«Amar viviendo y orar esperando, presencia cristiana entre islámicos del norte de África» Publicado: 06/08/2012: 1272 El hecho de vivir en Melilla me ha ofrecido la oportunidad de conocer a cinco comunidades religiosas de mujeres en el Norte de Marruecos: tres de las Hijas de la Caridad y dos de las religiosas de la Inmaculada Niña, en las ciudades de Nador, Al-Hoceima (Alhucemas) y en el pueblo de Dar-Driouch, a sesenta kilómetros de Melilla. Las Hijas de la Caridad de Nador y Al-Hoceima son ”empleadas” en sus respectivos hospitales. Su manera de estar y trabajar en ambos hospitales es tan eficiente que se han merecido el respeto y la admiración de todos los médicos, asistentes sanitarios, personal de limpieza y, sobre todo, enfermos. Y ¿por qué? Simplemente porque “su manera de estar y trabajar” entre el personal sanitario y los enfermos, todos ellos musulmanes, es eficaz como profesionales y respetuosa como personas. En labios del musulmán marroquí decir “hermanas” es decir solución. Les tienen una confianza total. Pero hay más todavía: después de su jornada de trabajo en el hospital, las Hijas de la Caridad dedican muchas horas para atender a los más pobres de Nador y Al-Hoceima. Se las ve a menudo en los barrios marginales de estas dos ciudades curando heridas, repartiendo ropa y comida, solucionando problemas... Hay otra pequeña comunidad de Hijas de la Caridad en el pueblo de Dar-Driouch. A las afueras del pueblo dirigen una granja en la que trabajan, asesorados por un técnico agrícola marroquí, unos quince hombres. Allí aprenden a cultivar el campo y a llevar una pequeña granja. También tienen un rebaño de ovejas. Junto a la granja tienen un colegio de párvulos en el que son atendidos (digo atendidos porque también les dan de comer), unos ochenta niños y niñas, entre cuatro y siete años, procedentes de los alrededores de la granja, a quienes les es imposible ir al colegio del pueblo, que está a varios kilómetros de distancia. Dos maestras marroquíes, pagadas por el Estado, dirigen las clases de los pequeños. Estos aprenden a leer, a escribir y a orar, partiendo de textos del Corán. Una hermana colabora con las maestras en trabajos manuales. Hacen verdaderas virguerías. El año pasado el ministro marroquí de Educación reconoció públicamente el trabajo de las dos maestras y de la Hermana dándole el título del mejor parvulario del Estado. Junto a la misma granja y en la casa de la comunidad que está en el pueblo, las Hermanas dan cursos de corte y confección a un buen grupo de muchachas. A los dos años se les da el título correspondiente. Las religiosas de la Inmaculada Niña (conocidas como religiosas de la Divina Infantita) de Nador y Al-Hoceima hacen una labor similar: en las dos ciudades enseñan corte y confección a casi seiscientas muchachas. El título que se les da las capacita para que no sólo puedan confeccionar su propia ropa y la de su familia, sino que, trabajando por encargo, puedan sacarse un discreto sueldo. Como las Hijas de la Caridad, las religiosas de la Inmaculada Niña se distinguen por su entrega generosa y abnegada, además de ser sumamente respetuosas con la religión de sus alumnas. En alguna ocasión les he oído animar a sus alumnas a observar el ramadán y a orar según establece el Corán. A estas mujeres cristianas se les prohíbe hablar de Jesucristo. Así lo establecen las leyes del país. Y ellas, muy conscientes, asumen la prohibición. A pesar de todo, se sienten, por lo que son, auténticas misioneras. Son testigos “mudos de palabra”, pero, con su actitud, portadoras del mensaje elocuente de salvación a través de su amor, traducido en servicio, y de su oración cargada de esperanza. Ellas están convencidas que lo que cuenta es el amor. Y el amor es más fuerte que la palabra. Es ese amor a Jesús y a su Iglesia el que las impulsa a servir a los demás. El suyo es un servicio que no busca otra cosa más que aliviar a los que sufren sin pretender ni pedir nada a cambio. Sólo piden que se les deje amar. Esto les basta. La actitud “evangelizadora” de estas mujeres cristianas en el norte de Marruecos es la actitud de todo “enviado” (misionero) en cualquier país musulmán: amar, servir, orar... esperando la hora de Dios, que llegará no sabemos cómo, ni cuándo, pero, ¡llegará! Para permanecer en el amor-servicio, estas mujeres tienen que apoyarse en la oración, sobre todo en la celebración de la Eucaristía. Y cuando la tienen, que no siempre es posible, la viven con la gratitud de quien recibe un regalo extraordinario. Yo soy un testigo esporádico y privilegiado de su gratitud. Pocas veces en mi vida he podido escuchar con más fuerza interior el “gracias, padre”, después de haberles celebrado la misa. Señor, suscita entre los cristianos vocaciones de testigos de tu amor, sin poder hablar de Ti más que a través del servicio desinteresado, generoso y, a veces, heroico. Mayo-Junio 2000. Autor: diocesismalaga.es