«Navidad: la fuerza en la debilidad»

Publicado: 06/08/2012: 1078

Recuerdo haber visto en no sé qué revista la fotografía de un corpu­lento atleta, que me impresionó: sostenía entre sus macizos brazos, con visible emoción y suma delicadeza, a su primer hijo, recién nacido. La fuerza se identificaba con la debilidad; la fragilidad del pequeño, con el vigor del padre.

A partir de la fotografía del atleta con su hijo, se me ocurren las siguientes reflexiones, enmarcadas dentro del espíritu de este tiempo navideño.

En la historia de la humanidad siempre se ha cotizado muy alto el vigor físico; también el poder económico; y más, la posibilidad política; y, por encima de todos, la capacidad científica. Son distintas facetas del poder humano por el que nos afirmamos y desarrollamos.

La potencia física, la economía, la política y la ciencia, basadas en la libertad, son capacidades que Dios ha dado al ser racional. Si las usamos debidamente, se cumple el proyecto de Dios en cada uno de nosotros y en el colectivo humano.

Pero, cuando la capacidad del hombre pretende salirse de las coor­denadas del ser creado, esta misma capacidad se convierte en su propia destrucción. Este es el riesgo perenne del hombre. La descripción del pecado original, tal y como la encontramos en el libro del Génesis, es el perfecto reflejo de este riesgo humano.

La posibilidad del mal uso de los dones que Dios ha dado al hom­bre se hace realidad en el pecado. Y esto aconteció y sigue aconteciendo. Estamos inmersos en una humanidad pecadora.

Pero la cosa no puede quedar así. Vino Dios y, si se lo permitimos (porque la libertad continúa siendo don intocable, aun por el mismo Dios, porque El así lo quiso), nos “enmienda la página”, que es tanto como decir: nos re-crea, nos vuelve a crear a través de su Hijo, que se hace hombre para salvar al hombre. Y nos invita a desandar el camino recorri­do, por ser un camino equivocado. Dios, en Cristo, nos invita a la conver­sión.

El plan salvífico divino coloca las cosas en su sitio, poniéndolas “pa­tas arriba”, es decir, alterando diametralmente nuestros planes.

San Pablo nos lo describe magistralmente: “Dios ha escogido lo que el mundo considera necio para confundir a los sabios; ha elegido lo que el mundo considera débil para confundir a los fuertes; ha escogido lo vil, lo despreciable, lo que es nada a los ojos del mundo para anular a quienes creen que son algo” (1, Cor 18-31).

La fuerza de Dios se manifiesta en la ternura de su amor; su sabidu­ría, en la benévola comprensión; su justicia, en el infinito perdón. Así las cosas, Navidad es:

  • la magnificencia de Dios reflejada en la pobreza del nacimiento de Jesús;
  • la cercanía de Dios hecha palpable en la ternura de un Niño.
  • la salvación de Dios manifestada y ofrecida a todos los pobres de la humanidad, representada por los pastores, y a todos los hom­bres de buena voluntad que buscan la verdad y hacen el bien, representada por los Magos que, como tantos hombres ávidos de saber, mirando el cielo descubrieron la señal divina.

 

Después de 2.000 años, la inmensa grandeza del misterio de Belén hoy la vive de una manera singular y palpable la Iglesia en la misión.Sobre todo en la misión de África. Porque es en ella donde encontramos el poder en la debilidad de los pobres; la sabiduría, en la aparente igno­rancia; la salvación, en situaciones límites.

Si queremos contemplar el misterio de Belén, es necesario mirar con ojos de fe a las comunidades de misión. En ellas se vive la Navidad, tan maltratada y tergiversada por los cristianos que vivimos en el llama­do equivocadamente mundo desarrollado.

Diciembre 1999. 

Autor: Mons. Ramón Buxarrais

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