Hace un año, cuando leíamos este Evangelio, estábamos encerrados, como los Apóstoles, pero no por la misma razón que ellos. Pero igual que entonces, e igual que hoy, Jesús vence los miedos y los límites que le pongamos (aunque sin forzar nuestra libertad) cuando quiere hacerse presente, vivo y vivificante, en medio de su Comunidad.

Su primera palabra es Paz, que, como sabemos es mucho más que la ausencia de guerras. En la Biblia, Shalom significa la suma de todos los bienes, el deseo de que la gracia de Dios acompañe a quien escucha ese saludo. Evidentemente, lleva implícito el empeño del que saluda para que esa circunstancia se cumpla: si deseo la paz a mi vecino, tengo que procurar que viva la paz, trasmitirle paz, hacer que la paz reine. Si es el mismo Jesús quien lo dice, no lo está prometiendo: en esta circunstancia ya lo ha hecho.

Jesús nos lo entregó todo en la Cruz, y ahora, Resucitado, nos regala el don del Espíritu, que nos re-crea, nos renueva, y hace de nosotros verdaderos testigos y misioneros que salgan a predicar el perdón, la misericordia y la bondad de Dios.

Y por si te pasa como a Tomás, no temas... todos queremos meter los dedos en la llaga, todos necesitamos pruebas. Pero recuerda que, aunque la fe tiene una parte de oscuridad, de incerteza, es precisamente eso lo que la convierte en fuente de alegría, de dicha, de bienaventuranza.