Una devoción que encuentra un punto de inflexión en el año 1942 cuando en plena II Guerra Mundial, el Papa Pío XII consagró el mundo al Corazón Inmaculado de María.  Una devoción que la Iglesia celebra hoy sábado justo después de celebrar ayer viernes la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús.  Los corazones de Jesús y de María son inseparables. Por eso sus fiestas son contiguas.  Dos días  que se toman de la mano, mejor dicho del corazón y que  unen el hijo a la madre. 

Son días de honda reflexión que llevan a los cristianos a vincularse especialmente a los anhelos del corazón de Cristo y su madre para salir a pisar los caminos, para sentir en la carne desnuda la escarcha y disfrutar de tanta luz, tanta vida, tan frágil silencio, tan abiertos caminos, como cantara el poeta.

Una sociedad, consagrada al amor inmaculado de María, equivale a ponerse en disposición para dejarse impregnar, sin reserva alguna, de misericordia, perdón y de paz.  Digamos que es importante encomendarse a la Virgen con la confianza de hijos, siguiendo el ejemplo de Santa Teresa de Jesús que cuando murió su madre llegó a decir: “Acuérdome que, cuando murió mi madre quedé yo de edad de doce años, poco menos. Como yo comencé a entender lo que había perdido, afligida fuime a una imagen de nuestra Señora y supliquéla fuese mi madre, con muchas lágrimas. Paréceme que, aunque se hizo con simpleza, que me ha valido...”.  Y es que la figura de María, para los cristianos es muy significativa. Ella como madre desde lo más profundo de su corazón te acoge, protege y orienta.