«Musulmanes convertidos al cristianismo»

Publicado: 06/08/2012: 2184

Se dice que en Granada hay un grupo de jóvenes que en un tiempo fueron cristianos y ahora son islámicos. “Nos convertimos al islamismo”, dicen y escriben. Algunos se fueron a vivir a uno de los países islámicos para profundizar en la religión islámica y aprender bien el árabe. Ahora han regresado a España para dar a conocer el mensaje del profeta Mahoma. Personalmente, conozco un caso concreto. No más.

De lo que no se habla es de los musulmanes que se han convertido al cristianismo. Y los hay. Me consta que en Francia y en Italia se van dando casos de conversión al catolicismo, al protestantismo y –aunque no diría “conversión”– a los Testigos de Jehová. Pero guardan silencio o disimulan, temiendo la dura reacción que provocarían entre sus familia­res o amigos musulmanes de Europa o del país de origen, al que viajan todos los años con motivo de las vacaciones.

Como prueba ahí va un botón de muestra. Me consta de un mu­sulmán que, después de haber hecho un serio proceso hacia la fe cristia­na (dos años de catequesis) hace poco recibió el bautismo y se incorporó a una comunidad parroquial de Cataluña.

La parroquia a la que pertenece organizó una peregrinación –a pie– a un santuario cristiano. De vez en cuando, el grupo de feligreses hacía un alto en el camino para poner en común sus reflexiones sobre un pun­to concreto. En este caso, se trataba de reflexionar sobre la inmigración extranjera en Cataluña. En una de las paradas o estaciones del camino, el musulmán convertido leyó un folio, cuyas palabras transcribo para los lectores de esta revista.

“Buenas tardes, hermanos y amigos: con alegría estamos haciendo camino juntos un buen grupo de nuestra comunidad parroquial. Y lo hacemos bajo un tema de reflexión: “La inmigración extranjera”. Digo “nuestra comunidad parroquial” porque, aunque solamente llevo poco más de un año entre vosotros, me siento acogido como en casa. Y quiero hacer camino junto con todos los que luchais por una comunidad abierta y solidaria. ¿No es éste el mensaje de Jesús?

Nací en un país musulmán. Soy padre de familia numerosa. Como tantos otros padres y familias tuve que emigrar de mi país en busca de un mejor futuro. En mi país tuve la suerte de encontrarme con un cristiano. Trabé con él una profunda amistad. Y fue él quien me inició en el camino de la fe cristiana. Y lo hizo sin presionarme jamás. Quizás todo lo contra­rio: temiendo que yo buscara ventajas sociales, me puso una y mil difi­cultades. Al fin se convenció de la sinceridad de mi búsquda. Durante dos años, un día a la semana me ayudaba a ir conociendo más a Jesús y su Iglesia, partiendo siempre del Evangelio. Además, el testimonio de este cristiano y su acogida fortaleció la inquietud que, desde joven, me he estado cuestionando: ¿Cómo compaginar la fe en Dios amor si despre­cias y marginas al hermano?

Me siento feliz al no considerarme ni extraño ni extranjero entre vosotros. Sé también que no es fácil abrir tu casa a quien no conoces. Este es nuestro desafío: hacer camino hacia una sociedad donde sea más fácil conocernos y crecer en confianza mutua. ¿No es cierto que esta única Tierra es de todos y para todos?

Como tantos conciudadanos míos, estoy luchando por poder re­unir a mi familia y normalizar una situación que, con vuestra ayuda, estoy seguro podré conseguir. Pero sé también que son muchos y de muchos otros países los que no consiguen esta ayuda. Es por ello que quisiera que mi testimonio despertara una conciencia más valiente y so­lidaria de todos los que podemos hoy abrir, aunque sea un poco, nuestras manos y nuestra casa.

¿No es verdad que el proyecto de Jesús está abierto a todas las cul­turas, a todas las religiones y a todos los pueblos sin distinción? Muchas gracias por vuestra atención”.

Este es el escrito de un musulmán convertido. Hay más. Pero las posibles represalias de familiares y patriotas les atemorizan. No pueden hablar ni actuar abiertamente. Un día lo será, gracias a aquellos que, como el musulmán convertido, se atrevan a expresarse sin tapujos y casi de manera heorica. Un día será posible que los musulmanes convertidos hablen y actúen libremente, gracias a las “persecuciones” que han sufri­do y sufren en propia carne los que, como es el caso de nuestro “conver­tido” (que él sabe lo que es ser perseguido), han manifestado su fe cristia­na.

Los cristianos que vivimos en Europa deberemos estar muy alerta para no caer en la fácil tentación del proselitismo. Y, aunque pueda pare­cer escandaloso para algunos, opino que deberemos facilitar a los emi­grantes musulmanes los medios justos para que puedan vivir y celebrar su religión islámica. Esto no significa, de ninguna manera, que los cristia­nos europeos no podamos dar a los emigrantes musulmanes nuestro tes­timonio evangélico. Debemos darlo siempre ante musulmanes, ante des­creídos y ante quien sea.

A la pregunta, a la duda o a la simple curiosidad de un musulmán, los cristianos debemos responder “dando razón de nuestra fe” con hu­mildad, valentía y respeto. Más aún: cuando se ha hecho sincera amistad con un musulmán o nos sentimos mutuamente cercanos, cabe la posibi­lidad de que podamos cuestionar su religión, como ellos pueden cuestio­nar nuestra fe cristiana.

 La búsqueda de la verdad tanto por parte de unos, como por parte de otros, nos abrirá caminos de diálogo que, nos conducirá hacia la ver­dad completa que nos ofrece a todos el Espíritu Santo, como nos dijo el mismo Jesús.

Septiembre 2001.

Autor: Mons. Ramón Buxarrais

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