«Niño, ¿qué se dice? Y respondió: "¡Gracias!»

Publicado: 06/08/2012: 1127

Cuando Pedro aún no había cumplido el año ya decía papá, mamá, sí, no... Al cumplir dos, y después de repetírselo muchas veces, cuando alguien le daba un bombón u otra golosina, aprendió a decir: “gasas” (gracias).

Ya un poco más crecidito, Pedro preguntó: –Mamá, ¿por qué debo decir “gracias”? –Porque la persona que te da una cosa que te gusta, es como si te dijera que te quiere mucho. Cuando dices “gracias” dices que estás contento porque te quiere.

Seguro que a medida que Pedro vaya haciéndose mayor, compren­derá de manera progresiva el contenido de esta expresión y la dirá en el momento oportuno.

Decir “gracias” es manifestar que nos damos cuenta de la depen­dencia que tenemos de otros; dependemos de otros que nos quieren por nosotros mismos y no por intereses espurios. Decir “gracias” es la sonrisa de nuestro interior; es alegrarnos de ser parte de un todo; es ser conscien­tes de que Dios nos manifiesta su amor a través de otros.

La Iglesia, como buena madre, también enseña a sus hijos, los bau­tizados, a decir “gracias”. Más aún: toda la vida de los bautizados gira alrededor de la “acción de gracias”, es decir, de la Eucaristía.

Los cristianos, domingo a domingo, somos convocados y reunidos alrededor de una misma mesa para dar gracias al Padre por la salvación que nos da en Jesucristo, presente como víctima (cruz) y como alimento (pan).

Somos cristianos en la medida que somos agradecidos. Y nuestra gratitud adquiere un valor infinito cuando Cristo, en la celebración eucarística, la hace suya y la presenta al Padre.

-En la Eucaristía damos gracias a Dios por el don de la salvación dada en la persona de Cristo y vivificada (actualizada) por el Es­píritu.

  • Damos gracias por la Iglesia y sus sacramentos; por María que, siendo la madre de Jesús, es también nuestra madre.
  • Damos gracias por las maravillas del macrocosmos y del microcosmos en el que estamos insertos como pequeña nota de una sinfonía universal.
  • Damos gracias por las pequeñas cosas grandes: los colores, la música, las palabras, el sabor de los alimentos, la capacidad de reír.
  • Damos gracias por los sabios, los buenos políticos y los santos que nos enseñan la lección, nada fácil, de la convivencia univer­sal.

 

Aunque pueda parecer contradictorio, en la Eucaristía también damos gracias a Dios por la perplejidad y rebelión interior que sentimos ante las inundaciones, los terremotos, las enfermedades, las guerras y la misma muerte; porque un día nuestra perplejidad y rebelión interior se­rán iluminadas, y Dios nos dará a comprender el sentido de lo que ahora nos parece absurdo.

Señor, ayúdame a celebrar y vivir la Eucaristía en actitud de agra­decimiento.

Octubre 2000. 

Autor: Mons. Ramón Buxarrais

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