NoticiaHemeroteca Conferencia en Melilla: \"La familia: Iglesia doméstica\" Publicado: 27/05/1994: 3123 Conferencia de Mons. Dorado en Melilla 1.- Introducción Estamos celebrando, por decisión de las Naciones Unidas, el AÑO INTERNACIONAL DE LA FAMILIA. Ya sabemos lo que esto significa. Cuando las Naciones Unidas dedican un año a un tema, es por tres motivos fundamentales: porque se trata de un bien importante para toda la humanidad; porque ese bien se encuentra amenazado; y porque urge tomar medidas concretas para recuperar ese bien. Tenemos que alegrarnos por esta decisión de las Naciones Unidas. Pero no podemos disimular nuestra sorpresa. Y es bueno que tomen nota quienes acusan continuamente a la Iglesia de llegar siempre tarde, cuando la verdad es que resulta pionera en abrir caminos ante los nuevos problemas. Hace ya treinta años que los responsables de la Iglesia Católica, reunidos en Concilio, en el Concilio Vaticano II, habían abordado estas tres cuestiones. Sobre la importancia de la Familia, el Vaticano II nos dijo que "la buena salud de la persona y de la sociedad humana y cristiana está estrechamente ligada a la prosperidad de la comunidad conyugal y familiar". Y es lo que ponen de relieve todos los estudios sociológicos: un porcentaje muy alto de la delincuencia juvenil y de la drogadicción proceden de familias desintegradas y rotas por diversos motivos. Sobre los problemas que amenazan la familia, el Concilio nos dijo que "no en todas partes brilla con la misma claridad la dignidad de esta institución", que se ve amenazada "por la poligamia, la epidemia del divorcio, el llamado amor libre y otras deformaciones", aparte de que "las actuales condiciones económicas, socio-psicológicas y civiles originan graves perturbaciones a la familia". Sobre la necesidad de tomar medidas, el Concilio pretendió "iluminar y confortar a los cristianos y a todos los hombres que se esfuerzan por proteger la dignidad natural del estado matrimonial y de su eximio valor". De ahí que mirara con esperanza "la variedad de recursos que permiten a los hombres avanzar hoy en el fomento de esta comunidad de amor y en el respeto a la vida y que ayudan a los esposos y a los padres en su elevada tarea" . Dieciséis años después, en el Sínodo de 1980, la Iglesia volvió a reflexionar sobre el tema de la familia. Ahora acoge con gozo todos los aspectos positivos de la familia moderna, como son "una conciencia más viva de la libertad personal y una mayor atención a la calidad de las relaciones interpersonales en el matrimonio, a la promoción de la dignidad de la mujer, a la procreación responsable, a la educación de los hijos...", pero denuncia también con fuerza los nuevos y graves problemas, como son: "Una equivocada concepción teórica y práctica de la independencia de los cónyuges entre sí; las graves ambigüedades acerca de la relación de autoridad entre padres e hijos; las dificultades concretas que con frecuencia experimenta la familia en la transmisión de los valores; el número cada vez mayor de divorcios; la plaga del aborto; el recurso cada vez más frecuente a la esterilización; la instauración de una verdadera y propia mentalidad anticonceptiva" . Cualquiera que conozca la situación actual de la familia puede ver el carácter profético y madrugador de estos diagnósticos. ¡Es lástima que haya habido que esperar treinta años para que las Naciones Unidas tomen cartas en el asunto, como han venido pidiendo insistentemente algunos movimientos familiares de la Iglesia! . 2.- La pastoral familiar en la Iglesia No sólo las Naciones Unidas han tardado en reaccionar. Me temo que nuestra pastoral ordinaria no se ha tomado aún suficientemente en serio el tema de la familia. El Vaticano II, tras recordarnos que "la familia es una escuela del más rico humanismo", recomendaba vivamente a los seglares en general, a los sacerdotes, a los estudiosos creyentes y a las mismas familias a que "promuevan diligentemente los bienes del matrimonio y de la familia" . Es verdad que a raíz del Concilio surgieron diversos movimientos de apostolado familiar y que algunos de ellos tuvieron la feliz idea de unificarse. Es verdad también que la Conferencia Episcopal Española reflexionó sobre el tema y publicó un valioso documento, aprobado en la Plenaria del 6 de Julio de 1979 . Pero la pastoral familiar no ha calado a fondo en nuestras parroquias. Y eso, a pesar del Sínodo del año 1980 sobre la familia y a pesar de las repetidas llamadas del Papa Juan Pablo II. En la Familiaris consortio, invita a preparar, desde la Conferencias Episcopales, un "directorio para la pastoral de la familia" y recuerda que "los planes de pastoral orgánica, a cualquier nivel, no deben prescindir nunca de tomar en consideración la pastoral de la familia" . Precisamente en esta línea, se han ido creando en casi todas las Diócesis Secretariados o Delegaciones de Pastoral Familiar y el PLAN PASTORAL de la Conferencia Episcopal Española, aprobado en la última Plenaria, nos recuerda que "la Iglesia está redescubriendo la familia como lugar privilegiado de una acción pastoral y evangelizadora" y, por tanto, la necesidad de "atender especialmente a la vida cristiana de las familias" . Por ello me satisface el que me hayáis ofrecido la oportunidad de celebrar este encuentro y de presentar esta reflexión. Consciente de que el Espíritu me ha encomendado el servicio de la Evangelización en la Iglesia de Málaga, me alegra poder abordar hoy el tema de la evangelización desde la óptica de la familia. No en vano nos recuerda el Concilio que la familia es una "especie de Iglesia doméstica" ; un "santuario doméstico de la Iglesia" . 3.- ¿Qué es eso de la Iglesia doméstica? Digamos, de entrada, que la familia es una realidad humana natural. En este sentido, la familia cristiana no es diferente de las demás familias. Las notas esenciales del matrimonio, como son la unidad, la apertura a nuevas vidas, la totalidad y la indisolubilidad brotan de la naturaleza misma de las cosas, y son comunes al matrimonio cristiano y al matrimonio sin más. De forma semejante, el Evangelio no impone un modelo determinado de familia. Los diversos modelos se van delineando históricamente a la luz de las circunstancias socio-culturales. Dentro, claro está, de un marco que establece la ley natural. Por su misma naturaleza, el matrimonio es es un amor personal, mediante el que una persona se entrega libre y totalmente a otra persona de diferente sexo, en orden a la procreación y educación de nuevos seres humanos y en orden también a la ayuda mutua en todo. Se trata de una entrega y de un amor que tienden a ser fieles, totales, fecundos y definitivos, mientras vivan ambos cónyuges. Este matrimonio natural es la base sobre la que se asienta el matrimonio cristiano; el matrimonio sacramento. Es el apellido cristiano el que añade los elementos distintivos: "Casarse en el Señor", para que Jesucristo muerto y resucitado se haga salvíficamente presente en el amor humano, lo sane y lo eleve a ser una participación del amor con que nos ama el mismo Dios. Se trata de una presencia permanente y activa de Jesucristo, que alimenta y ensancha el amor de los esposos, fortalece su voluntad en un proyecto de esperanza siempre abierto a mayor plenitud, e ilumina su inteligencia con los ojos de la fe, para que sepan descubrir los caminos de Dios a lo largo de su vida. Vivificados por esta presencia salvadora, cada cónyuge se convierte para el otro -y ambos para toda la familia- en signos vivos y eficaces del amor de Dios al hombre. Son una comunidad de fe y de vida, unidos en el Señor. Ya en la Iglesia primitiva se desarrolla la concepción de la familia como una pequeña Iglesia; como una Iglesia doméstica. San Juan Crisóstomo, un Santo Padre de la Iglesia que fue Obispo de Constantinopla a finales del siglo IV y comienzos del V, decía a sus fieles: "Que cada uno de vosotros convierta su casa en una Iglesia" . Y mirado desde la Teología, tenía razón, porque la familia cristiana, santificada por el sacramento del matrimonio, se presenta como "un reflejo vivo, una verdadera imagen, una encarnación histórica de la Iglesia. En tal sentido, la familia cristiana se manifiesta en la historia como un signo eficaz de la Iglesia; es decir, como una revelación que la manifiesta y la anuncia, y como una actualización suya, que representa y encarna a su modo el misterio de la salvación" . "A su manera, afirma también Juan Pablo II, (constituye) una imagen viva y una representación histórica del misterio de la Iglesia" . Como sabéis, la palabra Iglesia significa, por su etimología, asamblea. Es la asamblea de todos los bautizados; de todos los llamados y santificados por el Señor. Y la familia es Iglesia en cuanto que es también comunidad de bautizados, que han unido sus vidas "en el Señor". Por el sacramento del matrimonio, han iniciado "en el Señor" un nuevo y más íntimo proyecto comunitario para ayudarse en todo y para hacer fecunda su vida. Como comunidad de bautizados y como matrimonio, su vida y su proyecto están abiertos a la escucha y a la transmisión de la Palabra; y están abiertos también a la acogida de nuevas personas, con todos sus carismas. Es una comunidad humana y una comunidad de fe -una porción del Pueblo de Dios-, en la que todos los miembros tienden, por el dinamismo del bautismo y del matrimonio, a la santidad y a la santificación del mundo. Como amorosa unidad de vida entre personas, implica una referencia a Dios, que es fundamento y meta de todo amor; y como comunión de cristianos en el Señor, incluye una actualización del misterio de Cristo, ya que El mismo nos dijo que donde dos o más están reunidos en su nombre, allí está operante y vivo El; el Señor resucitado (Mt 18,20) . El matrimonio, pues, y por extensión la familia, es íntima comunidad de vida y de amor, basada en la acción invisible pero real del mismo Jesucristo. De tal forma que el fundamento último de la familia cristiana no es el amor humano y libre de los esposos sin más, sino este amor injertado en Jesucristo y sanado por El. Por ello, la familia se constituye en lugar de salvación, de servicio gratuito y de gracia. Y no sólo por empeño humano, sino ante todo y sobre todo, como don de Dios. En este sentido, el matrimonio y la familia "significan el misterio de unidad y de amor fecundo entre Cristo y la Iglesia" (Ef 5,32). Igual que la Iglesia, el matrimonio y la familia son una realidad viva; un acontecimiento histórico que lleva a crecer juntos en la fe, en el amor y en la esperanza. Se trata de un crecimiento en la línea de la comunión y del servicio entre sus miembros. Como pequeña Iglesia doméstica, es el lugar donde se vive y se desarrolla la comunión de personas adultas y libres; de personas que crecen interiormente desde el amor que reciben de los demás; de personas que aprenden a amar y a servir mediante tareas diversas en favor de los otros. Es una comunión que se edifica desde el matrimonio, porque "caminar hacia una unidad cada vez más profunda, en la certeza de que Cristo es el autor y la plenitud de esta unidad, constituye el itinerario fundamental de la espiritualidad conyugal" . Pero una comunión abierta a las demás familias; una comunión que no convierte el amor de unos a otros en una especie de egoísmo de grupo. Porque también la familia nace y vive para ser instrumento y signo del Reino de Dios. Pues también se debe decir de la familia eso tan hermoso de la Plegaria Eucarística V/b: hay que tratar de que "sea un recinto de verdad y de amor, de libertad, de justicia y de paz, para que todos encuentren en ellas un motivo para seguir esperando". Finalmente, como Iglesia doméstica, la familia es lugar donde la Palabra de Dios es escuchada, comentada y anunciada. Es lugar donde se ora y se celebra la fe. Y es lugar donde el servicio en la caridad alcanza una intensidad especial en línea de la gratuidad y de la abnegación. 4.- La familia en la misión de la Iglesia Como Iglesia doméstica, la familia desempeña también un papel fundamental en la misión de la Iglesia. Está llamada a ser no sólo comunidad creyente sino también comunidad evangelizadora; no sólo comunidad confesante y en diálogo con Dios, sino también comunidad al servicio del hombre. Ya nos dijo Juan Pablo II que "entre los cometidos fundamentales de la familia cristiana se halla el eclesial: es decir, que ella está puesta al servicio de la edificación del Reino de Dios en la historia mediante la participación en la vida y misión de la Iglesia" . Pero tiene que desempeñar esta misión -y es un punto que muchos no acaban de comprender- en cuanto matrimonio y en cuanto familia. Es decir, que "deben vivir su servicio a la Iglesia y al mundo los esposos juntos, en cuanto pareja, y los padres e hijos en cuanto familia" . Se trata de desarrollar formas de apostolado en las que se pueda contar con la presencia de las parejas como tales, y no simplemente de uno de los cónyuges: en los diversos momentos y actividades de la vida de la comunidad eclesial; en las diversas formas de desarrollar la misión salvífica de la Iglesia; y en los diversos organismos pastorales. Este punto es decisivo y exige una mentalidad nueva, pues es "en el amor conyugal y familiar -vivido en su extraordinaria riqueza de valores y exigencias de totalidad, unicidad, fidelidad y fecundidad- donde se expresa y realiza la participación de la familia cristiana en la misión profética, sacerdotal y real de Jesucristo y de la Iglesia" . 4.1. La misión evangelizadora de la familia La Iglesia es convocada por la Palabra y nace de la Palabra, ya que "nace de la misión evangelizadora de Jesús y de los Doce". Enviada a evangelizar, comienza por evangelizarse a sí misma mediante la escucha y la meditación del Evangelio. Porque también ella necesita la Palabra para edificarse a sí misma; también ella vive de la Palabra . Por eso, "evangelizar constituye la dicha y la vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda" . Esto mismo se puede y se debe afirmar de la familia, como Iglesia doméstica: está llamada a ser el lugar primero donde se proclama, se escucha, se medita y se acoge la Palabra de Dios. Y está llamada a ser el cauce privilegiado para transmitir la fe y los valores cristianos. Como dice la Evangelii nuntiandi, "la familia, al igual que la Iglesia, debe ser un espacio donde el Evangelio es transmitido y desde donde éste irradia. Dentro, pues, de una familia consciente de esta misión, todos los miembos de la misma evangelizan y son evangelizados. Los padres no sólo comunican a los hijos el Evangelio, sino que pueden a su vez recibir de ellos este mismo Evangelio profundamente vivido" . Pero sabemos bien que, hoy por hoy, todo esto es una hermosa teoría, pues no es lo normal. Sólo existen algunas excepciones muy minoritarias. Y tenemos que preguntarnos qué pasos tendríamos que dar para hacer posible que la familia desempeñe su misión. Basándome en experiencias modestas que conozco, se me ocurren algunas sugerencias. Y son las siguientes: He conocido lugares donde algunas parejas ponen su casa, modesta por cierto, al servicio de otras personas. Se reúnen semanalmente para escuchar y comentar la Palabra de Dios. Puede ser un buen sistema, siempre que se les dé a los matrimonios responsables una preparación adecuada y que no prescindan de su inserción viva en la parroquia. En otros lugares, se ha desarrollado la catequesis familiar: se prepara a los padres para que sean ellos los educadores en la fe de sus hijos y de los amigos de sus hijos. Una catequesis que va acompañada de las correspondientes celebraciones en la parroquia y de una revisión seria. Existen también diversos movimientos de apostolado matrimonial y familiar. Algunos tienen editados materiales valiosos para las reuniones y para la formación de los miembros. Habría que potenciar este apostolado, pero insertándolo en la Iglesia local y en las parroquias. Finalmente, dado el interés que existe hoy por el estudio de la Biblia, se deberían montar en toda comunidad parroquial escuelas de Biblia. Existen métodos sencillos y rigurosos para conocer mejor la Biblia; para iniciarse en la Lectio divina; para vivir de la Palabra de Dios. Es evidente que sólo en la medida en que la familia conoce el Evangelio y trata de meditarlo, logrará integrarlo en su vida. Y sólo en la medida en que trata de vivir los valores evangélicos, podrá transmitir esta fe a sus hijos y fuera del hogar . 4.2. La misión sacerdotal de la familia. La Iglesia es también un pueblo sacerdotal. Un pueblo en el que toda la comunidad y cada uno de los miembros entiende su vida como una ofrenda de amor al Padre a través del amor a los demás. Especialmente a través del amor a los más pobres y los más necesitados. Se trata de vivir las realidades cotidianas con sentido fraternal y solidario, sin olvidar que toda persona es un hijo de Dios y un hermano nuestro. La familia cristiana ejerce su misión sacerdotal esforzándose por santificarse y por santificar toda la vida. Como ministros del sacramento, los cónyuges se santifican mutuamente mediante el sacramento del matrimonio. Mediante este sacramento, que es un acontecimiento dinámico en sus vidas, Jesucristo está presente en el amor de los esposos para hacerlo más grande, más abierto a los demás, más paciente, más dialogante, más liberador. Porque santificar la vida de cada día consiste en vivir todas las relaciones con los demás y con las cosas de una manera evangélica. O si lo preferís, consiste en abrirse al misterio de Dios y en revestirse de entrañas de misericordia. En dejarse llenar del amor de Dios que nos da el Espíritu y que nos permite vivir con los sentimientos y con las actitudes del mismo Jesucristo. Una expresión privilegiada -y condición indispensable para vivir el sacramento del matrimonio- es la oración en familia. Esta oración no es algo añadido, sino exigencia intrínseca que brota del sacramento del matrimonio y de la fe compartida. Y junto con esta oración familiar, la celebración familiar de la eucaristía -y de la penitencia, cuando sea necesario-, que alimenta nuestra fe y que nos configura con Jesucristo. Pero también aquí la práctica suele estar muy distante de la doctrina. En nuestras familias se reza muy poco o no se reza. Ni siquiera la bendición de la mesa. Porque nadie les recuerda la necesidad de orar en casa; porque orar no es tan sencillo y no enseñamos a orar a nuestras familias. Ni siquiera cuando tienen enfermos. O cuando tienen ancianos que se pasan meses e incluso años sin poder ir a celebrar la eucaristía al templo y sin que la comunidad cristiana les traiga a casa el sacramento del perdón y la comunión. También en este campo existen experiencias interesantes, aunque muy minoritarias. Hay familias que se han habituado a rezar el Oficio de las Horas; hay familias que leen y comentan en casa los textos de la misa del domingo y que preparan juntos cuál va a ser su acción de gracias en la misa y cuál va a ser su petición al Señor. Son pequeñas gotas de agua, pero también son granos de mostaza cargados de futuro y de vida. No olvidemos que el hombre actual está de vuelta de muchas promesas que se han revelado efímeras y que hay indicios de una cierta apertura a la Transcendencia. 4.3. El servicio fraternal y liberador al hombre Tal vez, el mejor servicio que pueda ofrecer la familia cristiana al hombre de hoy es el testimonio de que, en Jesucristo y con su ayuda, el amor puede ser fiel y definitivo. Mostrar que la fe nos hace más dialogantes; más respetuosos del otro y de su desarrollo integral; más capaces de escucha y de confianza; más fuertes cuando hay que afrontar dificultades. Por otra parte, la familia cristiana debe ser especialmente sensible ante los sufrimientos en el seno de la familia. Pienso, de una forma especial, ante los malos tratos a los niños; ante el trabajo de los menores; ante las dificultades de las mujeres que han visto roto su hogar, que cuidan de los hijos y que no perciben regularmente de sus ex-maridos lo establecido por el juez; ante el abandono de los ancianos; ante los padres con hijos drogadictos; ante las familias extranjeras pobres y sus dificultades de todo tipo por no estar en paz con la ley... Se trata de un campo realmente inabarcable. Pero de un campo que nos pide ayuda fraterna. Porque el amor en la familia no puede ser un "egoísmo de grupo", sino un amor expansivo y compartido. Hay que vivir el amor evangélico en familia y también desde la familia. Tal vez tengamos que marcar algunas prioridades, pero esto es difícil y depende de cada familia cristiana, de su forma de ejercer el apostolado y de los problemas de su ambiente. Con todo, no me resisto a presentaros algunas consideraciones que me parecen especialmente importantes: - El cuidado de los ancianos. Pero seguramente la solución no esté en las residencias, sino en traer los servicios necesarios a los hogares. Mediante subvenciones a los hijos que los cuiden; mediante ayudas económicas a personas jóvenes que se comprometan a vivir con los ancianos para acompañarlos y cuidarlos; mediante un servicio de empleadas de hogar y de trabajadores sociales a domicilio, subvencionados públicamente. - La defensa de la vida, bajo todas sus formas. Pero en especial, manteniendo sin complejos una mentalidad antiabortista; y ayudando a quien tenga dificultades para acoger y cuidar al nuevo hijo, tal vez no deseado. - Reivindicando la dignificación de las amas de casa, hasta conseguir que se les reconozca el derecho a la seguridad social, a la jubilación y a una pensión digna por el solo hecho de ser amas de casa. - Luchando por una legislación que favorezca los nuevos nacimientos, desde las ayudas económicas por el nuevo hijo a las vacaciones laborales equiparables a otros países de la Comunidad Económica Europea para que los padres puedan atenderle. - La ayuda a las parejas jóvenes, en su tarea de prepararse al matrimonio: formando grupos de novios parroquiales de reflexión y de vida No se trata de pretender hacerlo todo, sino de vivir evangélicamente nuestra realidad familiar y cristiana. De ser pequeñas iglesias domésticas, donde se vive de la Palabra, se celebra la fe y se ejerce la fraternidad cristiana. 5.- Conclusión Como veis, este tema de la Familia, Iglesia doméstica, puede tener unas consecuencias muy interesantes si nos lo tomamos en serio. Pero no debemos quedarnos en las hermosas teorías ni en el puro voluntarismo. Lo que tenemos que plantearnos es qué pasos habría que dar para llevar a la práctica estas posibilidades tan ricas. Quizá podríamos comenzar por el estudio de los diversos tipos de apostolado familiar existentes y por analizar las ventajas e inconvenientes de cada uno. Quizá deberíamos buscar la respuesta en ese nuevo proyecto de Acción Católica General que se quiere refundar hoy y que permite trabajar en familia. O tal vez tendríamos que detenernos en el estudio de todos los documentos sobre el apostolado seglar y el apostolado familiar y buscar la forma de hacerlos operativos en nuestra situación concreta. En todo caso, no debemos olvidar la coincidencia de voces que actualmente insisten en que la nueva evangelización pasa por la familia.