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Homilía en el Consejo de Presbíteros

Publicado: 14/07/2014: 3912

Consejo de Presbíteros

Homilía en la celebración de la Eucaristía


Comenzamos ayer esta reunión del Consejo de Presbíteros con una oración comunitaria, en que la Palabra de Dios nos invitaba a vivir desde la fe, como los grandes creyentes que nos han precedido.

Desde esta actitud de fe, quiero hoy, en esta celebración eucarística, recordaros algunas condiciones básicas que deben guiar nuestra vida diaria, nuestro trabajo apostólico y nuestra reflexión sobre la situación y el futuro de nuestra diócesis:


1.- La primera es la certeza de que Dios sigue amando a los hombres; de que Dios sigue activamente presente y vivo en nuestra historia; de que el Espíritu es el protagonista de nuestra acción pastoral, que ilumina y fortalece también a los hombres y mujeres del siglo XX.

Por eso, el Evangelio tiene también hoy fuerza de seducción y de llamada para el hombre. Jesucristo sigue siendo Buena Nueva de Salvación, capaz de fecundar la cultura y los logros del hombre actual.


2.- Una segunda convicción de fe es que también la cultura moderna tiene grandes luces en medio de sus sombras. Ayer recordaba algunas. Por eso tenemos que ser críticos, pero no pesimistas. Si no amamos al mundo moderno –a los jóvenes, a los intelectuales, a los obreros, a los drogadictos-, no podemos evangelizarle; no lograremos decirle una palabra de esperanza que le abra a la fe. Es verdad que el hombre occidental de la sociedad opulenta parece estar cerrado a Dios y a la verdad del Evangelio; pero es verdad también que Dios no está cerrado al hombre, y que las dificultades para el evangelizador no son mayores, aunque sí diferentes, que las que encontraron los primeros evangelizadores en el seno del imperio romano.


3.- La tercera certeza de fe es que Jesucristo sigue estando con nosotros todos los días y en todas partes, hasta el final de los tiempos. Porque somos sus apóstoles: hombres a quienes Él ha llamado para “estar con Él y enviarnos a evangelizar”. Nuestra confianza en el Evangelio y en el hombre moderno, no se apoya en los resultados inmediatos, ni en los análisis sociológicos, ni en la consistencia psicológica de nuestra personalidad: se apoya en Dios, en el encuentro sosegado y plenificante con el Evangelio, en la oración serena de cada día. Sólo quien “sabe de Dios” puede descubrirle en la densidad de la vida; puede apoyarse en Él cuando llega Getsemaní y puede decir algo sensato sobre Dios a sus hermanos, los hombres.

En esta encrucijada histórica que nos ha tocado vivir, me parece que un buen resumen de las actitudes cristianas necesarias queda bien reflejado en el siguiente texto de uno de nuestros mejores teólogos actuales:

“Ha llegado ya el tiempo del vivir y del hacer, del creer y del crear a fondo perdido. Abundan y bastan las palabras; faltan las obras. Hoy debería ser tema aquella invitación de San Ignacio de Antioquia:

“Cuando el cristianismo encuentra dificultades o es odiado por el mundo, la hazaña que le cumple realizar no es mostrar elocuencia de palabra, sino GRANDEZA DE ALMA”

Yo desearía una Iglesia en la que cesen las voces y se oiga la Palabra; en la que callen los gritos y resuene el silencio; en la que no importe el parecer, sino el SER; en la que con solo y todo el Evangelio por bagaje, vivamos en el mundo el gozo de existir delante de Dios y para los hombres, asumiendo las bellas aventuras de las “Bienaventuranzas” y participando en el común destino de los hermanos”.

+ Antonio Dorado Soto,
Obispo de Málaga

Diócesis Málaga

@DiocesisMalaga
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