NoticiaHemeroteca Funeral por los Hermanos Maristas asesinados en el Zaire Publicado: 00/00/1996: 8501 Funeral por los Hermanos Maristas asesinados en el Zaire HOMILÍA DE MONS. DORADO SOTO AÑO 1996 La muerte violenta de cuatro misioneros españoles, los cuatro Hermanos Maristas: Servando Mayor, Miguel Ángel Isla, Julián Rodríguez y Fernando de la Fuente, ha provocado una especie de llanto nacional y, al mismo tiempo, de admiración por el testimonio de sus vidas. Su muerte violenta es como una herida por la que todos sangramos un podo. Los refugiados se han quedado un poco más huérfanos al perder sus mejores valedores. Nosotros, entre el dolor y la esperanza, nos reunimos esta noche junto al Señor para darle gracias a Dios por sus vidas, para orar por ellos e implorar la misericordia y para expresar nuestra solidaridad y reconocimiento a la Congregación de los Hermanos Maristas. Ellos, los cuatro Hermanos Maristas, habían dado su vida hace ya mucho tiempo: el día en que se consagraron a Dios y el día en que se hicieron misioneros. Pues ser misionero es una de las vocaciones más arriesgadas del mundo. Cada semana fallece uno de ellos, en algún sitio, por muerte violenta. Con frecuencia tienen miedo y desaliento. “Ahora uno es mucho más consciente de la necesidad en que estoy metido y a veces aflora a mi conciencia un miedo sordo, como chispas vivas y fugaces. De todos modos sé bien de quien me he fiado (Cristo) y voy con alegría al refugio”, escribía el Hermano Miguel Ángel Isla en el mes de septiembre. Los sostiene la fe en Dios y allá van y allí se quedan: en el inmenso calvario donde se crucifica al inocente. Porque cada día, no lo olvidemos, fallecen por término medio en los países de los Grandes Lagos unos 6.000 refugiados. Y cada uno de esos niños, de esas madres y de esos ancianos es tan valioso a los ojos de Dios como nuestros Hermanos Maristas. Estos cuatro Hermanos Maristas de los que hoy hacemos memoria agradecida, son los seguidores del Crucificado Resucitado: “si alguien quiere servirme, que me siga: correrá la misma suerte que yo”. “Si el grano de trigo no muere y se pudre, no da fruto”. Ellos han muerto ante nuestra mirada pasiva y atónita. Y ahora tienen que dar mucho fruto. Quizá porque nos van a obligar a que no cubramos con un velo de silencio e indiferencia la situación tremenda de los refugiados de la zona de los Grandes Lagos, de la que nuestro mundo no es inocente (¿quién les vende las armas con que ellos se matan?) y quizá porque nos va a ayudar a reconciliarnos un poco con el hombre, descubriendo que hay mucha gente buena en esta tierra, entre ellos más de 200.000 misioneros que siguen evangelizando por esos mundos de Dios. Quizá porque su ejemplo de fe en Jesucristo y en el hombre y su testimonio de hombría de bien, van a ayudarnos a descubrir que la vida vale la pena cuando sabemos ponerla al servicio de una causa noble. Quizá porque nos están diciendo a todos, de forma muy elocuente, en qué consiste el amor fraterno que brota de la fe en Jesucristo. Y seguramente nos confirmarán en la verdad de Dios que nos ha recordado San Pedro: “que es preferible sufrir por hacer el bien, si así lo quiere Dios, que por hacer el mal” (I Pe 3, 17). Las suyas han sido unas vidas y unas muertes hermosas y llenas de sentido, que han provocado la admiración de todos. De alguna manera nos damos cuenta que también ellos, como el Señor, han pasado por esta tierra haciendo el bien. Y son para todos nosotros algo así como un grito de Dios, a un mundo que no cree en Dios ni en el hombre. Aunque su muerte nos duele, nos consuela la fe y la esperanza, pues sabemos que ellos han ido al encuentro de la misericordia de Dios, del Dios que resucita a los muertos. Y como dice el Apocalipsis: “Ellos vencieron el mal en virtud de la sangre del Cordero y por la palabra del testimonio que dieron; y no amaron tanto la vida que temieran la muerte. Por esto estad alegres, cielos; y los que moráis en sus tiendas”. Por eso, muchas gracias, queridos Hermanos Maristas. + Antonio Dorado Soto, Obispo de Málaga