar a otros dioses o demonios (cf. 1 Co 10, 20). Nuestra vida no puede estar disociada entre Dios y otros intereses, que nos alejan de él, o que son incompatibles con la verdadera religión. Hay en nuestra sociedad muchos modos de pensar y de actuar, que se oponen a lo que Dios nos pide; todos los fieles cristianos, pero los cofrades de modo especial, debéis ser los primeros en dar testimonio de vuestra fe. La fe debe estar unida a la vida, injertada en ella; no puede ir mi vida por un sitio y mi fe por otro; la vida familiar, la social, la laboral… no pueden ir separadas de la vida de fe.

            En el Evangelio se nos han recordado, además, otras exigencias: amar a nuestros enemigos y hacer bien a los que nos odian (cf. Lc 6, 27-28); bendecir a quien nos maldice (cf. Lc 6, 28); no usar de violencia alguna y aceptar con paciencia ciertas actitudes molestas de los demás para con nosotros (cf. Lc 6, 29); compartir nuestros bienes con los necesitados (cf. Lc 6, 30); y otras cosas por estilo, que son las exigencias de ser cristiano y cofrade; esto son exigencias de la cruz de Cristo.

            No resulta fácil, queridos fieles y cofrades, llevar a cabo todas estas recomendaciones del Señor. Por eso hemos de pedirle ayuda, para ser capaces de vivir como discípulos suyos. Ya nos lo dice él: «Si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores aman a los que les aman» (Lc 6, 32). Lo difícil es amar al enemigo, a quien nos odia, a quien no nos comprende, o incluso a quien nos hace daño, a quien nos insulta y nos vitupera, a quien desea erradicarnos de la sociedad.

            Dios, queridos hermanos, nos invita a ser misericordiosos y compasivos, al estilo suyo: «Sed compasivos, como vuestro Padre es compasivo» (Lc 6, 36). De ese modo nos pareceremos más a él y viviremos a imagen y semejanza de quien nos ha dado la vida.

6.- Termino con el pensamiento en nuestra Santísima Madre. La otra imagen Titular de vuestra Hermandad es la Virgen, bajo la advocación de María Santísima de los Dolores. Ella supo acompañar a su Hijo Jesús desde la concepción (desde el instante de su encarnación) hasta su muerte en cruz.

            Le pedimos hoy su maternal intercesión, para que nos ayude a ser buenos hijos de tan tierna Madre.

            Ella fue realmente hermoso templo del Espíritu Santo, santuario privilegiado de Dios, arca de la nueva Alianza. Muchos son los títulos que la Virgen ostenta por haberse ofrecido en cuerpo y alma al Señor.

            Que María Santísima de los Dolores os acompañe en vuestras alegrías y en vuestras penas; y que os ayude en vuestro caminar cristiano como testigos de la fe y evangelizadores, hasta que lleguéis a la patria celestial. Amén.

 

Más artículos de: Homilías
Compartir artículo