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El desierto de las religiosas

Publicado: 07/07/2014: 3336

El desierto de las religiosas

“Sabemos que nos mira una multitud de espectadores” (Heb 12, 1)


¿Qué nos aporta el “desierto”? ¿Cómo regresaremos del desierto?

Presenta cinco rasgos que se notan en el rostro y en el espíritu de quien pasa por el “desierto”. Como Jesús al comienzo de su vida pública.

1.- El Retiro bien hecho, unos Ejercicios Espirituales, como días de desierto, son una oportunidad de encuentro con Jesús. Sin encontrarme con Jesús, el desierto, mi vida misma, es inaguantable. Como les ocurrió a los discípulos en la barca, la cercanía de Jesús produce equilibrio, serenidad, también alegría. Y son actitudes necesarias para la calidad de nuestra vida y de nuestra misión apostólica. La comunidad, la gente, nos quiere serenos, es decir, normales. El equilibrio y la serenidad generan y agrandan la capacidad de acogida. Esto lo da el desierto.

2.- Siguiendo las actitudes de Jesús, en el desierto se hace más audible la Palabra y la voz de Dios, que nos da los indicadores de nuestra propia identidad. Tengo la conciencia de que, si el tiempo de desierto escasea, la actividad se convierte en activismo que oscurece la visión de los problemas, nos hallamos inmersos en acciones y gastamos energías en temas y asuntos que otros podrían resolver o hacer.

3.- Una tercera actitud crea el desierto: despierta la contemplación. La contemplación, en primer lugar, se refiere a Dios. Es mirar lentamente y escuchar con atención. Es cierto que la contemplación, como el ir al desierto, es un don del Espíritu. En la contemplación también nos miramos a nosotros mismos, pero lo hacemos en Jesús y en Dios. Esta contemplación nos lleva a aceptar nuestra pobreza sin acritud, a acoger las limitaciones con paz y al esfuerzo sereno. La contemplación de nosotros, desde el Señor, nos encamina a la reconciliación, que es también nuestra capacidad de leer los acontecimientos y la historia con la mirada de Dios, que ensancha la esperanza, que da audacia y coraje, como fuerza del Espíritu y, desde luego, la mirada al mundo y a los hermanos se tiñe de amor sincero, de comprensión y de misericordia (Mc 6, 34).

4.- Una cuarta oportunidad ofrece el desierto. Es el descanso. “Venid a Mi los que estáis cansados…” (Mt 11, 28), y padecéis de prisa y de agitación. No es superfluo aconsejar este descanso, que nos integre y nos serene. La gente nos necesita, pero serenos, con el rostro distendido y el espíritu acogedor. No es egoísta ir al desierto a que renazca la serenidad y la normalidad en nuestro espíritu.

5.-  Y termino refiriéndome a una última actitud: la novedad. Moisés bajaba de la montaña con el rostro mudado y resplandeciente. La novedad está en poner en orden riguroso las cosas. La novedad está en vivir la verdad y no tener ni la apariencia de dos caras. “Vivimos vida nueva” (Rom 6, 4). El desierto despoja de lo caduco y lo viejo. La experiencia del desierto ha de generar alegría.

El contacto con Dios Padre, con Jesús, a impulsos del Espíritu, ensancha el corazón para acoger el dolor de la humanidad. Nuestra morada permanente no es el desierto. Es etapa de paso. Nuestro puesto está junto a los hombres y la comunidad. Y será buen dato de nuestra estancia en el desierto que sabemos mirar con nuevo rostro a las personas y que ha crecido nuestra capacidad de comprensión, de aceptación y de compasión, como Dios lo vive. El desierto de las Religiosas, este Retiro, unos Ejercicios, son sin duda una gracia de Dios para la comunidad y para nuestra diócesis.

+ Antonio Dorado Soto, Obispo

Diócesis Málaga

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