NoticiaHemeroteca Homilía Domingo IV del Tiempo Ordinario (Ciclo B) Publicado: 08/07/2014: 9125 1.- Sigue la lectura de San Marcos. El Domingo pasado nos presentó a Jesús evangelizando la comarca de Galilea y llamando a sus primeros discípulos. El Evangelio de este Domingo nos dice que la actividad de Jesús en Galilea fue la de ENSEÑAR, la de comunicar a los hombres, en lenguaje humano, el pensamiento de Dios. Y nos añade que los que le escuchaban estaban asombrados de su enseñanza, porque les enseñaba como quien tiene autoridad. Nunquam sic locutus est homo. Este enseñar con autoridad es nuevo. El pueblo le escuchaba con admiración incansable: «Tú tienes palabras de vida eterna». 2.- El Salmo 94, que hemos rezado después de la Primera Lectura, nos invita a detenernos, a prestar atención y escuchar la voz de Dios: «Ójalá escuchéis hoy la voz del Señor, no endurezcáis vuestros corazones». Es una invitación muy oportuna en este tiempo en que vivimos. Porque invitarnos a escuchar la Palabra de Dios es, antes que nada, recordarnos su prioridad y su soberanía que hacen que nuestra vida espiritual sea, en su núcleo más íntimo, ESPERA, ESCUCHA Y RESPUESTA A LA PALABRA CON LA QUE ÉL NOS LLAMA. Verdaderamente no hemos aprendido nada de la vida espiritual, de la Fe y de la Oración, hasta que no hemos aprendido que todo comienza con la escucha de Dios y hasta que no hemos puesto efectivamente nuestra vida a la escucha de su PALABRA. 3.- El Salmo nos invita a escuchar a Dios «HOY»; es decir, en las circunstancias concretas que acompañan, aquí y ahora, el curso de nuestra vida. Porque cada día puede ser la ocasión de un encuentro con Dios lleno de novedad, cada hoy de nuestra vida está llamado a ser también el hoy de Dios. Nuestros días están envueltos en el clima favorable o desfavorable para el encuentro con Dios, que constituyen nuestro mundo, nuestro país y nuestra Iglesia. Pero la palabra de Dios acompaña todos los momentos de la vida del creyente y nos invita a su escucha. 4.- Varios rasgos distinguen la escucha del hombre de un simple oír, que es posible sin fijar la atención. El primer momento de una actitud de escucha consiste en invocar la Palabra para que se digne llamarnos: «loquere Domine, Instrúyeme en tus sendas», o, con otra imagen: «muéstrame tu rostro». Tras esta petición, la condición primera para que se produzca la ESCUCHA será retirar los obstáculos de la superficialidad y de la rutina y hacernos presentes a la voz que nos llama, abrir de par en par los oídos, no endurecer el corazón y decir con decisión y humildad: «aquí me tienes, ¡heme aquí!». Dos rasgos caracterizan este momento inicial de la escucha: el silencio, el recogimiento, y la apertura de quien se recoge y se hace todo oídos para prestar atención. El último paso de la escucha es la encarnación de la Palabra en la vida del oyente; es ponerla en práctica. El Señor llama bienaventurados o felices a los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen. La Virgen expresó esa actitud con la palabra «Fiat» al anuncio del Ángel: «hágase en mí según tu Palabra». De esta manera, la fe en el Señor se realiza en el seguimiento de Jesucristo, en quien Dios nos ha revelado cuanto tenía que decirnos; la Palabra a la que nos remite la voz de Dios, que ha rasgado los cielos, como en el Bautismo de Jesús y en su Transfiguración, para decirnos: «Este es mi Hijo, el amado; escuchadle» (Mt 17, 5). Esta misma invitación que nos dirige la Virgen con amor de Madre: «Haced lo que Él os diga» + Antonio Dorado Soto, Obispo de Málaga