Día 8: María, madre de familia

Publicado: 06/09/2012: 1756

A poco que nos acerquemos a la biografía de Jesucristo, nos desconcierta por los cuatro costados: entra en el mundo por la puerta de la pobreza, se cría en una familia con María como madre, con José el artesano como padre, en las tres décadas que dura su vida oculta en Nazaret prácticamente nada hace sospechar a ojos de extraños su identidad: se cría entre los abuelos, los amigos, la familia, los vecinos, con un trabajo.

Todo se desarrolló en el marco de la llamada familia de Nazaret.  Y ya sabes cómo comenzó todo.  Con un saludo, un deseo y un acontecimiento.  El saludo del ángel a Santa María de la Victoria en el evangelio de Lucas se parece muchísimo al grito con el que el profeta Sofonías saludaba a la Jerusalén liberada al final de los tiempos e incorpora las bendiciones con las que Israel celebró a sus nobles mujeres.    Un saludo que arranca un hágase y desemboca en un nacimiento virginal: en él se refleja el anhelo de la humanidad, el ansia de la esperanza y pureza que representa la virgen pura, de lo auténticamente maternal, de lo acogedor, de lo maduro, de lo bueno, también de la esperanza que acompaña el nacimiento de un hombre, la esperanza que trae consigo un hijo.  El nacimiento virginal es teología de la gracia, noticia que nos explica a las claras cómo nos viene la salvación: llega a nosotros como regalo.  Puro y duro.

Podremos colmar de bienes materiales a nuestros hijos hasta el vómito pero si, como padres, no les mostramos donde se encuentra el secreto de la vida los educaremos en el camino erróneo.  El secreto de la vida se encuentra en la gratuidad y en la educación en el amor y disciplina.  Cuando se educa en la gratuidad, el amor y en la autoridad el resultado es una persona feliz, segura de sí mismo, afianzada en sus valores y con capacidad de crear, producir y generar vida.

Como cristianos tenemos que mostrar el camino de la gracia, el camino del amor.  Y el ámbito privilegiado para hacerlo es la familia, la Iglesia doméstica.  De ahí la importancia de crecer en la conciencia familiar como un regalo.   La vocación al matrimonio es una vocación específica.  Un ámbito privilegiado para ser santo.  ¿Cómo se puede entender una familia cristiana donde no se reza diariamente? ¿Cómo se puede concebir una familia cristiana donde no se comparte con los más necesitados?  ¿Cómo se puede encajar una familia que se llama cristiana donde las envidias, los recelos, las venganzas, los odios o la violencia están al orden del día? ¿Cómo podemos defender la familia cristiana si nos hemos cerrado a la vida argumentando peregrinas razones para al fin y a la postre vivir como nos da la gana?  El subjetivismo y el relativismo se han instalado en muchas familias cristianas ocasionando grandes destrozos.

La familia cristiana transmite la fe cuando se enseña a rezar y se reza en su seno, cuánto bien hace el rezo del rosario o de la liturgia de las horas en familia; la familia cristiana trasmite la fe cuando se celebran los sacramentos, cuánto bien hace a los hijos ver cómo sus padres participan de la Santa Misa o se confiesan frecuentemente;  la familia cristiana transmite la fe cuando lee y reza con la Biblia, cuánto bien hace conocer los relatos bíblicos desde pequeños.

La experiencia de ser acogidos y amados por Dios y por los padres es la base firme que favorece  el crecimiento y desarrollo auténtico del hombre  y el salir de nosotros mismos. En todos nosotros existe el riesgo de ahogar el amor y de crecer en la dirección opuesta hasta el punto de cebarnos con la parte más débil y vulnerable de la familia: los hijos, los abuelos o los enfermos.  Para avanzar en el camino de madurez humana, la Iglesia nos enseña a respetar y promover la dignidad humana y la realidad del matrimonio indisoluble en fidelidad y abierto a la vida entre un hombre y una  mujer.

Hay familias que pretenden vivir al margen de Dios.  Y por extensión, pretenden vivir sin referencia a un amor puro.  Esto lleva inexorablemente al hombre a conducirse por pendientes peligrosas hasta el punto de vivirse en el seno del propio matrimonio la manipulación, la violencia, el maltrato, las mentiras.  Incluso la muerte o la perversión: prostitución, club de intercambio de parejas, acceso a contenidos pornográficos… El ser humano no puede vivir sin amor. El origen del amor se encuentra en el misterio de Dios, Dios sale al encuentro de cada hombre y mujer.  Y hasta que no seamos conscientes de esta verdad el mundo caminará al revés. El hombre fue creado para amar. Y las cosas para ser utilizadas. El problema es que invertimos los órdenes y así nos va.  El ejemplo de la familia de Nazaret mantiene plena vigencia. A tu puerta está llamando, quiere compartir contigo su experiencia. Déjate enseñar por San José y Santa María de la Victoria. 

Autor: diocesismalaga.es

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