«De acuerdo con el Jubileo»

Publicado: 06/08/2012: 1102

Desde que, hace unas décadas, la llamada sociedad de consumo viene tendiéndonos sus cadenas a base de campañas bien pensadas y programadas para que compremos esto o aquello, se me venía haciendo difícil aceptar las “campañas doctrinales o pastorales” que, de vez en cuan­do, nos ofrecen las parroquias, las diócesis o la misma Iglesia universal. Sentía una cierta alergia a todos aquellos “tiempos fuertes” que no fueran los tiempos litúrgicos. El ciclo de las celebraciones litúrgicas, engarzadas por el domingo, me parecía suficiente para el desarrollo de la fe cristiana, tanto a nivel personal como comunitario. San Pablo parecía darme la razón: “...que nadie os juzgue por asuntos de comida o bebida, solemni­dades, fiestas mensuales o semanales. Todo es sombra de lo venidero. La realidad pertenece a Cristo” (Col 2, 16-17).

En más de una ocasión, seglares y sacerdotes se han quejado de la sobrecarga de programaciones y campañas doctrinales o pastorales. “Nos envolvéis de tal manera con papel y más papel, que apenas podemos respirar el aire libre del Espíritu”, me decía hace años un sacerdote.

Sin embargo, comprendo que los cristianos no escapamos a las re­glas de la sicología humana. La repetición nos induce a la rutina; y la rutina sólo se rompe con la novedad. Por tanto, aunque pusiéramos todo nuestro empeño en vivir el ciclo del año litúrgico, necesitamos que, de una u otra manera, a través de campañas o “tiempos fuertes”, se nos ayude a incidir en aspectos de nuestra vida cristiana, aunque éstos estén ya incluidos en las celebraciones anuales. Podríamos decir que las cam­pañas o “tiempos fuertes” potencian aspectos diversos del año litúrgico.

Estoy convencido, además, que, por razones históricas (Dios se manifiesta a través de la historia), la celebración de los Jubileos entra en el “macrociclo” de las celebraciones cristianas. El Año Jubilar o Santo entra de lleno en el caminar de la Iglesia. Por tanto, no sólo es válido, sino necesario. Todo dependerá de la manera con que se viva.

Para abundar en la “justificación” del Jubileo de este año, quiero añadir la experiencia de la hija de mi sobrina viuda: “Elvira quiere hacer el Camino de Santiago con un grupo de jóvenes de la parroquia. Tengo mis dudas. Apenas ha salido de casa. Además, es muy joven. A ti ¿qué te parece?”, me dijo por teléfono. Mi opinión fue favorable a los deseos de su hija.

Resultado: Elvira hizo el Camino de Santiago a comienzos del pasa­do verano. La peregrinación fue dura, dijo. Pero, produjo un notable cam­bio en ella: fortaleció su fe, amplió el círculo de sus amistades, compartió dinero y comida con los demás y hasta echó unos centímetros más de estatura. Las dudas de mi sobrina se habían convertido en gozo. La pere­grinación a Santiago había valido la pena.

Mis sospechas a las peregrinaciones y campañas doctrinales y pastorales se van desplomando. A mis simples conocimientos históricos y a mi adhesión a la Iglesia, ahora se ha añadido la experiencia de Elvira. Total: creo que vale la pena tomarse en serio y con ilusión este Año Jubilar que acabamos de estrenar. Y aunque esto y otras cosas en la Iglesia tiene una carga muy convencional para parte de los humanos, todos estare­mos de acuerdo en que celebrar el 2.000 aniversario del nacimiento de Jesucristo, puede ser una gran oportunidad para reforzar nuestra fe en El, como nos ha dicho el Papa Juan Pablo II.

En la carta pastoral que el cardenal Martini ha escrito con motivo del Año Jubilar, el pastor milanés anima a sus diocesanos a “embellecer” la Iglesia, y con ella, el mundo. No se trata de una belleza puramente externa, no; el Cardenal se refiere a la belleza que comporta la verdad y el bien, refiriéndose al pasaje evangélico de la Transfiguración del Señor en el monte. “¡Qué bien estamos aquí, Maestro...!” dijo Pedro, admirado, en aquella ocasión. Los discípulos “estaban bien”, “se sentían bien” porque en Jesucristo descubrían la verdad y la bondad. El “descanso radical” del ser humano está en la belleza total, manifestada en el Transfigurado.

La mejor manera de vivir el Año Jubilar por parte de la Iglesia, es decir por parte de cada uno de los bautizados, está en llenar nuestro inte­rior, nuestras familias, nuestro ambiente de verdad y de bondad. Nues­tro mundo, donde tanto abundan la mentira y la maldad, sólo se salvará con la “belleza evangélica”. Es la belleza que todos anhelamos, pero que pocos logramos alcanzar.

Otro aspecto a vivir del Año Jubilar es el de la peregrinación. Pere­grinar significa caminar, moverse, salir, dejarse de falsas seguridades (di­nero, fama, poder humano...), para llegar al Santuario de Dios, para lle­gar a la intimidad del Padre, asidos de la mano de Jesús y movidos por la fuerza del Espíritu. La peregrinación a Tierra Santa, o a Roma, o a la catedral, basílica, parroquia, santuario o ermita que nuestro obispo haya indicado, sólo tendrá sentido en la medida que nos dejemos mover por el Espíritu hacia la renovación interior. Por nuestro propio bien es necesario salir (peregrinar) del pecado y caminar con virtud (fuerza) hacia Dios.

Señor, ayúdanos a vivir evangélicamente el Jubileo del año 2000.

Enero 2000. 

Autor: Mons. Ramón Buxarrais

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