NoticiaCoronavirus Gálvez contra las enfermedades contagiosas El Dr. Gálvez Ginachero con las Hijas de la Caridad Publicado: 30/03/2020: 24716 Desde muy pronto, y a nivel nacional, se estimó el compromiso de Gálvez para la lucha contra las enfermedades infecto-contagiosas. Un oficio que le dirigió la Junta Provincial de Sanidad el 22 de agosto de 1899 señalaba que se había acordado aumentar el número de vocales de la misma conforme a “las instrucciones que deben observar los Gobernadores de provincia para prevenir el desarrollo de una epidemia o enfermedad contagiosa, y en su virtud me permito invitar a V. por si tiene a bien honrar con su presencia este Despacho, concurriendo a las Sesiones que dicha Junta celebra todos los días impares a las nueve de la noche. Dios guíe a V. m. años”. Gálvez tenía en aquel momento 33 años. Era Doctor en Medicina desde los 24, y trabajaba en el Hospital Civil desde 1893. Formaría parte de estas instituciones de prevención hasta su muerte en 1952. Siendo todavía estudiante en Granada, en 1885 ya había podido observar de primera mano los terribles efectos de la epidemia de cólera que se cebó con aquella ciudad. A pesar de las fumigaciones de Bobadilla, esta epidemia penetró en Málaga, con especial incidencia en Vélez-Málaga, Archidona, Álora y Cuevas de San Marcos. En nuestra capital, diariamente morían personas en el barrio de la Trinidad. A falta de vacuna adecuada, las epidemias se desencadenaban irremediablemente. Así, durante la invasión de la gripe mal llamada española de 1918-19 (que se cobró 1500 vidas en Málaga), y dada la imposibilidad de determinar la verdadera etiología de esta enfermedad, algunos médicos mostraron su convencimiento de que no se podía disponer de un medicamento verdaderamente específico. González Álvarez señalaba que para la gripe “tratamiento patogenético-etiológico no lo hay ni lo puede haber, porque se desconoce el germen único específico” ante lo cual “las indicaciones que pueden hacerse no son más que de índole general, de activar las defensas orgánicas y mantener las energías vitales”. Como ha estudiado Mª Isabel Porras Gallo, no sólo se recurría al suero antineumocócico, sino también al suero antidiftérico para combatir las bronconeumonías gripales; pero ante su ineficacia fueron utilizados “antipiréticos, sudoríficos, tónicos, excitantes, baños, purgantes, desinfectantes, aireación sana, dieta sana e incluso la sangría, adoptando cada médico su propia combinación terapéutica”. Por su parte Gálvez, célebre por su defensa a ultranza de la asepsia, constantemente defendió medidas higienistas, y, ante la impotencia de la medicina de laboratorio, predicó como mejor profilaxis colectiva la prevención: siempre consideró que la mejora de los servicios básicos (conducciones de agua potable, canalización de alcantarillado, etc.) eran la mejor defensa ante enemigos contra los que no se dispusiera aún del arma definitiva, la vacuna adecuada. Pero entonces, como hoy, la ineficacia de algunas autoridades sanitarias y la inconsciencia de algunos particulares menoscababan los esfuerzos a veces heroicos de los profesionales. Resultan demasiado actuales las palabras del abogado y escritor Narciso Díaz de Escovar publicadas en 1903: “muchas de estas asoladoras pestes que la tradición nos relata se agigantaron por descuido de los más o por el amor propio de obstinados que no veían o no querían ver el contagio para no confesar el error que existía en opiniones vertidas públicamente con harta ligereza. En esas epidemias se grabaron eternamente rasgos de abnegación, que contrastaban con las negligencias de autoridades poco celosas del bien público y desconocedoras de higiénicos preceptos que oportunamente aplicados hubieran evitado tan horribles catástrofes”. En particular, en cuanto a la tuberculosis, Gálvez se quejaba amargamente de que “los visitantes cada año más numerosos que acuden a Málaga durante el invierno atraídos por la dulzura de clima y por la justa fama de hospitalarios que gozan sus habitantes, observan con extrañeza que los hoteles albergan de ordinario un número harto mayor de lo que debería ser de enfermos tuberculosos en todos los períodos, que sin traba ni cortapisa de ninguna especie habitan en los departamentos que les place, comen en la sala general, escupen por doquier, toman café y esparcen puntas de cigarro allí donde les coge y finalmente son perfectos y acabados modelos de infracción a las reglas de higiene y propagandistas inconscientes del más mortífero o insidioso de los agentes patógenos. Y lo más desagradable del caso es que hasta ahora por nada ni por nadie se ha emprendido ninguna obra de defensa, a pesar de que el mal nos amenaza cada día más de cerca y nos arrebata amigos, parientes, obreros en lo más florido de sus juventudes, madres que empezaban a crearse una familia, niños llenos de esperanza y de vida, y en los cuarteles, en las fábricas, en los conventos, en las escuelas y en todas partes el mal se ceba arrancándonos miles de existencias”. En 1943, Gálvez tenía 77 años. El 27 de noviembre, en un solemne acto celebrado en el Hospital Civil, se le impuso la Cruz de Beneficencia de Primera Clase. La prestigiosa Orden Civil de la Beneficencia había nacido casi un siglo atrás, en 1856, para premiar la caridad y el esfuerzo de los que se habían destacado especialmente en el auxilio a los infectados por la epidemia de cólera morbo asiático. De sus modalidades, la de primera clase –la que recibió Gálvez– conllevaba el uso de la placa y podía concederse a aquellos que prestaran servicios extraordinarios de caridad. La insignia consistía en una estrella con remates en globillos de oro. Esmaltada en blanco, en su centro circular mostraba superpuesta la representación de la caridad con la figura de una matrona que acoge a dos niños, con una orla con la inscripción Fortitudo – Charitas – Abnegatio (Fortaleza – Caridad – Abnegación). Realmente era la distinción más apropiada para la persona que se caracterizó toda su vida por el esfuerzo en la prevención de las epidemias, y por su caridad para quienes sufrían sus devastadoras consecuencias. Señor Dios nuestro, que concediste a tu siervo José Gálvez Ginachero, Doctor en Medicina y Ginecólogo, innumerables dones que ejercitó con esfuerzo durante su vida, de modo que nos dejó un ejemplo de ideal cristiano en las variadas facetas de sus actividades como padre de familia, cirujano y hombre público, sostenido por una profunda fe en la Eucaristía y por una gran devoción mariana, supo unir su ciencia médica con el ejercicio de su profesión y la atención a los más necesitados, siempre abierto a toda acción benéfica, fue propulsor de varias de ellas. Concédenos por su intercesión la gracia que ahora te pedimos (hágase la petición) y haz que nuestra Santa Madre Iglesia, a la que él amó fielmente, acredite públicamente su santidad. Por Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina por los siglos de los siglos. Amen. Padrenuestro, Avemaría y Gloria.