NoticiaPatrona de la diócesis Predicación de la novena a Santa María de la Victoria. Día 6º Publicado: 16/09/2014: 10846 NOVENA A SANTA MARÍA DE LA VICTORIA. DÍA 6º. Catedral de Málaga (4 septiembre 2014) Lecturas: Hch 1,12-14; 2,1-4; Sal 86,1-2.3 y 5.6-7; Jn 19,25-27 Acoger a María como madre nuestra 1. Introducción Queridos hermanos concelebrantes y hermanos de la Hermandad de Santa María de la Victoria, queridos miembros de las instituciones que hoy venís a venerar a nuestra patrona, hermanos todos. Una tarde más nos congregamos en torno a nuestra patrona, Santa María de la Victoria, para acudir a su auxilio y protección, para abrir nuestro corazón y acogerla cada vez más plenamente como nuestra Madre. La Virgen María, que se puso en camino para llevar la salvación, nos invita también a nosotros a ponernos en camino, atentos a las necesidades de los demás y a la voluntad de Dios, para que la alegría del Evangelio llegue a todos los hombres. 2. La palabra de Dios El Evangelio que se acaba de proclamar nos sitúa en el momento culminante de la vida de Jesús, a los pies de la cruz. Casi todos le han abandonado; junto al crucificado sólo permanece un reducido grupo de mujeres que acompañan a la Madre de Jesús y el discípulo amado. Jesús pudo ver y sentir “a sus pies la consoladora presencia de la Madre y del amigo”. En ese momento de tanto sufrimiento y dolor, abocado a la muerte en plena madurez de vida, Jesús no está ensimismado en su tragedia, vuelto hacia sí mismo. Al contrario mira a la madre y a los que le acompañan. Antes de dar por consumada la obra que el Padre le había encargado, “al ver a su madre y al discípulo que tanto quería”, en un acto sublime de despojamiento Jesús le dijo a María: «Mujer, ahí tienes a tu hijo», mostrándosela al mismo tiempo al discípulo como madre: “ahí tienes a tu madre.” Para el evangelista Juan, las palabras de Jesús tienen un alcance significativo. En el gesto y en las palabras de Jesús hay mucho más que la simple preocupación por el futuro de su madre, sola, sin el hijo, hay mucho más que un simple acto de misericordia. Y esto porque la hora de la cruz, que es aparentemente la hora del fracaso de Jesús y de la victoria de los que le han condenado a muerte, para el evangelista Juan, que mira con más profundidad, con los ojos de la fe, es la hora de la glorificación de Jesús: la hora de su elevación, de su exaltación a la gloria, de su entronización, de la consumación de su misión y de su vuelta al Padre. Por otro lado, el Evangelista san Juan nos presenta al discípulo amado no sólo como una persona concreta, sino como tipo del discípulo de Jesús: en él están representados los discípulos de todos los tiempos. Por eso al pie de la cruz, Jesús no sólo mira a la madre y al discípulo amado, sino a la madre y a todos nosotros: en Juan, a todos se nos ofrece entregarnos al cuidado maternal de María, y ella se nos regala como madre. De ahí que las palabras de Jesús son más bien una fórmula de revelación que manifiesta el misterio de una especial misión salvífica. Jesús nos dejaba a su madre como madre nuestra. Sólo después de hacer esto Jesús pudo sentir que «todo está cumplido» (Jn 19,28). La Virgen María, con la que Jesús quiso marcar distancia respecto a la llegada de su hora llamándola “mujer” en las bodas de Caná, ahora, al pie de la cruz, en la hora de su glorificación, Jesús la vuelve a llamar “mujer” y le confía una misión maternal: ser la madre del discípulo amado, y en él de la Iglesia naciente y de los discípulos de todos los tiempos. María ha acogido como hijos a los discípulos que a la hora de la verdad, habían abandonado al hijo de sus entrañas y se deja acoger por ellos como madre. Por eso no es de extrañar la escena de los Hechos de los Apóstoles que hemos oído en la primera lectura. Los apóstoles, siguiendo la invitación que Jesús les ha hecho antes de su ascensión, vuelven a Jerusalén, lugar del “éxodo” de Jesús al Padre y, unidos con algunas mujeres, entre ellas María, la madre de Jesús, y sus parientes, “se dedicaban a la oración en común”. Oran al Señor para que cumpla su promesa: “seréis bautizados en el Espíritu Santo dentro de pocos días (Hch 1,5)”. “Ella reunía a los discípulos para invocar al Espíritu Santo (Hch 1,14), y así hizo posible la explosión misionera que se produjo en Pentecostés. Ella es la Madre de la Iglesia evangelizadora y sin ella no terminamos de comprender el espíritu de la nueva evangelización (EG 284). Por eso, esta presencia de la madre del Señor con los once, después de la ascensión, no es una simple anotación histórica de algo que sucedió en el pasado, sino que asume un significado de gran valor, porque María comparte con ellos lo más precioso que tiene: la memoria viva de Jesús, en la oración. Comparte esta misión: conservar la memoria de Jesús y conservar así su presencia, y anunciarla. De esta manera, María guía a la Iglesia naciente en la oración y así está también hoy ante Dios intercediendo por nosotros, pidiendo a su hijo que envíe su Espíritu una vez más a la Iglesia y al mundo. La maternidad de María, que comenzó con el Fiat e Nazaret, culmina bajo la cruz. Con María comienza la vida terrena de Jesús y con María se inician también los primeros pasos de la Iglesia. María siguió con discreción todo el camino de su Hijo durante la vida pública hasta el pie de la cruz, y ahora sigue también, con una oración silenciosa, el camino de la Iglesia. Al pie de la cruz, en la hora suprema de la nueva creación, “Cristo nos lleva a María. Él nos lleva a ella, porque no quiere que caminemos sin una madre (…) Al Señor no le agrada que falte a su Iglesia el icono femenino. Ella, que lo engendró con tanta fe, también acompaña «al resto de sus hijos” (EG 285). El gesto de Jesús es un don para la comunidad de discípulos congregada al pie de la cruz, y la llamada a una misión nueva de la madre: la maternidad de María en la Iglesia. Como madre de todos, es la misionera que se acerca a nosotros para acompañarnos por la vida, abriendo los corazones a la fe con su cariño materno. Como una verdadera madre, ella camina con nosotros, lucha con nosotros, y derrama incesantemente la cercanía del amor de Dios (EG 286). 3. Conclusión Venerar la memoria de la Madre de Jesús y acogerla como madre nuestra, implica dar cada día nuestro sí al Señor, hacer lo que Él nos diga, anteponiendo su voluntad a todos nuestros planes y aprender de ella a ser comunidad que ora pidiendo el impulso del Espíritu Santo para que, saliendo de nosotros mismos, anunciemos su salvación a todos los hombres. Damos gracias al Señor que nos ha regalado a su Madre como Madre nuestra y le pedimos que sepamos acogerla de corazón. Pedimos “A la Madre del Evangelio viviente (…) que interceda para que” la invitación que nos hace el Papa “a una nueva etapa evangelizadora sea acogida por toda la comunidad eclesial”. “Nosotros hoy fijamos en ella la mirada, para que nos ayude a anunciar a todos el mensaje de salvación” (EG 287). Santa María de la Victoria “Tú, que estuviste plantada ante la cruz con una fe inquebrantable y recibiste el alegre consuelo de la Resurrección, recogiste a los discípulos en la espera del Espíritu para que naciera la Iglesia evangelizadora. Consíguenos ahora un nuevo ardor de resucitados para llevar a todos el Evangelio de la vida que vence a la muerte. Amén. Aleluya”.