«Cerrado por falta de personal»

Publicado: 03/08/2012: 1176

•   XXIII Carta a Valerio

 Querido Valerio:

Comparto contigo el sentimiento de contrariedad por el «cierre» de la casa de las monjas, como dicen los vecinos de tu barriada. Lo la­mento

- por aquellos niños que, con Sor Pilar, se abrían poco a poco a la fe consciente

- por aquel nutrido grupo de jóvenes que se reunían allí;

- por los ancianos que las religiosas visitaban;

- por los enfermos que atendían...

Todos las echarán de menos. Como bien dices, la barriada parece haberse quedado «sin alma».

Es triste y significativo el letrero al que te refieres, y que a uno de los vecinos se le ocurrió poner en la puerta de la casa de las monjas: «cerrado por falta de personal».

Misión cumplida

Desde que por allá en el siglo IV, probablemente estimulados por San Agustín, surgieron grupos de cristianos que querían vivir juntos en pobreza, celibato o virginidad y obediencia evangélica, para seguir de una manera más radical a Jesús, se han sucedido, hasta ahora, distintas Ordenes y Congregaciones Religiosas. Cada una de ellas, centrándose más en algún aspecto de la vida cristiana (eso que llamamos carisma), nos han recordado la supremacía de Dios y han servido a los más necesitados.

Cada Orden y Congregación Religiosa, así como últimamente los Institutos Seculares y otras formas de vida consagrada, son dones que el Espíritu Santo suscita para el bien de la Iglesia y del mundo, en unos momentos históricos concretos y para unas necesidades determinadas.

Una vez pasados los referidos momentos históricos y cubiertas las necesidades, algunos de los grupos mencionados desaparecieron. Cum­plieron ya su misión. Y no pasa nada. La Iglesia sigue adelante y el Espíri­tu Santo, con su potente fuerza creadora, sigue promoviendo aquellos carismas que, encarnados por antiguos o nuevos grupos, responden a las demandas actuales.

Cabe tener en cuenta esto, querido Valerio, porque probablemente mientras se cierran unas puertas, se abrirán otras, y muchas serán fran­queadas como hasta ahora.

¿Por qué se cierran las puertas?

Los vecinos de tu barriada, Valerio, seguirán preguntándose por qué razón se ha cerrado la casa de las monjas.

Mira, además de aquello que te he dicho de «misión cumplida», opino que algunas casas religiosas se cerrarán por las siguientes razones:

El apostolado seglar

Es posible que, en adelante, los seglares (solteros o casados sin vin­culación a votos religiosos) asuman tareas apostólicas que años atrás pa­recían ser exclusivas de personas consagradas. Y esto, Valerio, es un nue­vo regalo del Espíritu.

Con todo, siempre será verdad que, por lo general, la Iglesia necesi­tará personas con plena dedicación y con disponibilidad total para llevar a cabo ciertos aspectos de su misión y que, además, con su manera de vivir el evangelio nos recuerden los valores trascendentes, es decir la di­mensión escatológica. Me refiero a aquellos cristianos que,

-dejándolo todo (pobreza),

-sin dividir el corazón (celibato o virginidad),

-estén dispuestos a servir donde y a quienes los responsables pues­tos por el Espíritu les señalen (obediencia).

Actualmente aumenta el número de seglares dispuestos para el apostolado seglar. Y nos alegramos. Pero, por otra parte, nos debe pre­ocupar que, entre ciertos seglares «llamados», se encuentre una respues­ta escasa en número o simplemente nula.

Lánguida vida cristiana

Otra razón de por qué se irán cerrando puertas de casas religiosas (y quizás, Valerio; ésta sea la razón principal), es la lánguida vida cristiana de muchas parroquias, comunidades cristianas y movimientos apostóli­cos.

Es cierto que la gran mayoría de los cristianos son llamados (que también es vocación) a la vida matrimonial, al trabajo apostólico de cris­tianizar las estructuras temporales, a la colaboración en las parroquias o fuera de ellas en campos que les son propios... pero también lo es que estos mismos cristianos necesitan «hermanos consagrados» que apoyen y estimulen su fe.

A mi manera de ver, actualmente se da una desproporción, se pro­duce un cierto desequilibrio entre seglares con vocación apostólica en el mundo y cristianos consagrados en la vida religiosa. Dicho de otra forma: faltan pastores en el sentido amplio de la palabra. Porque pastores son también en cierto modo aquellos religiosos o religiosas que, sin haber recibido el sacramento del Orden, con su ejemplo y su palabra (experien­cia de la vida consagrada) acompañan a los miembros de la comunidad en el peregrinar cristiano. Y esto vale también, querido Valerio, para los monjes y monjas contemplativos que de hecho, aunque de una manera diferente pero eficacísima, colaboran en la marcha del Reino de Dios.

Inadaptación

También pueden ser responsables del «cierre de casas» aquellos religiosos y religiosas que no son capaces de encarnar el carisma de su fundador, adaptándolo a los tiempos y necesidades actuales.

La inadaptación, por desgaste, de una pieza del motor puede ser la causa de que la máquina no funcione.

El silencio

En los últimos decenios parece ser que entre los cristianos no hay una valoración de lo específico de la vida consagrada y su lugar en la Iglesia. Se trata de un desconocimiento por parte del pueblo fiel a causa del silencio de muchos pastores en lo que a esto se refiere.

Por otro lado, el aspecto de vocación consagrada no está suficiente­mente presente en los procesos formativos y catequéticos.

El rechazo

Y, por último, a mi manera de ver, la culpabilidad más grave recae en aquellos cristianos que, a pesar de ser «llamados», a causa de la dureza de su corazón (falta de generosidad y constancia, comodidad o ceguera consciente ante las necesidades de la Iglesia y del mundo) no aceptan o rechazan la invitación de Dios.

Los que miraron atrás

Bueno, aparte, están también todos aquellos y aquellas que, «ha­biendo puesto la mano en el arado, miraron atrás» (Lc 9,62). Me refiero a las llamadas secularizaciones.

Es cierto, tal vez, que algunos y algunas se pudieron equivocar y jamás deberían haber dado el paso al presbiterado o a la vida religiosa.

Pero temo que los haya que «dejaron el arado» por no superar las crisis que toda persona consagrada puede sufrir. Y éstos, aunque tengan todos los permisos posibles y los «papeles en regla», un día deberán dar cuenta a Dios; porque una cosa es la concesión que puede darles la Igle­sia, y otra la voluntad del Señor.

Las actuales necesidades urgentes

Las necesidades urgentes, como antes te dije, Valerio, dependen del momento histórico y lugar concreto. Y un cristiano que de una u otra manera se siente «llamado» a cubrir vacíos no puede desoír la invitación de Dios.

Ten en cuenta que, como ya te escribí en otra ocasión, la vocación consagrada tiene más de imposición que de elección. Se trata de una «imposición» a la persona libre que, por ello, resulta «seducida» por Dios. Así por lo menos aparece en la Sagrada Escritura. Moisés y los Profetas no eligieron su misión, sino que fueron llamados para ella, muy en con­tra de su voluntad. Claro está que, en último termino, Dios respeta la libertad o decisión de cada persona.

Resumiendo, toda vocación es una gracia y una exigencia especialísima de Dios que, aceptada libremente, responde a una necesi­dad determinada.

Pues mira, querido Valerio, hoy continúa habiendo muchas necesi­dades urgentes que cubrir:

-multitudes que evangelizar

-pobres que liberar

-niños que acoger

-jóvenes que formar

-esposos que ayudar

-ancianos que atender

-enfermos que cuidar

-cristianos que recibir en casas de oración - obreros que apoyar

-intelectuales que «iluminar»

-políticos que animar

-materialismo que trascender

- idolatrías que extirpar...

Opino que la mayoría de Órdenes y Congregaciones, así como Ins­titutos Seculares y otras formas de vida religiosa con que cuenta actual­mente la Iglesia, siguen siendo necesarios. Porque, en alguna parte del mundo, y también entre nosotros, hay campos que sembrar o sementera que recoger.

Es preciso «soplar las cenizas» que han podido cubrir el carisma original de los religiosos a causa de la rutina, la comodidad, la falta de creatividad o la incapacidad de adaptación a los momentos actuales. De ahí que el Concilio Vaticano II exhorte a los religiosos a retornar a los orígenes o fuentes del fundador. Así recuperarán el atractivo que conven­ce a cristianos generosos.

Gritar en pleno desierto

Pero, aun suponiendo que los religiosos «se renueven» (que mu­chos lo están haciendo y muy bien), a veces se tiene la impresión de que, entre nosotros, la invitación divina a la vida consagrada es desoída o re­chazada.

Por lo general las Órdenes, Congregaciones u otras formas de vida religiosa se nutren de gente joven; porque es en la juventud cuando nor­malmente uno orienta y determina de una manera definitiva su propia vida.

Sin embargo parece que nos encontramos ante una juventud dis­traída:

-los cambios les encandilan

  • las comodidades les acobardan
  • las ofertas del éxito fácil les atraen

 

-el egoísmo les endurece...

Hay jóvenes que, de tanto contemplarse a sí mismos, han perdido la capacidad de mirar más allá para poder ver el rostro que sufre o la mano tendida que pide ayuda para salir del pozo de la miseria física, moral o espiritual.

Miedo al «para siempre»

Por otra parte, Valerio, y aun admitiendo que hoy como ayer se dan jóvenes, chicos y chicas, sensibles y generosos, su disponibilidad pa­rece alicortada. Sólo entienden de compromisos temporales. Huyen del «para siempre», cuando únicamente en el «siempre» se encuentra la es­tabilidad que da equilibrio, la profundidad que conduce a lo auténtico y la creatividad ilusionada que hace nuevos cada día y cada hora.

De ahí que los escogidos por Dios como mediaciones suyas para señalar o detectar las necesidades actuales, tienen la impresión del profe­ta que grita en el desierto. La oferta de una consagración a Dios total y definitiva no encuentra acogida.

Como en tiempos de Isaías, el Señor continúa preguntándose «¿A quién enviaré? ¿Y quién irá de nuestra parte?» Son pocos los que, como el Profeta, están dispuestos a responder: «Heme aquí, envíame» (Is 6,7­8).

Poner sordina a la voz de Dios

A lo mejor, Valerio, mis casi sesenta años empañan ya mis ojos y no soy capaz de ver con claridad la generosidad de los jóvenes. Es posible. Pero también lo son las causas que paso a enumerarte:

-los consagrados no vivimos con radicalidad nuestra vocación; somos incapaces de entusiasmar a los jóvenes;

-hemos perdido la convicción de que podemos ser mediadores de la invitación de Dios por el testimonio y la palabra ofrecidos explícitamente a las nuevas generaciones;

-habituados a planificar y llevar a cabo nuestra misión pastoral a nivel comunitario, nos hemos olvidado de seguir o acompañar individualmente a cada joven;

  • no sabemos «perder tiempo» (que realmente es ganarlo) ha­blando con cada uno de los jóvenes de nuestras parroquias, co­munidades cristianas, colegios o movimientos apostólicos para ayudarles a encontrar su propio camino;
  • no suscitamos el fervor o entusiasmo («enamoramiento» dirían algunos) hacia la persona de Jesús, siendo así que este es el cami­no ordinario por el que Dios acostumbra a manifestarse y a invi­tar al seguimiento radical que supone la vida sacerdotal y reli­giosa;

 

- y, por último, tenemos demasiado olvidado el imperativo de las palabras de Jesús: «La mies es mucha y los obreros son pocos. Pedid al dueño de la mies que envíe obreros a su mies» ( 9,38). Es decir, no pedimos, no rezamos suficientemente.

Quizás pienses, querido Valerio, que el número de sacerdotes ac­tualmente es insuficiente para esta labor. Y es cierto. Pero también es verdad que muchos religiosos (aun los no presbíteros) y religiosas po­drían asumir la tarea del seguimiento personal.

En pie de acción

En todo eso no caben escaramuzas. Es necesaria una acción de con­junto. Las Delegaciones Diocesanas de Vocaciones deben comenzar a tra­bajar con realismo, humildad y constancia. Lo mismo digo de aquellos religiosos a quienes la Orden o Congregación les ha encomendado el fo­mento de vocaciones.

Cuando liberemos a personas responsables para este quehacer y les ofrezcamos lo necesario para fomentar vocaciones (personas que sean competentes, con dedicación intensa y con medios eficaces), es posible que dichos responsables se conviertan en mediadores del Señor que con­tinúa invitando a muchos jóvenes a seguirle en pobreza, celibato y obe­diencia.

Insisto en que, como presupuesto necesario, es urgente revitalizar la vida cristiana en general y la religiosa en particular.

Urge, además del seguimiento individual, fomentar los encuentros de jóvenes en quienes, de alguna manera, se entrevén gérmenes de voca­ción consagrada:

-los retiros y ejercicios espirituales,

  • la revalorización de la lectura espiritual y de la vida de los santos,
  • la confesión frecuente,

 

- y, sobre todo, la participación en la celebración de la Eucaristía… son medios eficaces que, tarde o temprano, dan su fruto.

Esperar la hora de Dios

Si, a pesar de todo, no surgieran las vocaciones consagradas que la Iglesia y el mundo necesitan, no cabe otra cosa más que esperar confiada­mente «la hora de Dios». Por lo menos nos cabrá el gozo de haber cum­plido con nuestro deber.

Yo espero, Valerio, que algún día, quizás de la manera y en los sitios menos sospechados, en lugar del letrero «cerrado por falta de personal», tengamos que poner otro que diga «abierto a disposición de todos».

Tú, Valerio, y todos los seglares de fe consciente debéis tomar el encargo del fomento de vocaciones como algo propio; porque propia os es la Iglesia y propios los medios que ella necesita para seguir siendo el instrumento preferido por Dios a fin de que su Reino avance.

Que vivamos con intenso gozo el tiempo pascual.

Málaga, Abril de 1989 

Autor: Mons. Ramón Buxarrais

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